Día octavo

Reflexión
La compasión y la misericordia
Jesús no vino a hacer discursos sobre la misericordia, sino a mostrarnos su misericordia. Él es la Misericordia perfecta, porque vino a salvarnos para sacarnos de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida y del pecado a la gracia. En cada pasaje de la Escritura vemos a Jesucristo manifestarse con un amor perfecto, sin ningún merecimiento de nuestra parte. Somos pecadores y por eso mismo necesitados de Su perdón, y misericordia.

Santo Domingo de Guzmán, el fundador de la Orden de Predicadores se hizo cargo de las necesidades de la gente. Cuando sobrevino una gran hambruna en casi toda España, movido por un sentimiento de compasión y misericordia decidió vender todos sus libros y expresó: “No quiero estudiar sobre pieles muertas, mientras los hombres mueran de hambre” El decide hacerse pobre para predicar entre los pobres, haciendo de la pobreza una exigencia del amor: “Si quieres ser perfecto, vete vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, luego ven y sígueme” (Mt 19, 21).

Próximo a su partida de éste mundo nuestro padre Domingo nos deja su legado: “He aquí, hermanos, la herencia que os dejo: Tened caridad, sed humildes y vivid la pobreza evangélica. Perseverad en la Orden y sed apóstoles de la verdad. Sed fervorosos y no mancilléis a la Orden”.

La oración, el estudio, y la meditación
“Y comenzando por Moisés y continuando con todos los Profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él” (Lc 24, 27).

Jesús les hablaba y les hacía “arder” el corazón con el fuego del amor perfecto, los discípulos de Emaús se resistieron al principio, estaban como ciegos, pero luego lo reconocieron al partir el pan.

Se sabe de Domingo que: “Hablaba con Dios o hablaba de Dios” Oraba de noche y predicaba de día la verdad contemplada, con humildad de corazón, con sencillez, con amor a Dios y al prójimo.

Son conocidos los nueve modos de orar de Santo Domingo de Guzmán. Sabía que la oración era la fuerza que necesitaba para poder crecer en la Fe, para mantenerse unido al Padre. En Mateo 6, 9 encontramos la oración que nos dejó Jesús, el Padre Nuestro.

Como Moisés, Domingo de Caleruega oraba en el silencio de las noches y postrado ante Cristo crucificado decía: “¿Qué será de los pecadores? Él se hace uno con Cristo para elevar las súplicas al Padre. De esta presencia de Cristo crucificado, Domingo sacaba la fuerza para sembrar su Palabra y combatir las herejías de los “cátaros”.

Domingo, se ocupó de hacer conocer las Escrituras, a partir de un conocimiento profundo de la Palabra, meditada y contemplada. Predicó sin descanso al Cristo vivo que habitaba en él. Es por eso que nos dejó como legado el estudio profundo de la verdad revelada. Es necesario hacer de la Palabra nuestra vida, para que otros puedan conocer y amar a Jesús.

Oración
¡Santa María, Madre de Dios! Ruega por nosotros ahora que te suplicamos afligidos. Tú que después de tu vida terrena vives en la presencia de Dios, habiendo sido elevada al cielo en cuerpo y alma, ruega por nosotros que peregrinamos en medio de peligros y tentaciones. Danos, Señora del Rosario, aprovechar convenientemente este momento de gracia y este tiempo de misericordia, mientras caminamos en la fe hacia nuestra verdadera Patria donde esperamos alabar contigo a Dios por toda la eternidad.

Carlos García Eberlé | Santiago del Estero

Oración para todos los días
¡Santísima Madre de Dios, Nuestra
Señora del Rosario! Humildemente
suplicamos tu auxilio para vivir en fidelidad a
la gracia de Dios. Ayúdanos a ser, según tu
ejemplo, tierra buena donde la semilla de la
Palabra de tu Hijo dé mucho fruto. Estas
gracias especialmente te pedimos, oh Madre
nuestra, que deseamos alcanzar por tu
intercesión.

En silencio cada uno expresa su petición.

Todo sea, Señora nuestra, para alabanza y
gloria de la Santísima Trinidad. Amén.

Salve
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra.
Dios te salve.
A Ti clamamos los desterrados hijos de Eva,
a Ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora Abogada Nuestra,
vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos,
y después de este destierro, muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.
Oh, clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios,
para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
Amén.

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