El atributo del sol
Entre los atributos que adornan la imagen del Doctor Angélico en sus diversas pinturas o esculturas podemos destacar la paloma susurrándole al oído, el birrete doctoral o el capelo que cubre su cabeza, el sol en el pecho, la hostia, el copón o el ostensorio en la mano, la maqueta de un templo apoyada en la mano, dos alas angelicales y el crucifijo con una banderola en la que leemos la inscripción “Bene scripsisti de me, Thoma…”[1]. Aunque esté lejos de ser exhaustiva, esta enumeración nos permite poner de manifiesto el hecho de que no sería posible, ni aún deseable, que la totalidad de los atributos propios de la iconografía de nuestro santo se encuentren simultáneamente en una misma obra. Evidentemente, son las pinturas las que se prestan mejor a un elenco más completo de atributos pudiendo incorporar, a la vez, figuras de diverso relieve, tanto del ámbito religioso como del secular. Baste con recordar, a este respecto, el “Triunfo de Santo Tomás de Aquino” de Benozzo Gozzoli, quien, habiéndose inspirado en el de Francesco Traini, destaca el motivo del sol[2].
Imagen de Santo Tomás de Aquino de la Basílica Nuestra Señora del Milagro de Córdoba (Argentina).
A imagen de Santo Domingo
Cuando observamos el sol en el pecho de santo Tomás de Aquino, pensamos inmediatamente en la luz y el calor que irradia su enseñanza sobre la Iglesia. Según el testimonio de fray Alberto de Brescia en el proceso napolitano de su canonización, el apelativo “luz de la Iglesia” le fue atribuido el mismo día de su muerte por san Alberto Magno, quien habría conocido el hecho por revelación divina. Relata el testigo que, sentado a la mesa en el refectorio, san Alberto irrumpió repentinamente en lágrimas diciendo: “Os digo graves rumores, que el hermano Tomás de Aquino, mi hijo en Cristo, que fue luz de la Iglesia, ha muerto…”[3]. Este bello testimonio pone de manifiesto por qué los frailes dominicos vemos realizado de un modo singular en santo Tomás el significado de la aclamación “Oh, luz de la Iglesia” con la que saludamos a nuestro padre santo Domingo de Guzmán al final de la oración de completas. De hecho, es la santidad tal como la encontramos plasmada en el primero, la que nos permite reconocer mejor lo que santa Catalina de Siena, teniendo en mente el inicio del Evangelio de Juan, decía del segundo: “Él asumió el oficio del Verbo, mi Hijo unigénito. Hasta parecía un apóstol en el mundo, tanta era la verdad y la luz con las que difundía mi palabra, disipando las tinieblas y dando luz…”[4].
Las palabras de esta santa dominica, doctora de la Iglesia, nos recuerdan, por una parte, que el oficio del Verbo en nuestros corazones responde a su modo de ser en la vida íntima de Dios Trinidad donde, procediendo del Padre como su Palabra, espira el Amor. En efecto, la misión invisible del Verbo no se verifica en cualquier iluminación intelectual, sino en aquella que prorrumpe en el afecto de la caridad[5]. Siguiendo el modelo de santidad ideado por santo Domingo, santo Tomás asumió este mismo oficio convirtiéndose en un “verdadero sol de nitidísima luz para las inteligencias y de calor fecundante para los corazones”[6]. Este aspecto del símbolo del sol fue puesto de relieve por León XIII, en la encíclica Aeterni Patris, publicada el 4 de agosto de 1879, día en que se celebraba entonces la memoria de santo Domingo[7]. Sobre este mismo significado del atributo insistiría, después, el papa Pío XI en su encíclica Studiorum ducem, del 29 de junio de 1923, con motivo del sexto centenario de su canonización, diciendo que el Aquinate fue: “un modelo acabado de santidad y de ciencia, simbolizado por el sol resplandeciente sobre su pecho, que ilumina las inteligencias con su luz e inflama las voluntades con el calor de sus ejemplos y de sus virtudes”[8].
Por otra parte, la emblemática frase de santa Catalina nos invita a reconocer a santo Tomás como un sol que ilumina con su luz potentísima no solo a la Iglesia, sino también al mundo entero, a la cultura sagrada tanto como a la secular. Este aspecto del simbolismo de la luz fue expuesto in extenso por san Pablo VI en un célebre documento que comienza con las sugestivas palabras: “Lumen Ecclesiae atque mundi universi”, escrito con ocasión del séptimo centenario de su muerte, el 20 de noviembre de 1974[9].
Sol de la Iglesia y del mundo entero
En su Introducción a Tomás de Aquino, Joseph Pieper decía que, en el siglo XIII, los ámbitos de la fe y de la razón podían ser identificados a partir de dos palabras clave, la Biblia y Aristóteles, recordando, a la vez, que se presentaban como dos terrenos a punto de excluirse mutuamente, “dos extremos aparentemente opuestos de forma inevitable, en cuya conjunción reconoció Tomás su tarea vital…”[10]. Para graficar este desafío colosal, el ilustre filósofo alemán recurría a una bella imagen de la mitología griega que nos permite reconocer mejor por qué, desde entonces, la luz del Sol de Aquino brilla esplendorosa sobre la Iglesia y el mundo:
Para describir la tarea intelectual con la que se encontró Tomás y que él se propuso acometer, hemos utilizado la imagen del ‘arco de Ulises’, cuyos extremos eran tan difíciles de aproximar que para ello se necesitaba una fuerza casi sobrehumana[11].
La fuerza descomunal de la inteligencia del Angélico Doctor, “de una vastedad, precisión y energía clarificadora del pensamiento que muy raramente pueden encontrarse en la historia del espíritu humano”, le permitió unir los extremos de Aristóteles y la Biblia, reconduciendo hacia su armonía definitiva una fuente interminable de dificultades y antinomias. Pieper precisaba, en fin, que el Aquinate supo realizar esta conciliación y armonización “de modo legítimo”, es decir:
de tal forma que, en primer lugar, se siguiera reconociendo la diferencia y también la irreductibilidad, la relativa autonomía, el derecho propio de ambos campos y que, en segundo lugar, se pusiese de manifiesto su unidad, su compatibilidad y la necesidad de su concordancia, no a partir de uno de sus miembros […], sino volviendo a una raíz más profunda[12].
¿Dónde encontró el Aquinate esta raíz común a Aristóteles y a la Biblia, a la filosofía y a la teología? El papa Benedicto XVI sugería la respuesta a este interrogante en la segunda de las catequesis que le consagró en el año 2010, al mostrar que el lugar de la convergencia y concordancia de la filosofía y la teología en su vida y en su enseñanza fue, en definitiva, el mismo “Logos divino, fuente de toda verdad, que actúa en el ámbito de la creación y en el de la redención”[13]. Porque asumió el oficio del Verbo, santo Tomás encontró en Él la fuente inagotable de esa luz que irradia sobre los ámbitos de la fe y la razón, de la cultura sagrada y la profana, delineando con precisión sus contornos propios y describiendo con claridad sus puntos de convergencia y la armonía natural que existe entre ellos, en correspondencia con la que se verifica entre los ámbitos de la naturaleza y de la gracia.
Podemos ver reflejadas las líneas maestras del conjunto de nuestras consideraciones en el “Triunfo”, en tres registros, de Benozzo Gozzoli, al que nos hemos referido al iniciar esta ponencia. En el registro central, santo Tomás, con el sol en su pecho, tiene como trono un sol que lo rodea y envuelve. En su regazo, observamos varios libros abiertos sobre los que sostiene la Summa contra gentes. De estas obras salen rayos que iluminan a Platón y a Aristóteles, situados respectivamente a su izquierda y a su derecha, y a Averroes quien, rendido a sus pies, se dispone a cerrar el libro que tiene entre manos. Un tercer sol, en el registro superior, contiene a Cristo bendiciendo con su mano derecha al mundo al que sostiene con su mano izquierda. Debajo de este sol divino se encuentran, formando dos columnas, autores inspirados que simbolizan el conjunto de la revelación bíblica. Nombrados de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo, ellos son el apóstol Pablo y Moisés, Juan y Mateo, Marcos y Lucas. Finalmente, en el registro inferior vemos una asamblea solemne y fastuosa de eclesiásticos y laicos, presidida por el papa Juan XXII[14]. Recibiendo la luz de Cristo, “Oriens ex alto” (Lc 1, 78), que resplandece en los escritores sagrados y en los grandes filósofos del pasado, la luz del Sol de Aquino brilla sobre la Iglesia y sobre el mundo entero.
El triunfo de Santo Tomás de Aquino (tempera en el panel). Benozzo di Lese di Sandro Gozzoli. Louvre, Paris, France (bridgemanimages.com).
Como la luz del sol a mediodía
No desconocemos que, para algunos de nuestros contemporáneos, como para tantos otros que los precedieron, la compaginación intelectual y existencial de la fe con la razón obrada por santo Tomás, aun cuando pueda haber sido un auténtico logro para su tiempo, no sería en la actualidad más que un ejemplo a imitar entre otros. Al inicio de la carta Lumen Ecclesiae, Pablo VI salía al encuentro de esta opinión, confirmando lo primero y rectificando lo segundo. Para ello, recurría a las figuras del “fastigio” y del “quicio” con las que simbolizaba respectivamente la cumbre de una corriente de pensamiento y el eje que, permitiendo el giro necesario, se convirtió en garantía de todo progreso saludable.
Decía, en efecto, que “por disposición de la divina Providencia, fue puesto por Sto. Tomás el fastigio supremo de toda la teología y filosofía ‘escolástica’, como se la llama comúnmente”, es decir, del pensamiento filosófico y teológico característico de su época. Pero añadía inmediatamente, para evitar todo malentendido, que con sus obras “fue fijado en la Iglesia el quicio primario en torno al cual, entonces y después, la doctrina cristiana ha podido girar y gozar de un seguro crecimiento”[15]. Volvemos a encontrarnos aquí la convicción expresada con insistencia por Pierre Roger en el panegírico de la primera fiesta del santo doctor; una convicción forjada en la experiencia de la continua oposición a su enseñanza, que recuerda las palabras del Evangelio de Juan sobre las tinieblas resistentes a la Luz (Jn 1, 5). Esta convicción se encuentra condensada en la siguiente frase del sabio monje medieval: “Vemos por experiencia que la doctrina de este santo ‒que se dice doctrina común‒ aunque fue impugnada con fuertes argumentos, permanece siempre y crece por los siglos de los siglos”[16].
Nosotros también podemos constatar, al inicio de este gran jubileo en honor del Sol de Aquino, que la luz con la que brilla sobre la Iglesia y el mundo, lejos de ser débil como la de un ocaso, “es clara como la luz del sol al mediodía” (Is 18, 4). Es esta luz, comparada a la del astro en su cenit, la que los frailes dominicos de Córdoba anhelamos que resplandezca sobre los fieles de nuestra basílica al contemplar el atributo del sol colocado en el pecho de nuestra humilde imagen del santo, con ocasión del séptimo centenario de su canonización.
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[1] Ver otros atributos en: J. Hernández Díaz, Iconografía de Santo Tomás de Aquino, en: Boletín de Bellas Artes, 2 (1974) 162-183.
[2] Para su descripción, ver A. Pérez Santamaría, “Aproximación a la iconografía y simbología de Santo Tomás de Aquino”, en: Cuadernos de Arte e Iconografía, 5 (1990) 31-54 (32-33).
[3] M.-H. Laurent (ed.), Fontes vitae S. Thomae Aquinatis. Fasciculus IV: Processus Canonizationis S. Thomae, Napoli (Revue Thomiste, Saint Maximin [Var], 1931), p. 265-406 (358). Las traducciones al español son de nuestra autoría.
[4] Santa Catalina de Siena, Dialogo della Divina Provvidenza, ESD, Boloña, 1989, p. 433-434.
[5] ST I, q. 43, a. 5, ad 2; cf. In Io., cap. 6, l. 5.
[6] Cf. S. Ramírez, Introducción a Tomás de Aquino, ed. BAC, Madrid, 1975, p. 219.
[7] Cf. León XIII, Enc. Aeterni Patris, en: ASS 12 (1879) 97-115 (108).
[8] Pío XI, Enc. Studiorum ducem AAS 15 (1923) 309-326 (310).
[9] San Pablo VI, Ep. Lumen Ecclesiae, en: AAS 66 (1974) 673-702.
[10] J. Pieper, Introducción a Tomás de Aquino. Doce lecciones, ed. Rialp, Madrid, 2005, p. 134.
[11] Ibid.
[12] Ibid., p. 136.
[13] Benedicto XVI, Audiencia general, 16.06.2010. Disponible en: https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2010/documents/hf_ben-xvi_aud_20100616.html
[14] Se trata, probablemente, de la asamblea del 18 de junio de 1323, en la que santo Tomás fue canonizado, aunque podría representar, también, otra asamblea reunida en Aviñón, cuatro días antes de la canonización, en la que Juan XXII pronunció las palabras que aparecen sobre su cabeza en el Triunfo. Cf. A. Pérez Santamaría, Aproximación a la iconografía, p. 32-33.
[15] San Pablo VI, Enc. Lumen Ecclesiae, 13, 1 (AAS) 686.
[16] M. H. Laurent, Pierre Roger, p. 168.
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Fuente: JUÁREZ, Fray Guillermo F. A. OP. “El atributo del sol en la iconografía de santo Tomás de Aquino”, ponencia presentada en XLVII Semana Tomista. El legado de Santo Tomás de Aquino a 700 años de su canonización, 14 de septiembre de 2023. Texto completo aquí.