Santos Lorenzo Ruiz, Domingo Ibáñez de Erquicia y compañeros mártires

Breve historia

 

San Lorenzo Ruiz de Manila
Hijo de padre chino y madre filipina, nació en Binondo, Manila, en 1600. Sirvió desde muy joven en el convento e iglesia de los dominicos Binondo, donde recibió formación cristiana. Llegó a ser escribano y llevó una vida de piedad y dedicación a hacer obras de caridad. Contrajo matrimonio y tuvo tres hijos. Hacia 1636 fue acusado de complicidad en un homicidio y, perseguido por la justicia, buscó refugió en los dominicos. Gracias a la intervención del padre Antonio González pudo salir de la embarazosa situación.
Justamente por entonces el padre Antonio González preparaba la expedición a Japón, y Lorenzo, con intención de saltar a tierra en Macao, se adhirió al grupo de pasajeros. Pero, debido a los vientos, el barco se desvió a Okinawa, donde fueron todos arrestados y encarcelados. Fue durante el año que permanecieron recluidos en la prisión de Okinawa cuando se robusteció la fe de Lorenzo hasta el punto de decidirse a confesar ante los perseguidores sus convicciones cristianas.
La prueba tuvo lugar al verse ante el tribunal de Nagasaki. Aunque vacilante al principio, luego recuperó el coraje de declararse cristiano y «dispuesto a dar mil veces la vida por Dios». Confiado en la intercesión del padre Antonio, sacrificado antes que él, se atrevió incluso a retar a los jueces: «Ahora ya podéis hacer de mí lo que bien os parezca». Durante el paseo por la ciudad, fue rezando oraciones y jaculatorias y, ya en la colina de Nishizaka, sufrió la tortura del agua ingurgitada que soportó con heroica entereza y paciencia. Murió el 29 de septiembre de 1637 y sus cenizas fueron arrojadas al mar. Es el primer santo mártir de la Iglesia filipina.

Santo Domingo Ibáñez de Erquicia
Nacido en Régil (Gipúzcoa) en 1589, ingresó en la orden dominicana en el convento de San Telmo de San Sebastián. Siendo todavía estudiante de teología se alistó para predicar el Evangelio en el lejano Oriente y en 1611 se encontraba ya en Filipinas. Un año después recibió la ordenación sacerdotal en Manila y le fue encomendado el ministerio en Pangasinán, luego en Binondoc y posteriormente en Manila, como profesor del colegio de Santo Tomás.
Por el año 1622 sólo quedaban en Japón dos misioneros dominicos y los superiores decidieron enviar a aquel país a cuatro religiosos. El padre Domingo Ibáñez de Erquicia fue uno de ellos y en octubre de 1623 desembarcó en Nagasaki, con tan mala fortuna que, apenas puesto el pie en tierra nipona, salió un decreto shogunal que prohibía a los españoles permanecer en el país y cortaba radicalmente las relaciones con Filipinas. En efecto, el padre Domingo con sus compañeros zarparon, pero, tras navegar unas ocho leguas, una pequeña embarcación, preparada por el padre Domingo Gastellet, salió a su encuentro y los devolvió a la costa japonesa. Comenzaron entonces una vida de clandestinidad.
Superior de la misión dominicana durante diez años, el padre Ibáñez realizó heroicos esfuerzos para confortar a los cristianos, reconciliar a los apóstatas y administrar los sacramentos en medio de huidas, caminatas nocturnas, escondites en cuevas y en montones de paja. Y, al fin, muy buscado por las autoridades, fue recluido en la cárcel de Nagayo, en Ómura. [Fue torturado] y entregó su alma al Señor el 14 de agosto de 1633. Su cadáver fue reducido a cenizas para que los cristianos no veneraran sus restos.

 

Liturgia de las Horas

 

Del Común de varios mártires.

Invitatorio

Ant. Venid, adoremos al Cordero de Dios inmolado cuyos testigos fueron Lorenzo, Domingo y sus compañeros.

Oficio de lectura

El himno como en Laudes.

Donde se celebra como Fiesta.
Salmodia
Ant. 1 Porque se sometieron a la muerte con Cristo, Dios los exaltó con él en la gloria.
Salmos del común de carios mártires.
Ant. 2 En medio de los tormentos los santos mártires oraban: Mira, Señor, cómo nos amenazan y da a tus siervos valentía para anunciar tu Palabra.
Ant. 3 Completaron en su carne los dolores de Cristo sufriendo por su cuerpo, que es la Iglesia.

V. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia.
R. Pues de ellos es el reino de los cielos.

Segunda Lectura
De las Cartas de santo Domingo Ibáñez de Erquicia, presbítero y mártir.

(Carta al Prior provicnial P. miguel Ruíz del 20 de enero y 5 de marzo de 1624; en Positio B. Dominici Ibáñez et XVI sociorum, SCCS, Romae 1979, pp. 99-100)

Sufrimos todo de buena gana por ser quién es: por Dios.

Las cosas de esta cristiandad andan muy apretadas. En la corte han martirizado más de setenta y entre ellos al padre Francisco Gálvez, de la Orden de san Francisco y al padre Jerónimo de los Ángeles, de la compañía de Jesús, y a uno llamado Tono (Simón Iempo) y a algunos criados del mismo emperador. Casi todos fueron asados vivos. Dos días hace que llegó a un pueblo, que está a media legua de éste donde estoy, un juez contra los cristianos, y mañana ha de publicar sus edictos. Sírvase Dios de dar fortaleza a sus confesores.

Yo estoy aprendiendo la lengua; y si pasa adelante esta persecución, habré de confesar con la que sé, aunque no lo pensaba hacer hasta Cuaresma. Mis compañeros y fray Luis y fray Lucas están muy adelante con ella. El padre fray Pedro Vázquez está ya preso. Sólo el padre fray Domingo Castellet anda suelto y trabaja tanto de día y de noche, acudiendo a todas partes que parece que hay muchos de la Orden. El caerá en el lazo que le andan armando muchos para cogerlo. Pocos días ha que fueron a prenderlo más de cien hombres a la casa donde estaba, mas ya se había ido a otra.

El modo que aquí tenemos es éste: en anocheciendo salimos de la casa, adonde hemos estado de día, para irnos a otra, porque en ninguna podemos estar más de una noche. Confesamos luego a los enfermos que nos avisan. Tras esto, de camino en alguna casa, se juntan nuestros cristianos, y allí los confesamos hasta que quieran cerrar las puertas de las calles, que será como a las diez de la noche. A esta hora nos recogemos a la casa a donde hemos de pasar la noche y el día siguiente. Allí confesamos a los que acuden para haber de comulgar, en que tardamos hasta más de las doce comúnmente, y por veces más. Y algunas, antes de acostarnos, les decimos misa y comulgamos por ser muy tarde; y cuando no, nos levantamos antes de amanecer a hacer esto. Después, de día, confesamos la gente de casa y algunos muy conocidos del casero, porque no se atreven a meter mucha gente en casa por el rigor de la persecución que anda contra ellos.

Eso de mudar de casa lo hacemos cada noche, que es grandísimo trabajo, y más en invierno con el frio grande que hace aquí, nieves, lodos, aguas de noche y casi siempre descalzos de pie y pierna, por entre piedras que nos maltratan mucho, y a veces no basta mudar casa, sino que es menester mudar pueblo pasando fríos, barrancos y mil malos pasos a pie lloviendo Dios sobre nosotros. Y todo esto se lleva de buena gana, por ser por quién es.

Puedo decir en verdad que no me acuerdo de haber estado en toda mi vida en parte ninguna tan contento como aquí, por ver la devoción de estos cristianos y lo bien que luce en ellos nuestro trabajo.

Lo que pido a vuestra reverencia, padre mío, es que no desampare esta cristiandad, sino que procure enviar a ella algunos religiosos en su tiempo, y lo solicite en el de sus sucesores, que nosotros, de hoy a mañana, podrá ser demos en manos de la muerte. Dios descubra trazas como enviarlos, no obstante las que estos tiranos han dado para que no vengan. Pero sean tales cuales ha de menester una cristiandad tan perseguida: hombres de fuerzas para tantos trabajos como acá han de pasar, que por eso se lo escribo a vuestra reverencia, para que los escoja tales, y ellos sepan a lo que vienen, y midan allá sus fuerzas con ellos; si bien es verdad que no hay que fiar de las propias, sino de las que Dios sabe dará los que por su amor se ponen a andar en tantos peIigros. Cierto tenemos acá el socorro de sus oraciones de vuestra reverencia y de todos esos padres, para el cual socorro por lo menos no hay embargos, cuando los haya para todos los demás. Guarde nuestro Señor a vuestra reverencia.

Responsorio
R. Muerto de cansancio, sin dormir muchas noches con hambre y sed, a menudo en ayunas, con frío y sin ropa. * Si hay que presumir, presumiré de lo que muestra mi debilidad.
V. Y aparte todo lo demás, la carga de cada día, la preocupación por todas las comunidades. * Si hay que presumir, presumiré de lo que muestra mi debilidad.

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De la Homilía en la beatificación del beato Domingo Ibáñez de Erquicia y compañeros mártires del papa Juan Pablo II

(ASS 73, [1981] pp. 340-345

Unieron el sacrificio de sus sangre con el sacrificio de Cristo en la cruz

El Señor Jesús con su sangre redimió verdaderamente a sus siervos, los congregó de toda raza, lengua, pueblo y nación, para hacer de ellos un sacerdocio real para nuestro Dios (cf. Ap 5, 9-10). Los 16 bienaventurados mártires, por el ejercicio de su sacerdocio —el del bautismo o el de las órdenes sagradas— llevaron a cabo el más grande acto de culto y amor a Dios mediante el sacrificio de su sangre unido al propio Sacrificio de la cruz de Cristo. De esta manera imitaron a Cristo, sacerdote y víctima, en el modo más perfecto posible para una criatura humana (cf. S. Th. II-IIae, q. 124, a. 3). Era, al mismo tiempo, un acto del mayor amor posible hacia sus hermanos, por motivo de los cuales todos nosotros estamos llamados a sacrificarnos a nosotros mismos, siguiendo el ejemplo del Hijo de Dios, quien se sacrificó a Sí mismo por nosotros (cf. 1 Jn 3, 16).

Pero la atractiva figura del primer mártir filipino no quedaría plenamente ilustrada en su contexto histórico sin encomiar el testimonio dado por sus quince compañeros, quienes sufrieron el martirio en 1633, 1634 y 1637. Ellos forman el grupo guiado por dos hombres: Domingo Ibáñez de Erquicia, vicario provincial de la misión japonesa y natural de Régil, en la diócesis española de San Sebastián; y Jacobo Kyu-hei Tomonaga, nativo de Kyudetsu, en la diócesis de Nagasaki. Pertenecían ambos a la provincia dominicana del Santo Rosario en las Filipinas, fundada en 1587 para la evangelización del Lejano Oriente. El grupo de compañeros de Lorenzo estaba formado por nueve sacerdotes, dos hermanos profesos, dos miembros de la Tercera Orden, un catequista y un guía-intérprete. Nueve eran japoneses, cuatro eran españoles, uno francés y otro italiano. Tenían un motivo para su testimonio evangélico: el motivo de San Pablo, bautizado por Ananías para llevar el nombre de Cristo a todas las naciones (cf. Act 9, 15): «Hemos venido a Japón solamente para predicar la fe en Dios y para enseñar la salvación a los pequeños y a los inocentes y al resto del pueblo». Así resumió el mártir Guillermo Courtet su misión ante los jueces en Nagasaki (cf. Positio, págs. 412, 414).

Esforcémonos por imitar el compromiso de fe y la fidelidad al compromiso de aquellos que, a lo largo de sus difíciles tareas misioneras, aceptaron con alegría y firmeza duros viajes, dificultades de clima, traición incluso de sus amigos, privaciones de toda clase y terribles torturas. Tan enamorados estaban ellos de la pasión de Cristo que pudieron gritar, como Miguel de Aozaraza contemplando las llagas de Cristo: «¡Qué preciosos claveles, qué sanguinolentas rosas derramadas por tu amor, Dios mío!» (cf. Positio. pág. 446)… Pidieron a María, como hizo Giordano Ansalone, que les permitiese recobrar la salud, de modo que pudiesen morir solamente como víctimas por Cristo (cf. Positio, pág. 298).

Este es el pleno significado de esta beatificación: alentar a todos los cristianos de Extremo Oriente y propagar la Palabra del Señor (cf. 2 Tes 3, 1). De un modo especial os digo esto a vosotros, filipinos, que formáis la única nación predominantemente católica en la parte oriental del continente de Asia. Es ésta una invitación que extiendo también a los demás cristianos de los países cercanos que bordean el Océano Pacífico como un símbolo de la larga búsqueda de Dios descrita por Santa Catalina de Siena: «Un mar profundo, donde cuanto más me sumerjo, más encuentro, y cuanto más encuentro, más te busco. Eres insaciable, pues llenándose el alma en tu abismo, no se sacia, porque siempre queda hambre de ti, Trinidad eterna, deseando verte con luz en tu luz» (Diálogo, cap. 167).

Amadísimos: En medio de los esfuerzos necesarios para nuestras vidas cristianas, y para propagar la luz de Cristo a lo largo de Asia y en todo el mundo, miremos hoy a estos celosos mártires que nos dan una profunda seguridad y una fresca esperanza al decirnos: «En todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó» (Rom 8, 37). Y éste es el misterio que celebramos hoy: el amor de Jesucristo, que es la luz del mundo. Amén.

Responsorio
R. La gente pensaba que cumplían una pena, pero ellos esperaban de lleno la inmortalidad. * Recibirán grandes favores.
V. Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí; los probó como oro en el crisol, los recibió como sacrificio de holocausto. * Recibirán grandes favores.

Laudes

Himno
Nuestra familia con gozo hoy recuerda,
solo en un día la memoria alegre,
de un numero inmenso de sus mártires
¡Qué excelsa Orden!

El cielo, morada de los ángeles,
no teme ya la destrucción del mundo,
pues de su propio seno a Cristo ofrece
tan gran regalo.

Al encuentro de Dios la Orden camina
de la grey de los mártires ornada,
Orden rica en piedad, brillas en ellos
con luz gloriosa.

Ningún furor se apaciguo sin gloria
para los nuestros, ni sin verter sangre;
la legión gloriosa de los mártires
cada vez crece.

Norma será del arte alabar siempre
la gloria de sus nombres, ya por Cristo
inscritos en el libro de la vida,
para el Juicio.

Honra, pues, a tus mártires ahora,
Orden gloriosa de santo Domingo,
ya que cuando sus cuerpos resuciten,
iras con ellos.

Loa sea al Padre y a ti, Cristo,
honor par sea al Santo Paráclito,
que el bien centuplicáis, si quien da poco,
lo da de veras. Amén.

Salmodia
Ant. 1
Serie A estad alegres, dice el Señor, porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.
Serie B Estos son los que despreciaron la vida del mundo y llegaron al reino celestial.
Los salmos se toman del común de varios mártires.
Ant. 2
Serie A Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos.
Serie B Estos son lo que vienen de la gran tribulación: han lavado sus mantos en la sangre del Cordero.
Ant. 3
Serie A A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.
Serie B AI pie del trono de Dios los santos claman: toma venganza por nuestra sangre, Dios nuestro.

Lectura breve
Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entréis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.

Responsorio breve
V. Aquí estoy * Para hacer tu voluntad.
R. Aquí estoy * Para hacer tu voluntad.
V. Llevo tu ley en las entrañas.
R. Para hacer tu voluntad.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Aquí estoy * Para hacer tu voluntad.

Benedictus
Ant. El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar.
O bien, especialmente con canto: ant. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Preces del común de varios mártires.

Oración
Oh Dios todopoderoso, que has querido que el martirio sea la expresión más perfecta de la fe que se predica; concédenos, te rogamos, por la intercesión del bienaventurado N. y compañeros, ratificar con una vida santa la fe que profesamos de palabra. Por nuestro Señor Jesucristo.

Vísperas

Himno
Alzando palmas de triunfo,
nuevos mártires te aclaman,
por sus méritos, oh Cristo,
escucha nuestras plegarias.

De su noble y fértil sangre
brote nueva edad dorada
de fieles, que con sus vidas
presten eco a tu palabra.

Tu Iglesia viva pujante,
el amor en todos arda,
haz que aumenten tus ministros
en servicio de las almas.

Envía la paz al mundo,
que el mundo no puede darla,
porque los dones divinos
manan de fuente más alta.

Por la sangre de tus siervos
la juventud brille sana,
y resplandezca en los hombres
el tesoro de tus gracias.

A ti, Redentor glorioso,
al atardecer pedimos
que con tus mártires siempre
te cantemos en la patria. Amén.

Salmodia
Ant. 1
Serie A He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido mi fe.
Serie B Los justos están en la presencia del Señor y no fueron separados de él; bebieron el cáliz del Señor y se llaman amigos de él.
Los salmos se toman del común de varios mártires.
Ant. 2
Serie A Entregaron sus vidas por el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Serie B Nosotros no debemos gloriarnos sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.
Ant. 3
Serie A Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas, dice el Señor.
Serie B El que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendré la luz de la Vida.

Lectura breve
Dios me escogió para que los gentiles oyeran de mi boca el mensaje del Evangelio, y creyeran. Y Dios, que penetra los corazones, mostró su aprobación dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros. No hizo distinción entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones con la fe.

Responsorio breve
V. Alegraos, justos, * Y gozad con el Señor.
R. Alegraos, justos, * Y gozad con el Señor.
V. Aclamadlo, los de corazón sincero.
R. Y gozad con el Señor.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Alegraos, justos, * Y gozad con el Señor.

Magnificat
Ant. Muchos tormentos sufrieron los santos antes de alcanzar la palma del martirio.
O bien: Estos santos mártires consolidaron admirablemente la unidad de la Familia dominicana en su generosa confesión de la fe mediante la muerte.
O bien, especialmente con canto: ant. Yo soy el buen pastor que apaciento a mis ovejas y doy la vida por las ovejas.

Preces del común de varios mártires.

Oración
Señor y Dios nuestro, prepáranos a sufrir como el bienaventurado N. y compañeros mártires, en el servicio a ti y a nuestros hermanos porque son dichosos en tu reino, los que sufren persecución por amor a la justicia. Por nuestro Señor Jesucristo.

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