Novena 4

DÍA CUARTO | LA CONTEMPLACIÓN

Cuarto modo de orar
Fijando la mirada en el Crucifijo y arrodillándose dos o más veces, lo contemplaba con suma atención.

Textos bíblicos
Sal 27, 1 | Lc 5, 12 | Hch 7, 60

Reflexión
Hermanos y hermanas, el amor a Santo Domingo y a su testimonio nos une como familia en esta novena. Eso es maravilloso. Sin embargo, todavía algo mayor nos congrega: el amor de Cristo resucitado. En estos tiempos difíciles que vive la humanidad, sentimos el llamado de renovar la esperanza y la confianza en Dios y en la humanidad; somos frágiles, pero también tenemos creatividad. Esa creatividad que heredamos de nuestro Padre Dios, el Creador de todo.
Los modos de orar de Santo Domingo a la vez son un ejemplo de esa “creatividad”. De alguna manera son una aproximación a su intimidad, por lo que son algo muy personal, no podemos simplemente “imitarlos”; son gestos que nacieron de un alma enamorada. Lo que sí es muy provechoso es “inspirarnos” en ellos, para hacer brotar de nuestro corazón nuestros propios modos de oración.
Al enfocarnos en el cuarto modo, vemos cómo Santo Domingo fijaba su mirada en el crucifijo y lo contemplaba con suma atención. La acción de contemplar implica observar con atención, interés y detenimiento algo, para ver más allá de lo superficial, y descubrir la presencia del Dios de la Vida, en quien vivimos, nos movemos y existimos. Como Santo Domingo, contemplamos la presencia de Dios en la creación, ya que todo lo creado es una “palabra de Dios” (Dios lo dijo, y existió); contemplamos lo que Dios obró en la antigüedad, a través de la lectura orante de la Sagrada Escritura, ya que en ella encontramos contenidas las verdades de nuestra fe; y también contemplamos lo que Dios obra hoy, a través del acercamiento orante a la realidad que vivimos, ya que en ella se presenta Jesús mismo en el prójimo (Mt 25). La contemplación dominicana, dice Felicísimo Martínez, es una profundización del misterio de la salvación que se alimenta del contacto de una humanidad necesitada de salvación en el contemplar y entregar a los hombres lo contemplado.
Como predicadores, estamos llamados a ser contemplativos y, simultáneamente, apostólicos. Contemplamos para nutrir nuestra predicación, y predicamos porque nuestro espíritu desborda de alegría y de gratitud al experimentar que somos amados por Dios; y esa alegría y gratitud se hacen testimonio de Dios para los demás en la buena disposición y el servicio a todos, es decir, en la caridad para con todos: los que están cerca y los que están lejos.
Experimentar la verdadera contemplación nos permite superar los sentimientos de aislamiento y de ansiedad consecuentes, y valorar la soledad como momento de encuentro con Aquel que nos ama. Nos ayuda a desarrollar una adecuada valoración de nosotros mismos y de los demás.
Experimentar la verdadera contemplación nos lleva al aprecio y cuidado de la creación y de nuestro prójimo. De la hostilidad, podemos evolucionar hacia la hospitalidad, y recibir a todos en nuestra caridad; en particular, a aquellos en los que se manifiesta el rostro sufriente de Cristo en nuestra sociedad actual.
Experimentar la verdadera contemplación nos ilumina la mirada para ver los signos de la presencia del Reino de Dios aún en nuestras miserias, y ése es un consuelo que podemos llevar a nuestros hermanos. Llena nuestra vida de fe, y llena nuestra fe de vida. Todo temor se disipa, y despierta en nosotros la confianza en Dios. Gracias a la contemplación podemos dejar a los distintos dioses de nuestra imaginación, muchas veces distorsiones de nuestros miedos interiores, y comenzar un trato de amistad con el Dios de la Vida: podemos abandonar una existencia mágica, centrada en devociones y prácticas que solamente parecen intentar dominar a Dios, y comenzar a vivir una existencia auténticamente religiosa, llena de gratitud, admiración y confianza.
Para experimentar la verdadera contemplación no necesitamos ser eruditos. Saber mucho acerca de Dios no significa necesariamente haberse encontrado con Él, ni descubierto su presencia, al contrario, parece acontecer que la verdadera contemplación prescinde de palabras y conceptos, y lleva a la transmisión viva de la caridad. Solamente necesitamos silencio, buena disposición interior y una disciplina de oración, para poder encontrar a Aquel que no está en el terremoto ni en la tormenta, sino en la brisa suave. La oración es como el encuentro con un amigo; nos gusta encontrar oportunidades para compartir el tiempo, y al hacerlo, crece la amistad.

Oración
Te pedimos Dios Todopoderoso que, por intercesión de Nuestro Padre Santo Domingo, hagamos la experiencia de profundizar nuestra amistad con Dios, y seamos para todos un testimonio de su amor misericordioso y compasivo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Fray Roberto Andrés Clark OP
Casa Santa Inés de Montepulciano | Santiago del Estero

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Sobre el jubileo de Santo Domingo

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