sacerdote

Si estás considerando una vocación religiosa como sacerdote o como hermano, nuestros encuentros vocacionales “Vengan y Vean” son una ocasión sin compromisos para conocer cómo vivimos y rezamos los frailes dominicos. Es una oportunidad para rezar con nosotros, hablar y comer con los frailes y de tener charlas que ayuden al discernimiento de tu vocación. Para asistir es necesario contactarse con el Promotor de Vocaciones, fray Francisco Giuffrida OP, a vocaciones@op.org.ar

“A donde Él vaya”

Votos

Un voto es una promesa deliberada y libre hecha a Dios acerca de un bien posible y mejor. En la vida religiosa el bien que se promete es el propuesto por Jesús en los consejos evangélicos: la castidad, la pobreza y la obediencia, lo cual supone también una gracia que Dios da para poder vivirlos. Por los votos el religioso se dispone con toda la tensión de su corazón a vivir y perseverar en el cumplimiento de estos consejos.

Así por la obediencia imitamos a Cristo sometido siempre a la voluntad del Padre para la vida del mundo, y de esta forma también nos unimos más estrechamente a la Iglesia a cuya edificación nos consagramos, bajo la dirección de un superior que con su ministerio humano es instrumento por el cual se expresa la voluntad de Dios. Así por la obediencia los frailes nos superamos a nosotros mismos para alcanzar aquella libertad que es propia de los hijos de Dios.

Por la castidad nos unimos más fácilmente a Dios con un corazón no dividido, y nos consagramos a Él con mayor intimidad, imitando la vida virginal de Cristo, y entregándonos totalmente a la Iglesia. Frutos de la castidad son la purificación del corazón, la libertad de espíritu y el fervor de la caridad.

Por la pobreza nos liberamos de la servidumbre, y más aún, de la preocupación por las cosas de este mundo para que nos unamos de una manera más completa al Señor, nos dediquemos a Él con mayor facilidad y hablemos de Él con mayor entereza. Por eso con la profesión prometemos a Dios no poseer nada con derecho de propiedad personal sino tenerlo todo en común, y usar de ello para el bien común de la Orden y de la Iglesia según disponga el superior.

Preguntas Frecuentes

Sobre la vocación

Hacerse esta pregunta es lo mismo que preguntarte por el sentido de la vida y por la felicidad. Todos se hacen estas preguntas, todos tienen una vocación. La respuesta es algo que se descubre, es un designio misterioso que pone en movimiento todo nuestro ser, todas nuestras capacidades, incluso desconocidas, hacia la plenitud total, hacia Dios. Por eso «vocación» quiere decir «llamado» que Dios hace a la santidad, y que pide una respuesta.
Principalmente en la relación personal con Dios, poniendo en práctica los medios para profundizar esa relación: la oración y los sacramentos (en particular la eucaristía y la reconciliación); y participando activamente en una comunidad eclesial; buscando acompañamiento espiritual para discernir los signos de Dios en la propia vida. También escuchando el llamado de Dios en la vida cotidiana, inclinando el oído del corazón para escuchar las cosas que nos solicitan y que nos alegran.
Hay tantas vocaciones como seres humanos, porque cada relación personal con Dios es única. Pero algunas tienen características en común en cuanto al modo, estilo o estado de vida que se adopta, y así se puede hablar de tres estados o estilos de vida: laical, religiosa y sacerdotal.
Los actos que realizamos habitualmente dan una determinada estabilidad y unidad a la propia vida. Así por ejemplo un estudiante es aquél que se dedica principalmente –aunque no exclusivamente- a estudiar, y un comerciante a la compraventa de bienes. De este modo, según aquello a lo que uno se dedique principalmente tendrá el estado de vida laical, sacerdotal o religioso.
Es un bautizado al que Dios llama al seguimiento de Cristo de modo que impregne toda su vida cotidiana (trabajo, matrimonio, familia, estudio, amistad, etc.) de Dios y el Evangelio. El fundamento de esta vida es el «sacerdocio común» de los fieles que se recibe por el bautismo, por el cual todo bautizado puede y debe ofrecer todas sus actividades y a sí mismo a Dios, como Jesús lo hizo en su vida.
Es un bautizado que recibe el sacramento del Orden –comúnmente llamado cura, sacerdote o padre- para estar al servicio de esta comunidad de fieles que es la Iglesia, colaborando con su obispo en la función de guiar, enseñar y santificar a los fieles por medio de los sacramentos. Un sacerdote ordenado es un mediador entre Dios y los hombres. Forman parte de lo que se llama clero secular.
Clero secular hace referencia al hecho de que los sacerdotes ordenados viven en el mundo, es decir, desarrollan sus tareas en parroquias dentro de un territorio asignado a un obispo y, ayudando a los fieles a santificarse, es decir, a vivir unidos a Dios en los acontecimientos cotidianos de la vida. Hacen promesa de obediencia a su obispo, de ser célibes, no viven en comunidad y conservan la propiedad de sus bienes.
Dios es Santo, por lo tanto ser santo significa llegar a ser como Él. En concreto ser santo es seguir a Cristo y configurar con él toda la vida, nuestro ser, pensamientos, sentimientos, actos, etc.

Sobre la vida religiosa

Es un bautizado al que se le da una especial gracia de intimidad con Jesús, de donde surge la posibilidad y exigencia de la entrega total de sí, una experiencia tan íntima y fuerte que despierta la necesidad de responder incondicionalmente abandonando todas las cosas. Es una manera de seguir a Jesús «más de cerca», profesando los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia que es el modo de vida que eligió Jesús para su vida en la tierra.
Significa asumir la obligación de vivir como Jesús mismo vivió, en castidad, pobreza y obediencia. Por la pobreza y la castidad se alcanza la unidad del corazón respecto a los afectos y los bienes materiales, a fin de poder entregar a Dios por el voto de obediencia, y en manos de un superior, el bien más precioso que tiene el hombre, su libertad, la cual alcanza así su plenitud.
El primer objetivo de la vida religiosa es ser un signo de la vida futura, es decir, mostrar con su vida hoy, totalmente entregada a Dios, el modo en que viviremos todos en la otra vida. A diferencia del sacerdocio que tiene que ver con medios o instrumentos –sacramentos-, la vida religiosa hace referencia al fin, a la meta. Por ello la vida religiosa implica un testimonio público que conlleva el apartamiento del mundo (renuncia aún a cosas buenas como a una profesión o trabajo, a vivir con la propia familia, a la actividad política, a disponer de los propios bienes), y también una vida fraterna en común de acuerdo al carisma de cada instituto. Así, renunciando al mundo, la vida religiosa contribuye de forma profunda y misteriosa a la renovación del mismo, cooperando con la misión del Señor Jesús.
Es un don de Dios, una gracia particular para cumplir una determinada función a favor de la comunidad de la Iglesia. Por ejemplo: el carisma de la predicación, atención de enfermos, enseñanza, etc.

Sobre la Orden de Predicadores

Es una Orden religiosa dentro de la Iglesia Católica, fundada en el año 1215 por Santo Domingo de Guzmán para la Predicación del Evangelio, y confirmada por el Papa en 1216.
El carisma de Santo Domingo fue predicar. Y ¿qué es predicar? Para un fraile dominico predicar es contemplar a Dios, por medio del estudio y la oración, en comunidad, para hablar de Él a sus hermanos. Así lo sintetizó Santo Tomás de Aquino: «Contemplar y dar a los demás de lo contemplado». Un dominico es alguien apasionado por la Verdad, es decir, por Cristo, que se ve impulsado por su vida y oración a transmitirlo a los demás. Como dice la Escritura: «De la abundancia del corazón habla la boca».
La vida cotidiana de los frailes se funda sobre la oración comunitaria (liturgia), la vida fraterna en común, el estudio asiduo, y la predicación, además de la oración privada y el cumplimiento de los votos, a cuyo fiel cumplimiento nos ayudan la clausura (ámbito reservado para la vida de los frailes), el silencio, el hábito y las obras de penitencia.
Vivir en comunidad significa que los frailes habitamos en una misma casa (convento), ponemos los bienes en común, rezamos juntos en la Iglesia conventual, tomamos las decisiones juntos, y comemos juntos. Como dice la Regla de San Agustín por la cual nos regimos, lo primero para lo cual nos hemos congregado en comunidad es para habitar unánimemente en casa y para tener una sola alma y un solo corazón en Dios.
Sí, la Orden de Predicadores es una orden clerical, es decir de sacerdotes. Ello se debe a que el fin de la Orden, predicar, lo concretamos por medio de la Palabra y los sacramentos (especialmente de la eucaristía y la reconciliación), que son ambos propios de la función sacerdotal. Sin embargo no pertenecemos al clero secular porque nuestra vida cotidiana y finalidad es diferente, es la propia de los religiosos. Además, algunos miembros de la Orden de Predicadores cooperan a la predicación de diversas maneras sin ser ordenados sacerdotes, son llamados hermanos cooperdadores.(LCO Constitución Fundamental 6)
Santo Domingo innovó en su época al insertar profundamente en el ideal de la Orden el estudio dirigido ardientemente a ser útiles a nuestros prójimos. El estudio aporta claridad y profundidad para la predicación. Éste se realiza teniendo como óptimo maestro y modelo a nuestro hermano en la Orden, santo Tomás de Aquino op, cuya doctrina es recomendada singularmente por la Iglesia.
Sí. Nuestra vida religiosa está llamada a tener una visibilidad en medio del mundo para que la mirada de los hombres sea atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero espera su plena realización en el cielo. El uso del hábito hace a esta visibilidad, porque es un signo de nuestra consagración religiosa y de comunión entre los frailes. Además, en una sociedad donde se hace un culto de la apariencia, el uso del hábito nos libera también de buscar agradar o encajar por este medio. Si bien es cierto el dicho «el hábito no hace al monje», sin embargo el hábito ayuda a expresar la opción radical por Cristo. El beato Juan Pablo II exhortaba a los religiosos a usarlo pidiéndoles «No saquéis a Cristo de las calles».

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