Beato Angélico, presbítero

Breve historia

Guido o Guidolino nace en Vicchio (Toscana) a finales del s. XIV y en su adolescencia se formó y ejerció en una escuela de pintura. Movido a la vida religiosa se dirige junto con su hermano Benito, al convento dominicano de Fiésole, recientemente fundado en la observancia regular estricta por el beato Juan Dominici. Allí junto con el habito toma el nombre de Juan (a. 1420). Ordenado ya presbítero, fue dos veces vicario y luego prior del convento. Con gran fidelidad a la misión religiosa de su vida proponía con su arte celestial los divinos misterios que contemplaba en la oración y en el estudio de la sagrada verdad. Pintó numerosos cuadros de altar en Fiésole (a. 425-1438); por petición del entonces prior, el gran san Antonino, decoró con frescos en el convento de San Marcos de Florencia el claustro, el aula capitular, las celdas y pasillos (1439-1445). Requerido en Roma por Eugenio IV, pintó dos capillas en la basílica de San Pedro y en el palacio Vaticano. Mas tarde por mandato de Nicolás V, que apreciaba al beato por su integridad de vida y la excelencia de su comportamiento, decoró su capilla privada y una pequeña alcoba (1439-1445). Trabajó también en el convento de Santo Domingo de Cortona (1438) y en la catedral de Orvieto (1447).

El papa Eugenio IV lo propuso para el arzobispado de Florencia, pero el beato renunció con gran humildad, recomendando en cambio que tal dignidad fuera conferida a san Antonino. Murió en Roma, en el convento de Santa María sopra Minerva, el 18 de febrero de 1455 pasando a la paz y descanso eternos y allí esta su sepulcro en tierra, decorado con una lapida de mármol con su imagen en relieve. Fray Juan de Fiésole fue un hombre sencillo y recto, pobre y humilde; en sus pinturas se presenta devoto y angélico, muy diestro y rico de inspiración. De ahí que, como estupendo compendio de sus virtudes y de su arte, se le llamó reverentemente «Beato Angélico», y su fama de santidad y de ingenio se extiende al mundo entero. Por eso en honra suya y en promoción del arte religioso Juan Pablo II el 3 de octubre de 1982 concedió a toda la Orden de Predicadores su culto con misa y oficio.

 

Liturgia de las Horas

Del Comín de pastores o religiosos.

Oficio de lectura 

Segunda lectura
De la Carta apostólica del 3 de octubre de 1982 del papa Juan Pablo II

(AAS 75 (1983) pp. 796-799)

Armonía entre el arte y la vida

«Quien hace cosas de Cristo, debe estar siempre con Cristo»: éste es el lema que fray Juan de Fiésole repetía con frecuencia. Justamente fray Juan de Fiésole fue denominado «Beato Angélico» por la perfecta integridad de vida y por la belleza casi divina de sus pinturas, en grado superlativo las representaciones de la bienaventurada Virgen María.

Por sus sentimientos orientados a la vida religiosa ya de muy joven pidió ser admitido entre los frailes Predicadores del convento de Santo Domingo de Fiésole, que por el rigor de su comportamiento en la observancia regular se denominaban «observantes». Mientras realizaba con diligencia máxima cuantos encargos le proponían los frailes y los superiores, se difundía cada vez más la fama de su extraordinario arte de pintor y por ello los encargos llegaban a un ritmo continuo y urgente.

El papa Eugenio IV quiso que viniera a Roma y mientras fray Juan hacia su oficio de pintor en la basílica de San Pedro y en el palacio Vaticano el Papa pudo comprobar ampliamente y admirar profundamente no sólo la maravillosa capacidad del artista egregio, sino también y especialmente su piedad, su observancia de la regla y su humildad y olvido de sí mismo. También Nicolás V nutrió una excelente opinión de fray Juan: efectivamente en él «honré y veneré a una persona muy digna por la integridad de su vida y por la altura de su comportamiento virtuoso». Por estos motivos le encargó pintar al fresco su capilla privada. Esta obra fue realizada sin perder nada de su típico estilo pictórico, que puede ser definido como una auténtica oración expresada con los colores.

Y en Roma cerró sus ojos cuando murió en el convento de Santa María sopra Minerva, poniendo de sello final a una vida admirable por la fama de su arte y más aún por ser una vida hermoseada por virtudes humanas y religiosas. A juicio de sus contemporáneos fue «hombre caracterizado por la modestia y comportamiento religioso»; en él «de índole amable y excelente fraile, florecieron muchas virtudes». Fue, pues, «hombre de evidente santidad». Por le demás Vasari, el escritor que en Florencia había recogido noticias abundantes sobre la vida sin mancha del beato Angélico, estaba convencido de que la gracia y la índole celestial que ernanaban de sus cuadros de tema sacro —ya que en realidad no pintó otros temas eran fruto de la armonía que en él se daba entre su vida santa y su fuerza creadora. Este es sin duda el motivo por el que recibió el sobrenombre de «Angélico», siendo verdaderamente ‘un hombre casi único y sin posible comparación con otros.

Es, por tanto, evidente que fray Juan poniendo al servicio del arte los dones privilegiados que le dio la naturaleza, consiguió y consigue aun ahora una enorme utilidad espiritual y pastoral en el pueblo de Dios, facilitándole su caminar hacia Dios. A esta finalidad está ordenado el arte con motivos religiosos según el Vaticano II, que en la constitución sobre la liturgia (n. 122) afirma: «Entre las actividades más nobles del ingenio humano se cuentan, con razón, las bellas artes, principalmente el arte religioso y su cumbre, que es el arte sacro. Estos, por su naturaleza, están relacionados con la infinita belleza de Dios, que intentan expresar de alguna manera por medio de obras humanas. Y tanto más pueden dedicarse a Dios y contribuir a su alabanza y a su gloria cuanto más lejos están de todo propósito que no sea colaborar lo más posible con sus obras para orientar santamente los hombres a Dios».
Verdaderamente fray Juan, hombre excepcional por su espiritualidad y por su arte, ha siempre atraído muchísimo nuestra simpatía; por tanto, juzgamos que ha llegado el momento de proponerlo a la contemplación destacada en la Iglesia de Dios, a la que todavía hoy habla con su arte celestial.

Responsorio                                                                                                                  Si 4, 12-13.15
R. La sabiduría instruye a sus hijos, estimula a los que la comprenden; los que la buscan alcanzan el favor del Señor. * Los que la aman, aman la vida.
V. Los que la sirven, sirven al Santo. * Los que la aman, aman la vida.

Otra:
De un Discurso del papa Pío XII

(Alocución del 20 abril 1955, AAS 47 [1955] pp. 285-292)

Quien hace cosas de Cristo, debe estar siempre con Cristo

A distancia de cinco siglos, el homenaje que hoy se tributa al santo religioso y artista sumo, tiene el sentido de un debido reconocimiento, que Nos le tributamos con sumo agrado. El humilde y piadoso fray Juan de Fiésole vino a este palacio apostólico en el período de plena madurez de su vida artística, cuando fue requerido por Nuestros predecesores Eugenio IV y después por el gran mecenas Nicolás V y aquí, en sus muros dejó eternizadas algunas de las más vigorosas páginas de su mundo figurativo para lustre y belleza de esta apostólica residencia y como testimonio perenne de la perfecta armonía entre la religión y el arte.

Verdaderamente su personalidad ha sido bien encuadrada cuando, según una piadosa leyenda popular, el fervoroso fraile pintaba sus santos como absorto en éxtasis y conducida su mano por seres ultraterrenos. Pero esto no quiere decir que su religiosidad profunda, su serena y austera ascética, nutridas de sólidas virtudes, de contemplación y oración, no hayan tenido una influencia decisiva en dar a la expresión artística de sus obras ese poder de lenguaje con el que toca inmediatamente los espíritus, y que, como ya otras veces se ha dicho, en haber transformado su arte en oración, porque fray Juan gustaba repetir que, quien hace cosas de Cristo debe estar siempre con Cristo.

Justamente se piensa que la límpida piedad del Angélico es la base esencial de su misma eficacia; sin embargo también, en segundo lugar, debe considerarse fundada en su cultura, es decir, en la visión que tenía del universo, recibida en la escuela de la filosofía perenne, a la que él se adhería con certeza clara y firme. No pocos críticos han hecho notar cómo se refleja la doctrina tomista en sus cuadros, no sólo en el contenido, sino también en el método estilístico y técnico.

Ciertamente que la pintura del Angélico es siempre religiosa: por los temas escogidos y a la vez también por el método y el modo como los trata. Acostumbrado a la serena disciplina claustral, y siempre preocupado de la perfección de la intención en las palabras y en las acciones, el pintor buscaba conseguir esta perfección también en la técnica artística que, como consecuencia, aparecerá invadida de serenidad y nitidez. En su vida y en sus pinturas no se dan momentos dramáticos externos, sino más bien luchas interiores, pero en completa sumisión al querer de Dios y con serena confianza en la victoria del bien. Lo que hace filtrar en el espacio y en los personajes de sus pinturas no se puede medir sólo por la cantidad sino también por la calidad de su pureza: tienen, en cuanto es posible, una luz celestial. 

La exposición que hace de los temas es sencilla y lineal, modelada al estilo de los mismos evangelistas. Sus personajes revelan siempre una intensa vida íntima, que transfigura los rostros, los gestos, sus actitudes. Narrando y describiendo al pueblo los misterios divinos se manifiesta como el atento « predicador » tal como realmente lo es: busca provocar en un primer momento por los elementos descriptivos y decorativos una admiración inmediata, para, a continuación, hablar serenamente a la intimidad de las almas. Por una parte busca inculcar las verdades de la fe, persuadiendo los ánimos con las formas de su belleza; por otra parte se propone inducir a los fieles a la práctica de las virtudes cristianas, proponiendo modelos amables y atrayentes. Por esta segunda finalidad su obra se transforma en un mensaje perenne de cristianismo viviente, y a la vez también, un mensaje profundamente humano que se apoya sobre la fuerza, trascendente al hombre, de la misma religión. Por esta fuerza todo hombre que se pone en contacto directo con Dios y sus misterios, se transforma a semejanza de Dios en su santidad, belleza y bienaventuranza: se hace, pues, un hombre que refleja el designio original de Dios sobre él. El pincel de fray Angélico da vida de este modo a un j tipo de hombre-modelo, no diverso de los ángeles, en el cual todo es equilibrado, sereno y perfecto: es el modelo de hombres y de cristianos, quizá poco frecuentes en las actuales condiciones de la vida terrena, pero que deben ser propuestos como modelos a la imitación del pueblo.

Responsorio                                                                                                     2 Co 3, 18; Sal 33, 6
R. Y nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente. * Así es como actúa el Señor, que es Espíritu.
V. Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. * Así es como actúa el Señor.

La oración como en Laudes.

Laudes 

Benedictus
Ant. Dios es espíritu y los que le dan culto deben hacerlo en el Espíritu y en la Verdad.
O bien, especialmente con canto: ant. Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

Oración
Oh Dios, que en tu providencia de Padre has inspirado al bienaventurado Juan Angélico expresar la paz y dulzura del paraíso; danos, por su intercesión, que podamos irradiarlas al corazón de los demás con el ejemplo luminoso de la virtud. Por nuestro Señor Jesucristo.

Vísperas

Magnificat
Ant. Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos altaneros, sino que acallo y sereno mis deseos como un niño en brazos de su madre.
O bien, especialmente con canto: ant. Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti antes que el mundo existiese.

Oración
Oh Dios, que diste maravillosamente al bienaventurado Juan Angélico el contemplar y enseñar con fervor en su obra los misterios de tu Hijo; concédenos, por su intercesión, que, conociéndote ya por la fe, leguemos a contemplar la hermosura de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.

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