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La tierra es el corazón de los hombres

Domingo XI

 

13 de junio de 2021
Ez 17, 22-24 | Sal 91, 2-3.13-14.15-16 | 2Co 5, 6-10

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 4, 26-34

Queridos hermanos:

No toda verdad puede ser entendida por todos. El hombre es temporal: se desarrolla y crece con el tiempo. Crece su cuerpo y necesita crecer también en su alma, en el conocimiento y en el querer. Nadie nace sabio, sino que se necesita del ejercicio constante de las capacidades para alcanzar la sabiduría. Se trata de un proceso gradual, en el cual se va comprendiendo lo que antes no se comprendía. Y por eso no todos pueden entender, sino cada uno según su medida.

Ahora bien, Dios, que quiere enseñarnos el conocimiento de la verdad, adapta su enseñanza al hombre de tal modo que, como verdadero Maestro interior, le enseña con pedagogía adecuada. Así escuchamos en el evangelio de hoy que Jesús le hablaba a la multitud con parábolas “según podían entenderlo”. Pero hablar con parábolas ¿no es más difícil de entender? ¿No sería mejor haber enseñado de forma más explícita? Pues no, precisamente la parábola es lo que mejor respeta la capacidad del hombre y la dignidad de la doctrina.

Veamos por qué. La parábola enseña una cosa espiritual bajo figura de otra corporal. Y cada uno entiende más o menos según su capacidad de comprender el sentido espiritual de esa figura. De este modo quedan ocultos muchos significados a los principiantes (para quienes podría ser perjudicial escuchar algo que podrían mal interpretar por ser demasiado elevado para ellos) al mismo tiempo que se ofrece la posibilidad de captar significados más y más profundos a los avanzados. Por eso, nuestro Señor hablaba encubiertamente a la multitud indiscreta, pero a sus discípulos les explicaba todo en privado. A estas cuatro cosas tenía que atender Cristo: presentar la doctrina de tal modo que, por un lado, llegase a la mayor cantidad de oyentes, y, por otro, no fuese inaccesible para los principiantes, ni elemental para los avanzados, ni ridiculizada por los incrédulos. Todo lo cual lo cumplió enseñando en parábolas públicamente y explicándolas en privado. Cuidemos también nosotros no aventar indiscretamente los misterios de la doctrina cristiana cuando haya peligro de que esa verdad sea despreciada.

Atendamos a la primera de las dos parábolas que se nos proponen hoy. Dice el Señor: “el Reino de los cielos es como un hombre que echa la semilla en la tierra…” Después de la parábola del sembrador, nos enseña otra parábola relativa a la siembra. La principal diferencia entre ambas parece ser que, mientras aquella se centra sobre los diversos terrenos que no dan fruto, ésta se centra sobre quienes reciben la semilla y dan fruto. El Reino de Dios figurado en el hombre que siembra es Cristo y su Iglesia. Ya sabemos que la semilla es la palabra de Dios, es decir, el Evangelio, con el cual Cristo iluminó al mundo y que la Iglesia predica a todos los pueblos. La tierra es el corazón de los hombres. La semilla crece sea que este hombre duerma o se levante, lo cual, si lo interpretamos de Cristo, significa su muerte y resurrección. La semilla crece de noche y de día, es decir, en todo tiempo, tanto en los tiempos agradables o prósperos (que está significado por el día) como en los adversos y tristes (que está significado por la noche). El dormir y levantarse significa también la confianza en Dios que descarga en él todas las preocupaciones sabiendo que de él depende el crecimiento. Ésta parece ser la norma de la predicación, ocuparse de anunciar el Evangelio sin desesperanzarse ni desanimarse si no se ven frutos o si parece poca cosa, sino esperar de Dios todo el fruto del apostolado. Además, que la semilla crezca sin que el hombre sepa cómo, significa que la obra de Dios es invisible. Dios obra en el corazón de los hombres sin que lo percibamos. Y por eso nunca debemos dar por inútiles nuestras palabras, aun cuando sean rechazadas, ya que pueden estar obrando algo en los demás que no alcanzamos a ver.

Luego, el Señor dice que “la tierra por sí misma produce” para que entendamos que la gracia de Dios no obra violentando la libertad del hombre ni su voluntad, sino que la gracia eleva la libertad humana haciéndole querer. El hombre por las obras buenas que realiza con el auxilio de la gracia se hace realmente merecedor de recompensa. El tallo, la espiga y el grano significan los tres estados o edades de la vida espiritual: primero el inicio, luego el progreso, finalmente la perfección. Primero tenemos la hierba tierna, es decir, cristianos cuya vida sobrenatural peligra de ser destruida fácilmente; luego, tenemos la espiga robusta que ya puede resistir las tentaciones y pruebas de la vida; finalmente, el grano significa a los santos y perfectos que son fecundos, es decir, arrastran a los demás hacia Dios. Por último, la hoz que se aplica y el tiempo de la cosecha significan el fin del mundo y el juicio en el cual Dios separa y guarda a sus elegidos para darles su recompensa.

Fray Alvaro María Scheidl OP
San Miguel de Tucumán

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