humility-the-beauty-of-holiness-2

“Si quieres, puedes purificarme”

14 de febrero de 2021
Lev 13, 1-2.45-46 | Sal 31, 1-2.5.11 | 1Co 10, 31-33.11,1

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 1, 40-45

“Si quieres, puedes purificarme” ¡Qué hermosas palabras! En ellas se fusionan la petición humilde con la confesión del poder de Dios. Decir: “si quieres, puedes” es lo mismo que decir: “tú puedes todo cuanto quieres”. No pide directamente el favor de ser purificado, sino que confiesa que tal cosa está bajo el poder de Cristo. Al mismo tiempo que el leproso se somete a la voluntad divina, busca inclinarla a obrar el milagro.

Así también nosotros, al orar, debemos adecuarnos a la voluntad divina; de tal manera que cuando pidamos bienes temporales lo hagamos bajo la condición de que sean del agrado de Dios y para nuestro bien. Algunas cosas pueden no resultar de provecho nuestro, porque, aunque de suyo sean buenas, podemos utilizarlas mal. Cuántas personas arruinan su alma al alcanzar el empleo, la fama, la novia, la salud o la riqueza que tanto anhelaban. Dios es bondadoso, y sabe qué es lo que nos conviene y qué es lo que no nos conviene. Entonces, ese tipo de cosas que pueden resultar en daño para nosotros no debemos pedirlas sino bajo la condición de que sean según el querer de Dios. En cambio, las cosas que nunca pueden hacernos daño sino sólo bien debemos pedirlas de modo incondicionado. ¿Qué cosas nunca pueden hacernos mal? La humildad, la paciencia, la justicia, la fe, la caridad y todas las virtudes. Así debemos pedir a Dios poder vencer los vicios de los cuales es figura la enfermedad corporal de la lepra. Hagamos nuestra la oración del leproso: “Señor, si quieres, puedes purificarme”.

Y Cristo manifiesta su poder divino al decir: “quiero, sé purificado”. Así como al principio había dicho “hágase la luz” y la luz fue hecha, así ahora dice: “quiero, sé purificado” y la curación se obra; porque “el Señor todo lo quiere lo hace” (Sal 135, 6). Su solo querer bastaba para obrar el milagro, pero agrega la palabra y el tacto para enseñanza nuestra. En la antigua ley quien tocaba a un leproso quedaba impuro, pero llega Cristo toca al leproso y, en lugar de quedar él impuro, el leproso queda puro. No podía Cristo, que es la pureza misma, ser alcanzado por ningún tipo de impureza. De esta forma nos revela que él estaba por encima de la antigua ley y que venía a llevar a cabo la purificación de los pecados que la ley no había logrado.

Luego, Jesús despide al hombre sano advirtiéndole que no le dijera nada a nadie. Pero el favorecido difunde la noticia. Puede llamarnos la atención que obre contra lo que le había dicho Jesús. Con esto nos enseña que, aunque el benefactor no lo necesite, conviene que el favorecido sea agradecido y dé buena fama. Y dice san Gregorio (19 Moral., cap. 18) que esto es tan importante que debe hacerse incluso contra su querer. Porque se divulga no por vana gloria sino en provecho de los demás. En efecto, a Cristo no le interesaba la fama mundana, y así nos da una lección de los sentimientos de humildad que debemos tener. Pero de todos modos la noticia se difunde, porque la necesidad espiritual del prójimo se impone sobre la modestia personal.

Además, el Señor mandaba guardar el secreto del milagro porque muchos entendían mal al Mesías, es decir, de una manera carnal; como si él hubiera venido a instaurar un reino terrenal. Él no quería que se lo considere de esa manera, y por eso, mientras no había sido revelado el misterio de la cruz, mandaba guardar en secreto los milagros. Pero donde no existía tal peligro de mala interpretación, mandaba proclamar abiertamente los beneficios. Como lo hizo con el endemoniado Geraseno, que después de expulsar los demonios le dijo: “Vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho por ti. Él se fue y proclamó en toda la ciudad lo que Jesús había hecho por él” (Lc 8, 39).

Atendamos cuán importante es que proclamemos a los demás las grandezas de Cristo, que debemos hacerlo incluso contra su amor a la modestia. Pero fuera de ello, nos da ejemplo de modestia para que lo imitemos guardando silencio y recato sobre nuestras buenas obras. La modestia, en efecto, rehúye la exposición pública inútil, modela los gestos haciéndolos sencillos y no ostensorios, regula el vestir para que no sea arrogante, altivo o extravagante, sino simple y adecuado a las circunstancias. La norma del vestir se ajusta ciertamente al sujeto1: distinta es la modestia en el vestido en un astronauta que en un peón de campo. Procuremos, entonces, llevar vestimentas sobrias y simples que no busquen marcar superioridad ni resaltar atributos corporales. No es acorde a la modestia, queridos hermanos, el querer resaltar la musculatura o simular ser más alto. Al contrario, la modestia ama el ocultamiento a la frívola mirada pública y busca que nadie se forme una idea superior a la realidad.

Finalmente, notemos que Cristo ya no entra en las ciudades a predicar, sino que lo hace desde el desierto. Porque no era amigo del bullicio ni del alboroto, sino que quedándose en las afueras evitaba que se acercasen a él ociosamente y sólo por curiosidad. Salgamos también nosotros al desierto a ver a Cristo para que nos sane. El desierto es figura del abandono de las preocupaciones mundanas y de la búsqueda sólo de Dios.

Fray Álvaro María Scheidl OP
San Miguel de Tucumán, Argentina

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1 Porque es parte de la templanza, y la templanza tiene su justo medio en el sujeto.

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