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El juego de la muerte y de la resurrección

28 de febrero de 2021
Gn 22, 1-2.9-13.15-18 | Sal 115, 10.15.16-17.18-19 | Rm 8, 31b-34

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 9, 2-10

Querido hermano en Cristo Jesús:

En nuestros días es común oír opiniones negativas acerca de las actividades lúdicas, de todo aquello que es recreativo en el ser humano. Refieren a ellas como un mero “pasatiempo”, “algo de niños”, como una “pérdida de tiempo” y una “distracción innecesaria” frente al mundo “ocupado”, “adulto” y “serio” del trabajo y la producción.

Pero, ¿qué es el juego? Simplemente podríamos pensarlo como un mundo de significación que constituye sus propias reglas y son válidas para quien entra en él, pero este mundo y sus reglas se disuelven una vez que el juego ha concluido.

De otra manera, el juego sería aquello que aun teniendo un sentido propio carece de propósito y es por esto mismo que posee un efecto curativo e incluso liberador, sacándonos del mundo de las intenciones y obligaciones cotidianas para introducirnos en el mundo de lo improductivo, librándonos –aunque sea por un momento- del peso del mundo del trabajo; allí en un oasis de libertad se deja –sin más- correr nuestra existencia.

En ambas encontramos algo de verdad, pero no nos basta ya que –en el fondo- no tendría importancia alguna aquello a qué jugamos.

Hay un aspecto del juego de los niños que no podemos dejar de apreciar. En ellos el juego es un anticipo de la vida, como una preparación para la vida posterior, sin llevar en sí su peso y seriedad. El juego prepara para la vida adulta y en él se ensaya – ya desde muy pequeños- qué y cómo seremos cuando alcancemos la mayoría de edad.

Durante la cuaresma el despliegue de los textos bíblicos manifiesta el “juego de Jesús”, el juego de la muerte y de la resurrección. El Señor Jesús sutilmente, al modo como lo hace el juego, en el diálogo con sus discípulos adelanta su muerte y su resurrección. De modo que al acontecer los diferentes hechos sus discípulos se encuentren en cierto modo ya preparados.

A nosotros nos toca revivir el “juego de Jesús” en la Sagrada Liturgia. Él –Jesús- es el liturgo principal y es quien dirige el “juego del culto”. Al modo de un preludio de la vida futura, de la vida eterna, la Sagrada Liturgia es un nuevo despertar en nosotros. Un despertar de la verdadera infancia con los ojos fijos hacia la madurez eterna. Por ello, la Sagrada Liturgia es la forma tipificada de la esperanza que vive anticipadamente la vida eterna, nos “entrena” para la vida verdadera, esto es: la Vida en la presencia inmediata de Dios.

En las celebraciones litúrgicas de este tiempo cuaresmal se percibirá un desnivel que se da entre Jesús y sus discípulos. Desnivel que se produce debido a que los discípulos no entran en el “juego de Jesús”. No siguen su juego, no lo comprenden, no quieren oír acerca de padecimientos y muerte. En definitiva, no quieren que se les hable de la muerte y de la resurrección.

Ese desnivel llegará a su punto máximo en la Cruz. Sus discípulos no comprenden el “juego de la debilidad”, “el juego de la muerte”. ¿Escándalo o camino hacia la glorificación? Jesús atrae la atención sobre su muerte, pero más que su muerte también atrae la atención hacia su resurrección.

Al “juego de la muerte” le sigue el “juego de la resurrección”. Cosa que no comprendieron sus discípulos. A la profecía del abajamiento del Siervo doliente le corresponde la exaltación de la transfiguración, sostenida por la voz celestial del Padre: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo.»

En la Transfiguración del Señor Jesús, la Sabiduría divina “juega” en la construcción de un nuevo Éxodo. Demasiados detalles evocan la gran teofanía del Sinaí: la montaña, la presencia de Moisés, la nube, las tiendas que recuerdan el paso por el desierto, la voz divina. Pero el antiguo Éxodo señala al nuevo, el antiguo es la realización de la espera mesiánica que llega a su plenitud en la transfiguración del Señor.

La observación que realiza Pedro en medio de la Transfiguración es explicada por la creencia según la cual los justos habitarían en el paraíso en tiendas. Aquí Pedro pudo seguir el “juego de la resurrección”. Él juzga estar en los tiempos mesiánicos: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí!», en el descanso escatológico.

Más elementos comunes encontramos en este “juego” de la Sabiduría. San Marcos precisa “seis días después” y Moisés sube al Sinaí al séptimo día. Jesús y Moisés no subieron solos sino acompañados. Moisés quedó “transfigurado” por la gloria del Señor, Jesucristo revela su condición divina con su transfiguración y Dios en ambas ocasiones se manifiesta por medio de la nube como signo de su presencia. Aquí la presencia de Moisés y Elías rodeando a Jesús en su transfiguración, es más que el símbolo de la Ley y los profetas, su presencia significa el cumplimiento de la era mesiánica atestiguada por el retorno de Moisés y Elías.

La transfiguración es entonces un “juego de resurrección” dónde lo antiguo y lo nuevo son un anticipo preparatorio para los discípulos –y también para nosotros- de la Resurrección del Señor Jesús. San Lucas, nos revela qué hablaban Jesús con Moisés y Elías: «hablaban del éxodo, que iba Jesús a consumar en Jerusalén» (9, 31). “Éxodo” que significa la salida del reino de la muerte por la resurrección.

De este modo, la transfiguración del Señor prefigura el anuncio por el mismo Siervo de su pasión y su Resurrección. Anticipa la Gloria futura después de la humillación de la Cruz. Es una epifanía del Siervo. A medida que Cristo se sumerge más resueltamente en la humillación, en su misterio de Siervo y del combate con Satanás, se hace más claro y transparente en él el misterio de la Gloria que lo habita.

La Transfiguración, como el “juego de la resurrección”, es una manifestación transitoria pero llena de sentido porque prefigura ya algo de la Resurrección. Allí el tiempo no existe, al igual que para Pedro para nosotros la Trasfiguración es un oasis de la Caridad, dónde nuestra existencia transcurre en el gozo de la contemplación. Y esa realidad de resurrección es pregustada por nosotros en la acción cultual de la Sagrada Liturgia.

Dos veces Cristo ha dejado entrever su misterio en dos “juegos” respectivamente: ha hecho entrar simbólicamente a los Apóstoles en el misterio de la Eucaristía, que prefigura su muerte –juego de la muerte–; y también les ha concedido percibir la trascendencia de su naturaleza divina –juego de la resurrección–, anunciando así su resurrección, llevándolos a reconocerlo como el Mesías.

Finalmente, a estos “juegos propedéuticos” de la eternidad estamos llamados hoy en el seguimiento de Cristo Jesús, para así reconocerlo verdaderamente como el Mesías. Nos toca como cristianos “jugar a ser otro Cristo” y para ello será necesario – cómo él lo hizo- caminar por el sufrimiento y las lágrimas antes de confesarlo como lo que es en verdad: El Siervo doliente llamado a la Resurrección.

Fray Francisco M. Giuffrida OP
Mendoza, Argentina

Imagen: Miniatura del Evangelio armenio | Fecha: 1038g. | Matenadaran, Ereván, Armenia.

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