San Ignacio Delgado, obispo, San Andrés Dung-Lac, presbítero y compañeros mártires

Breve historia

San Ignacio Delgado Cebrián, obispo (1762-1838), nace en Villafeliche (Zaragoza) en noviembre de 1762. Es hijo del convento de Calatayud. Llega a Manila en 1786 y a Viét-Nam en 1792, Fue vicario provincial y luego obispo en 1794. Fue apresado en 1838 y expuesto a numerosos tormentos durante cuarentaicuatro dias, muriendo a consecuencia de ellos en la carcel el 12 de julio de 1838. Su cadáver fue decapitado y se pudo recobrar su cabeza. Sus virtudes mas notables fueron una gran paciencia, actividad misionera, prudencia y grandes dotes de gobierno. Fue beatificado por Leon XIII el 27 de mayo de 1900 y canonizado por Juan pablo II el 19 de junio de 1988.

Durante el siglo XVI, varias familias religiosas anunciaron el Evangelio en las diversas regiones del Vietnam. Mucha gente del pueblo recibió con alegría la Buena Noticia del Evangelio. Esta aceptación de la fe cristiana fue enseguida probada por la persecución. Durante los siglos XVII, XVIII y XIX, a pesar de que hubo breves intervalos de paz, muchos cristianos obtuvieron el don del martirio. Entre ellos hubo obispos, presbíteros, religiosos, religiosas, catequistas, tanto hombres como mujeres, y laicos de sexo y condición diversa. El papa Juan Pablo II canonizó ciento diecisiete mártires el día 19 de junio de 1988; este grupo de mártires estaba formado por noventa y seis vietnamitas, once misioneros dominicanos españoles y diez franceses. A petición del episcopado vietnamita, el mismo Papa ha introducido en el Calendario romano la memoria del presbítero Andrés Dung-Lac y sus compañeros.

Liturgia de las Horas

Invitatorio

Ant. Venid, adoremos al Sefior, rey de los mártires.

Oficio de lectura

Himno
Del Señor fieles testigos,
en las aguas bautismales,
vuestra alianza con Cristo,
para siempre consagrasteis.

La cruz con él compartida
sé troco en dicha inefable
y la aureola de Santos
en la gloria os Circunda:

Heraldos de paz divina,
que en el Oriente habéis muerto
los horrores de la guerra
alejad de los mortales.

Vuestra benigna mirada
volved a este triste valle
y enderezad nuestros pasos
por sendas que a Dios agraden.

A ti, Señor, te creemos
Hijo de Dios hecho carne
es la fuerza de tu Espíritu
la que aparece en el mártir. Amén.

Salmodia
Ant. 1 Se desató una violenta persecución contra la Iglesia y los que se dispersaron anunciaban la Palabra de Dios.
Salmos del Común de varios mártires.
Ant. 2 Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos hasta los confines del mundo.
Ant. 3 Purificados por muchas tribulaciones llegaron a ser amigos de Dios.

V. Cuando uno grita, el Señor lo escucha.
R. Y lo libra de sus angustias.

Segunda lectura
De la Carta apostólica Albae iam del papa Pio XII

(AAS 43, 1951, pp. 305-310)

Prefirieron morir por Cristo antes que mancillar sus almas

Las lejanas regiones del Asia oriental conocidas por el nombre de Tonquin ya desde el s. XVIII, consideraban con razón doradas para la siega. (Jn 4 35) Y a la verdad, habiendo recibido cien años antes la predicación del Evangelio por los hijos de Santo Domingo, produjeron para Cristo las primicias de sus mártires como abundantes y purpúreos frutos.

En el transcurso del tiempo las mismas regiones ofrecieron nuevos retoños de mártires, tanto españoles como indígenas, del árbol dominicano, de tal manera que podrían aplicarse a aquella zona estas palabras de Cristo: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron y vosotros recogéis el fruto de sus sudores. (Jn 4, 31) Efectivamente, durante el s. XIX, primero en 1830, después en 1861, con breves periodos de paz y tranquilidad, en los que las obras misionales tenían feliz resultado, se levantaron nuevas persecuciones contra los cristianos que dieron lugar a una nueva floración de la piedad y a espléndidos frutos de martirio. Y es que cuanto más se enfurecía la crueldad de los reyes contra los cristianos tanto mas resplandecía la fe inconmovible de éstos y mostraban un ánimo más esforzado.

Aunque su número es ingente, sólo algunos han sido elevados al honor de los altares por la autoridad de los Romanos Pontífices. Mas ahora nos complace según nuestro oficio apostólico, incluir en el catálogo de los beatos a los mártires que, modelados según las normas de santo Domingo de Guzmán y siguiendo las huellas de sus predecesores en Tonquin, derramaron su sangre por el nombre de Cristo en 1856 y 1962.

En estas dos persecuciones tampoco faltaron tiranos, ni engaños, ni insidias. A fin de que se ejecutasen más puntualmente las órdenes del rey y fuera mayor y más completa la ruina de los cristianos, se insistió en dos sentimientos del alma, a saber, la piedad primitiva para con los espíritus de los antepasados y el amor de la patria, como si los cristianos atacasen a la religión ancestral y a la libertad de los ciudadanos. Por lo cual en la sagrada Congregación de Ritos se ha discutido con mucho cuidado y diligencia la cuestión de si a los católicos se les quitó la vida como a enemigos del rey, o antes bien, por odio a la fe. Se ha visto más y más que se trató de un verdadero martirio, pues, tanto por parte de los dignatarios tonquinos como por parte de los fieles, siempre la cuestión principal fue acerca de la religión cristiana, hasta el punto de que lo mismo los europeos que los indígenas prefirieron con firmeza morir por Cristo antes que mancillar sus almas.

Responsorio                                                                                                   Cf. Ga 6, 14; Flp 1, 29
V. Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo: en él esta nuestra salvación, vida y resurrección. * El nos ha salvado y liberado.
R. Dios os ha dado la gracia de creer en Jesucristo« y aun de padecer por él. * El nos ha salvado y liberado.

Otra:
De las Cartas de san Valentín de Berrio-Ochoa, obispo y mártir

(Carta a la Sagrada Congregación de Propaganda Fide 1-7-1859: Cartas y escritos del B. Valentín de Berrio-. Bilbao 1951, pp. 231-233)

Veneraron el signo de nuestra redención

Los mandarines de los tonquines sembraron los caminos públicos de cruces y de imágenes de Jesús, crucificado, poniendo centinelas que observasen |g viajeros al pasar por los puntos donde estaban colocadas las cruces. El que al ver el signo de nuestra redención se detenía o cambiaba de rumbo, ya daba suficiente testimonio de la fe que profesaba, y a los centinelas no les quedaba duda de que, quien tal veneración mostraba hacia la imagen de Jesús, reconocía a este Señor por su Dios.

Se echa, pues, sobre él y lo presenta a los mandarines y ceba su furor en la mansedumbre del disc pulo de la cruz, causándole gravísimas molestias. Y he aquí la causa porque muchísimos cristianos necesitados a buscar alimentos en otros pueblos, se encierran en el recinto de sus pueblos, experimentando los horrores del hambre y de la miseria, no ver comprometida su fe y exponerse al peligro negar a Jesús ante los hombres.

La puerta de la capital de Nam Dinh se ha hecho intransitable; aquí no solamente hay una cruz muchas en cada puerta. En la que mira al oriente al occidente y septentrión, están colocadas de manera que cualquiera que pasa por ellas tiene que pisar alguna cruz.

Mas no son las puertas las únicas que impiden el paso al cristiano; en la cárcel hay tres cuerpos de guardias y cada cuerpo tiene que velar sobre una cruz. Gracias a Dios que el presidente de los guardias no tiene mal corazón como el gobernador general y se ha conseguido que, cuando el cristiano lleva la comida a los presos, mande retirar la cruz y dejarle el paso libre.

No para aquí el odio de estos mandarines contra el Crucificado. Han inventado otros nuevos modos de despreciar a nuestro divino Salvador: han colgados las cruces a la inversa de la proa, en el timón y en los palos de los barquichuelos pescantes, sin distinción de cristianos y de gentiles; y cuando el gran mandarín sube y baja por los ríos, allí ve la imagen de Aquél, en cuyo nombre toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra, en el abismo (Flp 2, 10), convertida en objeto más vil y tratada con el mayor escarnio y vituperio.

¡Oh día grande del Señor y lleno de amargura! (Sf 1, 14) ¡Y cómo se dilata vuestra llegada! ¡Oh Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo! ¿Cuándo harás de todos los enemigos de tu Hijo estrado de sus pies? (Hch 2, 35)

Entretanto que así clamamos al Padre de misericordia y Dios del consuelo, (2Co 1, 3) pedimos a Vuestras Grandezas que en todas sus oraciones, súplicas y acciones de gracias (Flip 4,6) hagan memoria de nosotros y de cuantos se nos han confiado para confirmarlos en Ja fe; a fin de que Dios nuestro Señor se digne mirarnos con ojos de misericordia y rompa el yugo de nuestra esclavitud; (Cf Ga 5, 1) 9, si no, avive nuestra fe, anime nuestra esperanza, inflame nuestra caridad y robustezca nuestro pecho para pelear varonilmente y triunfar del enemigo, muriendo por su santo nombre.

Nosotros, por nuestra parte, no nos olvidamos de levantar nuestras manos al cielo y pedir a Dios derrame los raudales de su gracia sobre Vuestras Grandezas y sobre todas las personas que con sus limosnas sostienen nuestra existencia y la de muchos neófitos.

La última perfección de la caridad es el premio de tanta caridad. Amén.

Responsorio
R. Mientras vivimos continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; * Para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.
V. Aunque nuestro hombre interior se vaya deshaciendo nuestro interior se renueva de día en día. * Para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.

Laudes 

Himno
Nuestros mártires invictos,
en libertad y ya salvos,
gozan la vida del cielo,
lucen al lado del padre.

Con fe invicta combatieron,
dieron por ella su sangre,
su muerte a Ja muerte vence;
dando su vida en precio.

Jugó el verdugo con ellos,
prolongó sus sufrimientos:
inmenso dolor corona
una acerbísima muerte.

Revestidas sus estolas,
de su sangre enrojecidas,
brillan ya, fuertes por siempre,
coronados en los cielos.

A la Trinidad eterna,
alabanza y gloria sean
pues sobre nosotros reinan
por los siglos sempiternos. Amén.

Salmodia
Antífona 1
Serie A Yo no me avergüenzo del Evangelio: es la fuerza de salvación de Dios para todo el que cree.
Serie B Por eso están ante el trono de Dios dándole culto día y noche.

Antífona 2
Serie A Tuvimos valor, apoyados en nuestro Dios, para predicaros el Evangelio de Dios en medio de fuerte oposición.
Serie B Nosotros no debemos gloriarnos sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.

Antífona 3
Serie A Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas.
Serie B Dichosos los que han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero.

Lectura breve                                                                                                                  1P 4, 13-14
Queridos hermanos: estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo. Si os ultrajan por el nombre de Cristo, dichosos vosotros, porque el espíritu de la gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros.

Responsorio breve
V. Los justos, * Viven eternamente.
R. Los justos, * Viven eternamente.
V. Reciben de Dios su recompensa.
R. Viven eternamente.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Los justos, * Viven eternamente.

Benedictus
Ant. Te alabamos, Señor, junto con tus santos mártires, a los que hiciste valerosos en la hora de la prueba con el poder de tu Espíritu.
O bien, especialmente con canto: ant. ¡Señor, que me oprimen; sal fiador por mi pues no sé qué responder a mis enemigos!

Preces propias, o del Común de mártires.

Oración
Dios todopoderoso y eterno, que diste fortaleza q bienaventurado N. y compañeros mártires para sacrificar su vida por ti en las tierras del Viét-Nam; concédenos, por su intercesión, confirmar con el testimonio de nuestras obras la fe que ellos extendieron y rubricaron con su sangre. Por nuestro Señor Jesucristo.

Vísperas 

Himno
Con qué voz con qué alabanza
describiremos su muerte;
con qué himnos cantaremos
sus sufrimientos inmensos.

Ellos siguieron a Cristo
dándole su débil cuerpo;
nuestras suplicas escuchan,
colocados ya en el cielo.

Su vida la dedicaron
a servir al Evangelio,
uniendo nuevos países
en el vinculo de Cristo.

Nosotros no somos dignos
de que nos escuche Cristo,
los mártires intercedan
como patronos benignos.

Gloria sea al Padre eterno,
al Hijo y al Santo Fuego
que siempre desde los cielos
a los hombres nos ayudan. Amén.

Salmodia
Antífona 1
Serie A A toda Ia tierra alcanza su pregón y hasta los limites del orbe alcanza su lenguaje.
Serie B El que venza se vestirá todo de blanco y no borraré su Nombre del libro de la vida.

Antífona 2
Serie A No seréis vosotros los habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.
Serie B Ellos vencieron al dragón con la sangre del cordero y con la palabra del testimonio que dieron.

Antífona 3
Serie A Llenos del Espíritu Santo anunciaban con valentía la palabra de Dios.
Serie B El buen pastor da su vida por sus ovejas.

Lectura breve                                                                                                              Hch 15, 7b-9
Dios me escogió para que los gentiles oyeran de mi boca el mensaje del Evangelio y creyeran. Y Dios, que penetra los corazones, mostró su aprobación dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros. No hizo distinción entre ellos y nosotros, purificado sus corazones con la fe.

Responsorio breve
V. Alegraos justos, * Y gozad con el Señor.
R. Alegraos justos, * Y gozad con el Señor.
V. Aclamadlo, los de corazón sincero.
R. Y gozad con el Señor.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Alegraos justos, * Y gozad con el Señor.

Magnificat
Ant. Los sufrimientos de ahora y pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá.
O bien, especialmente con canto: ant. Al que salga vencedor le daré mana escondido y un nombre huevo.

Las preces propias, o del Común de varios mártires.

Oración
Dios todopoderoso y eterno, que diste fortaleza al bienaventurado N. y compañeros mártires para sacrificar su vida por ti en las tierras del Viét-Nam concédenos, por su intercesión, confirmar con el testimonio de nuestras obras la fe que ellos extendieron y rubricaron con su sangre. Por nuestro Señor Jesucristo.

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