La vida Religiosa

Seguimos a Jesús

Hoy más que nunca hay necesidad de personas consagradas que, antes de comprometerse en una u otra noble causa para cambiar el mundo, se dejen transformar a sí mismos por la gracia de Dios y se conformen plenamente al Evangelio. Más que con obras o palabras, se trata de una existencia transfigurada que se vuelve capaz de sorprender al mundo al manifestar las maravillas que Dios obra en la frágil humanidad de las personas llamadas.
La vida religiosa es un don de Dios, una especial gracia de intimidad con Cristo; una experiencia de amor hasta tal punto íntima y fuerte que se experimenta que se debe responder con la entrega incondicional de la vida, consagrando todo en manos de Dios, dejando todo –aún cosas buenas- para estar con Él y ponerse a su servicio y el de los hermanos.
Esta vida sólo es posible entablando una relación particular con Jesucristo, del mismo modo en que Él, en su vida terrena, la estableció con algunos de sus discípulos al invitarles a poner la propia existencia al servicio del Reino de Dios, de dedicarse a Él con corazón indiviso, dejando todo e imitando más de cerca su forma de vida.
En definitiva, la vida religiosa significa hacer de Cristo el centro de la propia vida, reproduciendo en uno mismo esta manera de vivir en castidad, pobreza y obediencia que escogió el Hijo de Dios al venir al mundo.

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Sacerdotes

Hechos cooperadores del orden de los obispos por la ordenación sacerdotal, tenemos como oficio propio la función profética por la cual, habida cuenta de las condiciones de personas, tiempos y lugares, el Evangelio de Jesucristo es anunciado en todas partes con la palabra y el ejemplo, a fin de que la fe nazca o informe más profundamente toda la vida para edificación del cuerpo de Cristo, la cual tiene su coronación en los sacramentos de la fe.

Siendo la Eucaristía el centro de la vida de la Iglesia y fuente y cumbre de toda la evangelización, los frailes consideramos con atención la gracia de este singular misterio, procurando valorar su importancia tanto para la propia salvación como para la de los demás, tratando de persuadir a los fieles de su eficacia y fecundidad para que participen piadosa, activa y frecuentemente en la fracción del pan.

Además, el sacramento de la penitencia y la administración del mismo está íntimamente ligado con el ministerio de la palabra, ya que la conversión del corazón que intenta infundir la predicación se consuma con el perdón y la reconciliación con Dios y con la Iglesia, y también contribuye a la iluminación de la conciencia y al progreso en el espíritu evangélico.

Hermanos cooperadores

Los frailes cooperadores tienen parte en el apostolado de toda la comunidad, no sólo con su trabajo con el que atienden a las necesidades del convento, sino también con el ministerio propiamente dicho, tanto cooperando con los frailes presbíteros, como desempeñando una actividad apostólica según sus cualidades.

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