Sagrada Familia

Sagrada Familia de Jesús, María y José

Liturgia de la Palabra

Tu heredero será alguien que nacerá de ti

Lectura del libro del Génesis     15, 1-6; 17, 5; 21, 1-3

En aquellos días, la palabra del Señor llegó a Abrám en una visión, en estos términos:
«No temas, Abrám.
Yo soy para ti un escudo.
Tu recompensa será muy grande.»
«Señor, respondió Abrám, ¿para qué me darás algo, si yo sigo sin tener hijos, y el heredero de mi casa será Eliezer de Damasco?» Después añadió: «Tú no me has dado un descendiente, y un servidor de mi casa será mi heredero.»
Entonces el Señor le dirigió esta palabra: «No, ese no será tu heredero; tu heredero será alguien que nacerá de ti.» Luego lo llevó afuera y continuó diciéndole: «Mira hacia el cielo y si puedes, cuenta las estrellas.» Y añadió: «Así será tu descendencia.»
Abrám creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación. Y le dijo: «Ya no te llamarás más Abrám: en adelante tu nombre será Abraham, para indicar que Yo te he constituido Padre de una multitud de naciones».
El Señor visitó a Sara como lo había dicho, y obró con ella conforme a su promesa. En el momento anunciado por Dios, Sara concibió y dio un hijo a Abraham, que ya era anciano. Cuando nació el niño que le dio Sara, Abraham le puso el nombre de Isaac.

Palabra de Dios


SALMO
     Sal 104, 1b-6. 8-9

R.
 El Señor, se acuerda eternamente de su Alianza.

¡Den gracias al Señor, invoquen su Nombre,
hagan conocer entre los pueblos sus proezas;
canten al Señor con instrumentos musicales,
pregonen todas sus maravillas! R.

¡Gloríense en su santo Nombre,
alégrense los que buscan al Señor!
¡Recurran al Señor y a su poder,
busquen constantemente su rostro! R.

Recuerden las maravillas que él obró,
sus portentos y los juicios de su boca.
Descendientes de Abraham, su servidor,
hijos de Jacob, su elegido. R.

El se acuerda eternamente de su alianza,
de la palabra que dio por mil generaciones,
del pacto que selló con Abraham,
del juramento que hizo a Isaac. R.

 

La fe de Abraham, de Sara y de Isaac

Lectura de la carta a los Hebreos     11, 8. 11-12. 17-19

Hermanos:
Por la fe, Abraham, obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en herencia, sin saber a dónde iba. También por la fe, Sara recibió el poder de concebir, a pesar de su edad avanzada, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y por eso, de un solo hombre, y de un hombre ya cercano a la muerte, nació una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e incontable como la arena que está a la orilla del mar.
Por la fe, Abraham, cuando fue puesto a prueba, presentó a Isaac como ofrenda: él ofrecía a su hijo único, al heredero de las promesas, a aquel de quien se había anunciado: De Isaac nacerá la descendencia que llevará tu nombre. Y lo ofreció, porque pensaba que Dios tenía poder, aun para resucitar a los muertos. Por eso recuperó a su hijo, y esto fue como un símbolo.

Palabra de Dios.


ALELUIA
     Hb 1, 1-2

Aleluia.
Después de haber hablado a nuestros padres
por medio de los profetas,
en este tiempo final,
Dios nos ha hablado por medio de su Hijo.
Aleluia.


EVANGELIO

El niño crecía, lleno de sabiduría

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     2, 22-40

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos.»
Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.

Palabra del Señor.

Predicación

Celebramos hoy la solemnidad de la sagrada familia de Nazaret. En este día la Iglesia nos invita a meditar acerca de aquella institución que es el fundamento esencial de toda comunidad.

Partiendo del Evangelio de hoy podemos destacar la insistencia de una frase que se repite cuatro veces en apenas diez versículos: «toma al niño y a su madre». En efecto, Dios se dirige a José dos veces señalándole lo que debía hacer y, a su vez, el evangelista Mateo señala dos veces más lo que hizo San José.
Está expresión «toma al niño y a su madre», como llevamos dicho, en apenas diez versículos se repite cuatro veces. De ahí que convenga preguntarnos qué quiere decirnos la palabra de Dios con esta insistencia ¿Cuál será la intención del autor sagrado? ¿Cuál es el propósito?

Entre varias respuesta podemos pensar podemos en este día destacar al menos dos cosas al respecto. En esta frase se nos quiere presentar tanto la apertura de la familia a Dios como la prontitud de la familia para poner por obra las cosas de Dios.

En cuanto a lo primero, la apertura de la familia a Dios, es siempre agradable recordar que una familia no la componen solamente los padres y los hijos, sino también que Dios tiene un lugar privilegiado en la familia. La familia fundada en esta perspectiva puede comprarse a esa parábola que habla de la casa edificada sobre la roca. La casa que es la familia y la roca que, como dice San Pablo, es Cristo (1Cor 10,4). De modo que las tempestades que sufre está casa, es decir, la familia, azotada por los vientos, las lluvias y las olas no pueden derribarla ni conocerla porque ella se mantiene firme en la Roca que es Cristo. Y por eso, en este sentido, debemos recordar que separar o cerrar la familia a la presencia de Dios es como construir nuestra familia sobre arena: frágil y endeble a los distintos avatares de la vida diaria.

El segundo punto a señalar está en la prontitud que debe haber en la familia para seguir la voluntad de Dios. Ya que una familia abierta a la presencia divina, como acabamos de decir, pero que no se cuida en poner por obra aquellas insinuaciones de la gracia es como una familia que decide ignorar a uno de sus miembros.

Ciertamente no siempre será fácil y sencillo seguir las realidades que Dios nos proponga (por ejemplo, como nos narra el evangelio de hoy acerca de la necesidad de José, María y Jesús de dejar su patria). Pero a pesar de las dificultades queda siempre el gozo de haber correspondido al plan de santidad que Dios tiene pensado, ya no para cada miembro de la familia, sino para toda la familia. Porque así como nuestra santidad está en abrirnos a la presencia divina y seguir sus inspiraciones; del mismo modo, la santidad familiar pasa por ese camino: la apertura hacia Dios y la puesta en práctica de sus divinas inspiraciones.

Pidamos este día a la Sagrada familia de Nazaret repetir en nuestro hogar ese divino modelo de familia en donde el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo viven en una comunión de amor en la cual se entregan mutuamente por toda la eternidad y por los siglos de los siglos. De modo que en nuestro hogar imitemos esa comunión de amor entre los esposos, los hermanos y los padres hacia los hijos y los hijos hacia los padres. Para que nuestras familias sean un fiel testimonio de la vida íntima de la familia de Nazaret y de la divina trinidad. Amén.

Fray Juan María Andrada OP
Tucumán

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