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Somos terreno para la Palabra

12 de julio de 2020
Is 55, 10-11  | Sal 64, 10-14 Rm 8, 18-23

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según Mateo 13, 1-23

Queridos hermanos: la parábola del sembrador nos da una radiografía del estado de cada uno frente a la palabra de Dios. El Señor Jesús, conocedor de los secretos del corazón de los hombres, nos revela que cada uno de nosotros es como un terreno: ya sea un camino duro, ya sea una tierra pedregosa y superficial, o una parcela abarrotada de yuyos o bien tierra fértil.

Veamos terreno por terreno. Primero nos encontramos con el borde del camino. El camino se caracteriza por su dureza. La semilla no puede penetrar en lo duro y compacto. Así la palabra de Dios no penetra en quienes tienen el corazón endurecido por los pecados. Y por esta dureza no entienden la palabra, es decir la predicación del Evangelio. ¡Atención! No la entienden, pero esto no los hace inocentes, sino que es un no entender culpable. No la entienden por culpa de la dureza de su corazón. El problema no está en que no se les explicó bien el evangelio, sino en que no están capacitados para entenderlo. Y como lo duro se rompe con algo duro, a éstos Dios los golpea duramente para que se conviertan. Así golpeaba Cristo a los fariseos con sus palabras.

Pero también podemos entender por caer al borde del camino a aquellos que, sin tener una oposición tajante al evangelio, no le dan importancia y lo consideran algo irrelevante o secundario para la vida, casi como si la palabra hubiese caído al costado de sus vidas. Y el maligno roba lo sembrado en ellos. ¿Qué significa que roba? A mi entender, que el maligno tiene aquí también sus predicadores que con sutil astucia e insistencia terminan por llenar la cabeza de los hombres con ideas contrarias a Dios y a la fe.

Pasemos al segundo terreno. Éstos son mejores que los anteriores. A diferencia de los que cayeron al borde del camino, en éstos el germen de la fe ha brotado. Pero no basta que la planta brote para que se mantenga con vida. Es necesario que haya constancia y perseverancia. ¡Cuántos son los que pertenecen a esta categoría! Éstos son los muchos que se acercan a la Iglesia pidiendo los sacramentos de iniciación cristiana y los reciben con alegría, pero al poco tiempo de recibidos abandonan la Iglesia y ante el primer aprieto su vida de fe termina por morir. Sólo superficialmente la palabra prendió en ellos. Tal vez por herencia familiar o costumbre. Es necesario estar arraigado en Dios y no en motivos humanos. De quien pertenece a este grupo el Señor dice literalmente que “se escandaliza”. Hay quienes acusan haber abandonado la Iglesia por el mal ejemplo de algunos cristianos. Pero eso no los justifica, sino que parece más bien querer derivar el peso de la propia responsabilidad hacia otros. Pues en realidad el debilitamiento de la fe ya había empezado antes por la falta de raíces, es decir, por la inconstancia en la oración (no vienen a misa) y la superficialidad de la fe. Son los creyentes efímeros que así como aparecen en la iglesia así también desaparecen. Pareciera que quieren quedarse sólo con lo que les agrada del mensaje, no dando oídos a la exhortación de san Pablo y san Bernabé: “es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino” (Hch 14, 12); ni tampoco a las palabras de Cristo: “el que persevere hasta el final, ése se salvará” (Mt 24, 13).

En la tercera instancia de terreno, la planta sobrevive, pero aún no produce fruto. Es la que cae entre espinas, es decir, entre yuyos que la ahogan no dejándola desarrollar y crecer. Éstos son los que llevan una vida de fe y oración pero poco a poco la caridad se les va enfriando y en lugar de lanzarse con fuerza hacia Dios buscan los bienes y de esta vida caduca. Se trata de una vida de fe, sí, pero que está estancada, trabada en su crecimiento, es una planta pequeña, pero no pequeña como un niño (el cual está en desarrollo) sino como un enano, cuyo crecimiento quedó trunco. ¡Qué tristeza! Faltando tan poco para dar fruto esta persona es detenida por cosas despreciables como la riqueza o las comodidades. Tiene demasiada preocupación por el día de mañana, por la salud, la familia, la carrera profesional, el trabajo. No ama las cosas de este mundo hasta pecar gravemente, pero las ama con demasiado apego. No las ama por amor a Dios. Si nuestro ánimo no está dispuesto a desprendernos de todos estos fardos llegado el caso de ser necesario, nunca podremos dar fruto.

Finalmente llegamos al cuarto terreno. La parte que cayó en tierra buena, si lo comparamos con los otros casos, uno de cuatro; y aunque no sabemos los números exactos, todo parece indicar que los que dan frutos son los menos. Cada uno da fruto según una medida, pues hay quien da más fruto y quien da menos. Hermoso es dar fruto, cuando vemos personas fructíferas, lo anhelamos y deseamos. Como cuando oímos la vida de algún santo. Entonces -hermanos- si queremos dar fruto como ellos, dispongámonos según lo que el Señor nos enseña: perseverando en la oración, despreciando las riquezas y poniendo nuestra preocupación no en esta vida sino en las cosas de Dios. Por nuestra libertad y la ayuda de la gracia de Dios, podemos dejar de ser un terreno y pasar a otro más fecundo. Que los que cayeron en pedregal quiten las piedras del camino. ¿Qué es quitar las piedras sino evitar los pecados mortales? Esta es la primera etapa de toda vida cristiana: apartarse del pecado mortal, quitar la piedra. Que los que cayeron entre espinas escarden su parcela. Labor fatigosa es arrancar yuyos, es decir, purificar nuestros afectos de las cosas terrenales y ordenar nuestros amores hacia Dios. ¡Cuánta pereza solemos tener para esto! Por eso, Dios que todo lo dispone con bondad y sabiduría, permite los sufrimientos en esta vida para purificar nuestros afectos y ordenarlos hacia él.

Fray Álvaro María Scheidl OP
San Miguel de Tucumán, Argentina

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