San José y la vida contemplativa: una sombra que señala a Cristo

Testimonio

Mi devoción a san José nació en el monasterio, cuando me dieron a elegir la fecha de mi toma de hábito. Entonces me ofrecieron dos celebraciones, y yo escogí el 19 de marzo. Pensé que este gran santo, que custodió la virginidad de María, era el que también velaría por mí en mi camino de consagración al Señor, y por ese motivo añadí a mi nombre de bautismo el de san José. Experimento su presencia en mi vida contemplativa como una sombra protectora. Sé que está siempre, aunque no sea consciente de ello constantemente.

Se podría decir que el Padre adoptivo de Jesús es un santo polifacético, a juzgar por las diferentes realidades de la que es patrono: de la Iglesia, de la familia, de los trabajadores, de los consagrados, de la buena muerte…

Pero, ¿por qué invocarlo como patrono y modelo de los consagrados, y de modo peculiar, de los contemplativos? Porque él fue un gran contemplativo, y veamos las razones de esta aseveración.

Se pueden observar en San José, de acuerdo a lo que relatan los evangelios, las dos fases que caracterizan el camino de la vida espiritual: la ascética y la mística. La primera fase puede descubrirse cuando leemos que san Mateo califica a José como un hombre justo (Mt 1, 19). La persona justa era la que observaba con fidelidad la ley del Señor. Y esta observancia implicaba ciertamente el ascetismo, el esfuerzo personal por responder con fidelidad a los mandamientos de Dios. El paso a la mística supone un abandonarse en las manos del Señor, dejándose hacer por él, otorgándole la primacía en todo. Y en la vida de san José este predominio de la mística se percibe muy claramente a partir del momento en que el Señor le confía la misión de hacer las veces de padre de Jesús en la tierra. Este paso estuvo precedido por la “noche”. Leemos, en efecto, en el evangelio: “Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.” (Mt 1, 18-19). Podemos suponer la oscuridad que envolvió entonces el alma de José. A partir de esta experiencia de purificación, José dejó de decidir por sí mismo sobre su vida y dejó la iniciativa al Señor, secundando en todo su Voluntad.

San José, respetando y valorando la opción de vida virginal de su esposa, la amó tierna y profundamente; porque la contemplación no cercena la afectividad, sino que la purifica, la potencia y la plenifica. La persona contemplativa es transformada hasta amar al estilo de Dios, con su mismo Corazón. Así amó José.

Su silencio, fundamental en la vida de todo contemplativo, le ayudó a permanecer vigilante ante cualquier insinuación del querer divino y a vivir en plenitud el presente, lo cual contribuía en él a confiar plenamente en la Providencia. Esto se ve claramente cuando apareció el decreto del Emperador Augusto ordenando el censo. José supo ver en el mencionado decreto, la voluntad de Dios en su vida, y obedeció más allá de lo que le podría haber indicado la prudencia humana, que decía que no era lógico emprender un viaje en el estado en que se encontraba su esposa. Su espíritu de fe hizo que se cumplieran las Escrituras, las cuales profetizaban que el Mesías nacería en Belén.

Otra característica de la vida contemplativa es la irradiación. El contemplativo, más que predicar con palabras, irradia con su existencia la Vida que lo habita. Dice el salmo: “Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los límites del orbe su lenguaje». (Salmo 18, 4-5). Esta nota la observamos de modo especial en la Sagrada Familia durante el episodio de la presentación de Jesús en el Templo. La Virgen María y san José no iban gritando a los cuatro vientos que en sus brazos llevaban al Mesías. Se presentaron como todos los demás a ofrecer el par de tórtolas para rescatar a su Primogénito. Sin embargo, Simeón, conducido por el Espíritu Santo, y la profetisa Ana, supieron reconocer al Prometido en ese pequeño Niño que era llevado en brazos de sus padres. Percibieron la presencia divina en estas humildes personas.

La vigilancia, la escucha atenta y la obediencia a la voz de Dios hicieron que José, secundado por María, salvaguardara la vida del Niño Jesús de la matanza ordenada por Herodes. Una vez más se dejó conducir por el Señor, fiándose plenamente de Él, sin importar la cuota de sacrificio que implicaba la huida y la vida de migrantes que llevarían en un país extranjero. Lo único importante era el Niño.

¿Y qué decir del episodio en que José, después de perder a Jesús y de encontrarlo en el templo luego de tres días de angustiosa búsqueda, escucha junto con María de labios de Jesús: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?” (Lc 2, 49). Era como si se le recordase que Dios era el verdadero Padre. Se trataba verdaderamente de una nueva purificación por la que pasa todo contemplativo para lograr la desapropiación. En este caso José era impulsado a continuar viviendo sin apegos su misión de padre adoptivo de Jesús. Eso no significaba que debía renunciar al encargo recibido. De hecho, aún después de este misterioso episodio, José proseguirá ejerciendo el rol de padre, tal como se colige del final del segundo capítulo del evangelio de Lucas: “Jesús regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos.» Aunque san Lucas se refiere sólo a María al decir que conservaba estas cosas en su corazón, es de suponer que no sería otra la actitud contemplativa de José.

Después de este pasaje los evangelios únicamente vuelven a aludir a José diciendo que Jesús era hijo del carpintero (Mt 13, 55). Esto hace alusión a que José ganaba el pan para su familia a través de un trabajo honrado. El contemplativo, de hecho, no es alguien que se pasa día y noche de rodillas y con los ojos en blanco. El trabajo contribuye al espíritu de pobreza y es un rasgo fundamental en la vida contemplativa. Así lo dicen nuestras Constituciones:

“Porque la ociosidad es enemiga del alma y nodriza de vicios, ninguna permanezca ociosa en el claustro, sino que siempre, a ser posible, esté ocupada, porque difícilmente es vencido por la tentación quien se ejercita en algo bueno.”

(LCM n° 103, 1°)

A san José, como decíamos más arriba, se lo invoca como patrono de la buena muerte. Nada nos relatan los evangelios sobre su pascua, sin embargo, podemos suponer que dio este paso teniendo a su lado a María y a Jesús, quienes llenaron su alma de confianza en este momento culminante de su existencia, dejando este mundo en paz, con la dicha de haber cumplido fielmente el encargo divino.

De acuerdo a los relatos evangélicos podemos decir que la experiencia contemplativa de José no fue refleja, sino concomitante. Es decir que su vida mística no estuvo marcada por hechos extraordinarios como levitaciones, raptos, suspensión de los sentidos, etc.; sino que más bien se dio en medio de la normalidad de su cotidianeidad. Su proceso de transformación no ha estado directamente configurado por las facultades reflejas, sino en concomitancia con los acontecimientos externos, exceptuando las ocasiones en que el Señor le manifestó en sueños su voluntad a través de su Ángel. José, al igual que María, fue un peregrino en el camino de la fe, de acuerdo con la bella expresión de san Juan Pablo II. Él tuvo que descubrir la presencia de Dios encarnado en Jesús. No nos consta que haya sido testigo de ningún hecho extraordinario por parte de Éste. Pero ciertamente Jesús fue el objeto constante de su contemplación.

Todo lo que vamos diciendo nos lleva a concluir que la vida contemplativa no se circunscribe a los monasterios y conventos (aunque el ambiente que en éstos se vive la favorezca en gran medida). Todo cristiano está llamado a la vida mística. De hecho, entre los laicos hay más contemplativos de lo que nos imaginamos. Porque lo que en realidad cuenta es la vida teologal, que crece en la medida que creemos, esperamos y amamos, lo cual suele suceder en lo escondido y no a través de fenómenos extraordinarios (cf. Mt 6, 1-18; Lc 17, 20-21).

Para resumir, podemos decir que san José vivió todo lo que caracteriza la vida contemplativa:

   + Amor a Dios y al prójimo
   + Obediencia
   + Vigilancia
   + Confianza
   + Silencio
   + Oración
   + Trabajo
   + Purificaciones – noches
   + Docilidad
   + Vivencia del presente 

Por todo lo expuesto creo que los contemplativos tenemos motivos suficientes para acogernos a la protección de san José. Él fue fiel a su vocación y misión. Que ahora nos ayude a cada uno de nosotros a vivir con fidelidad y generosidad la que el Señor nos ha regalado, respondiendo con libertad al llamado de cada día, tejiendo una historia de amor única con Él. Para concluir les comparto una oración a san José que me gusta mucho:

“Querido san José,
tú que eres para mí un padre,
custodia mi alma y mis caminos.
Supiste de pruebas, miedos,
dolores, cansancio, trabajo;
pero aún ante estas angustias
tu alma, en profunda paz,
siguió adelante.
Corazón humilde, de padre y amigo,
que viviste dudas, y también divinas respuestas,
hoy te llamo, poderoso en el Cielo,
ven a mi lado, ora por mí, guía mis pasos,
cuídame como a Jesús y a María. Amén.”

Sor Carmen de San José Palazzo Molas OP
Monasterio Inmaculada Concepción
Concepción, Tucumán, Argentina

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