Todos los Santos de la Orden de Predicadores

Breve historia

En la fiesta de hoy, instituida por Clemente X en 1647, recordamos con amor «a aquellos miembros de la familia dominicana que nos han precedido, dándonos ejemplo con su vida, compañía con su amistad y ayuda con su intercesión» para que «nos sintamos animados a imitarlos y se afirme el espíritu de nuestra vocación» (Cf. LCO, nn. 16 y 67).

 

Liturgia de las Horas

Invitatorio

Ant. Venid, adoremos a Dios que nos habla en sus santos.
O bien, ant. Venid, adoremos al Señor, Rey de reyes: * Porque él es la corona de todos los santos.

Oficio de lectura

Himno
Jesús corona celeste,
María, gozo del cielo
ángeles que veis a Dios
nuestra suplica escuchadnos.

Coros de los patriarcas,
escuadrones de profetas,
los apóstoles de Cristo,
mártires ensangrentados,

Grupo de los confesores,
vírgenes llenas de encanto,
rebaños de anacoretas:
recibid nuestros aplausos.

Y a esos ciudadanos vuestros,
que profesan nuestra regla,
hoy con gozo nuestra Orden
los recuerda en esta fiesta.

A esos padres admirables
alaban hoy estos hijos,
pues con vosotros comparten
el gozo grande del cielo.

Al Padre y al Hijo gloria
y al Espíritu de ambos,
a ellos vuestra feliz patria
celebra con himno eterno. Amén.

Salmodia
Ant. 1
El Señor protege el camino de los justos, que meditan su ley día y noche.

Salmo 14
Los santos habitan en la casa de Dios

En sus labios no hubo mentira: no tienen falta (Ap 14, 5).

Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda *
y habitar en tu monte santo?
El que procede honradamente
y practica la justicia; +
el que tiene intenciones leales *
y no calumnia con su lengua,
el que no hace mal a su prójimo, *
ni difama al vecino;
el que considera despreciable al impío *
y honra a los que temen al Señor.
El que no retracta lo que juró
aun en daño propio, +
el que no presta dinero a usura, *
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra, *
nunca fallará.

Ant. El Señor protege el camino de los justos, que meditan su ley día y noche.

Ant. 2 Admirable es tu nombre, Señor, porque coronaste de gloria y dignidad a tus santos y les diste el mando sobre las obras de tus manos.

Salmo 65
Las obras de Dios en sus santos

Hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios (Hch 14, 22).

I

Aclama al Señor, tierra entera: +
tocad en honor de su nombre, *
cantad himnos a su gloria.
Decid a Dios: « ¡Qué temibles son tus obras: *
Por tu inmenso poder
tus enemigos te adulan! »
Que se postre ante ti la tierra entera, +
que toque en tu honor, *
que toquen para tu nombre!
Venid a ver las obras de Dios, *
sus temibles proezas
en favor de los hombres:
transformó el mar en tierra firme, *
a pie atravesaron el río.
Alegrémonos con Dios, *
con su poder gobierna eternamente;
sus ojos vigilan a las naciones, *
para que no se subleven los rebeldes.
Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, *
haced resonar sus alabanzas;
porque él nos ha devuelto la vida *
y no dejó que tropezaran nuestros pies.
Oh Dios, nos pusiste a prueba, *
nos refinaste como refinan la plata;
nos empujaste a la trampa, *
nos echaste a cuestas un fardo:
sobre nuestro cuello cabalgaban, +
pasamos por fuego y por agua, *
pero nos has dado respiro.

Ant. Admirable es tu nombre, Señor, porque coronaste de gloria y dignidad a tus santos y les diste el mando sobre las obras de tus manos.

Ant. 3 El Señor enseñó a sus santos el sendero de la vida y los sació de gozo en su presencia.

II

Entraré en tu casa con víctimas, *
para cumplir mis votos:
los que pronunciaron mis labios *
y prometió mi boca en el peligro.
Te ofreceré víctimas cebadas, +
te quemaré carneros, *
inmolaré bueyes y cabras.
Fieles del Señor, venid a escuchar, *
os contaré lo que ha hecho conmigo:
a él gritó mi boca, *
y lo ensalzó mi lengua.
Si hubiera tenido yo mala intención, *
el Señor no me habría escuchado;
pero Dios me escuchó, *
y atendió mi voz suplicante.
Bendito sea Dios, +
que no rechazó mi súplica *
ni me retiró su favor.

Ant. El Señor enseñó a sus santos el sendero de la vida y los sació de gozo en su presencia.

V. Contemplad al Señor, y quedaréis radiantes.
R. Vuestro rostro no se avergonzará.

Primera Lectura
De la carta de san Pablo a los Romanos                                                                      8, 18-30

Nos predestinó a ser imágenes de su Hijo

Hermanos: considero que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió: pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto. Y no solo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.

Porque en esperanza fuimos salvados. Y una esperanza que se ve ya no es esperanza. ¿Cómo seguirá esperando uno aquello que ve? Cuando esperamos lo que no vemos, esperamos con perseverancia.

El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que la intercesión por los santos es según Dios.

A los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.

Responsorio
R.
Por la alianza con el Señor y por las leyes paternas los santos de Dios permanecieron en el amor fraterno. * Porque el mismo espíritu y la misma fe estuvieron siempre en ellos.
V. Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos. * Porque el mismo espíritu y la misma fe estuvieron siempre en ellos.

Segunda Lectura
De una Carta del beato Benedicto XI, papa, a sus hermanos de la Orden reunidos en capítulo general en Tolosa

(Roma, 10 de marzo de 1304: BOP II, Romae 1730, pp. 93-94)

Los sarmientos de Cristo iluminan a todos con los testimonios evangélicos

La inefable providencia del Creador para exaltar la gloria de su nombre y procurar la salvación de los fieles en los últimos tiempos hizo brotar en el jardín delicioso de la Iglesia entre sus hermosas y fecundas plantas la preclara Orden de los Predicadores como árbol de vida que, regado con la bendición de la lluvia celestial, desde sus primeros momentos ha crecido maravillosamente. Por obra de la gracia divina este árbol se ha elevado hacia lo alto y se ha extendido a lo largo y ancho de tal modo que con su altura llegó hasta los cielos y con sus ramas llegó hasta los confines del orbe terrestre.

Como excelentes sarmientos unidos a la vid que es Cristo, son aquellos frailes de la Orden de santo Domingo, que libres de las superfluidades terrenas y desprendidos del peso de las riquezas, se negaron saludablemente a sí mismos y abrazados a la pobreza y profesando la vida regular, llevaron hermosas flores de honor y vida santa y frutos copiosos al banquete del Rey celestial.

Estos son de modo tan excelente ministros elegidos de Cristo, resplandecientes por su ejemplar vida religiosa y esclarecidos por su santidad de vida, que se debe reconocer fueron puestos por la sabiduría divina como luz de las naciones y como astros brillantes en el firmamento de la Iglesia, o como lámparas encendidas en la casa de Dios, que iluminan a todos con las enseñanzas evangélicas e indican con sus rayos a los hombres el camino de la vida.

Estos son insignes guerreros que luchando con el escudo de la fe, con la espada del espíritu y con las armas de la justicia, (Ef 6, 17) se han esforzado en conseguir que se acrecienten las virtudes en todos los católicos, se manifieste el camino de la salvación a los pecadores y sea destruida la locura de la deformidad herética.

Considerad por tanto, carísimos, y recapacitad atentamente sobre estos solidísimos fundamentos de nuestra Orden, en estos guías insignes, valerosos soldados e infatigables luchadores, de modo especial en muchos de ellos que están en la patria celestial y que han sido ya incluidos solemnemente en el número de los santos y son ya comensales de la mesa celeste y ciudadanos seguros de la patria eterna. Por ello, como hijos suyos auténticos, debéis ser sus fieles imitadores y caminar siempre tras las seguras huellas que os han dejado tan ilustres y tan firmes ejemplos de una vida ordenada y religiosa. Debéis también conservar inmaculada esta Orden, que tiene en sí misma el ornato de una perfecta belleza, pues por la generosidad de Dios y de la Sede Apostólica ha sido enriquecida de tantas gracias, ensalzada con tantos dones y reafirmada con tantos privilegios.

Pero dado que las tendencias del hombre son propensas al mal ya desde su adolescencia, (Gn 8, 21) y la carne no domada tiende fácilmente a la culpa, procurad con todo empeño fomentar en vosotros el fervor de la religión, el celo por la justicia y la rectitud del juicio para que se mantenga vigorosa la disciplina de la corrección que desarraigue los vicios.

Procurad que en vuestras costumbres resplandezca la humildad hermosa, aumente la devoción piadosa, agrade la obediencia santa y persevere la paciencia verdadera. Sed unánimes en el obrar, concordes en la caridad, tranquilos en la paz, y haced con gran orden todo lo que exige la vida regular, estando en orden con Dios y con los hombres, de modo que estéis a salvo de todo mal espiritual y defendidos del astuto enemigo que ataca especialmente en la inactividad del ocio.

Estad dedicados siempre al estudio de la sagrada doctrina, por la que conseguís tan gran mérito y honor; atended a la predicación frecuente y a oír confesiones y ya que habéis sido destinados especialmente a esa misión, dedicaos a ella con diligencia y gran solicitud. Así pues, ocupad vuestra vida en todo lo dicho y en otras cosas honestas o lícitas para que lo ilícito no pueda tener lugar en vosotros; vivid anclados totalmente en el autor de vuestra salvación, (Hb 2, 10) de vuestra esperanza y de vuestro consuelo. En fin, mostrad a los prelados de vuestras iglesias tan grande reverencia y honor que podáis obtener con razón su favor y benevolencia.

De esta forma podréis ser de provecho para vosotros mismos mediante los méritos de vuestra vida y para los demás mediante el ejemplo. Así, esparciendo con trabajo vuestra semilla, llevaréis con alegría densas gavillas a la era celestial; de este modo conseguiréis para vosotros y para los demás el premio debido a la santidad, la gloria de la claridad eterna.

Responsorio
R.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido, y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure * De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé.
V. Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto: * De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé.

O bien:
R.
Estos son los que triunfaron y los amigos de Dios que, despreciando las órdenes de los príncipes, merecieron el premio eterno: * Ahora son coronados y reciben la palma.
V. Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado sus vestiduras en la sangre del Cordero. * Ahora son coronados y reciben la palma.

Otra:
De las Obras de fray Enrique-Domingo Lacordaire, presbítero

(Memoria para el restablecimiento de la Orden en Francia, cap. III-V; versión en: Obras [ed. R. Castaño] t. VIII, Madrid 1927, cap. III-IV)

Domingo, labrador de Cristo

En el siglo XIII la fe era profunda, la Iglesia reinaba aún sobre la sociedad que había conquistado. Sin embargo, la mente europea, lentamente trabajada por el tiempo y por el cristianismo, tocaba a la crisis de la adolescencia. Lo que Inocencio III había visto en sueños, la Iglesia vacilante, lo reveló santo Domingo a toda la tierra. Y cuando todos la creían reina y señora, él declaró que no se necesitaba menos para salvarla que la reaparición del primitivo apostolado. Respondieron a santo Domingo como habían respondido a Pedro el Ermitaño, surgiendo frailes Predicadores como habían surgido cruzados.

Todas las universidades de Europa dieron su contingente de maestros y escolares. Fray Jordán de Sajonia, segundo Maestro de la Orden, admitió al hábito más de mil hombres, que, solamente él, había ganado para aquel nuevo género de vida. En cinco años, santo Domingo, que antes de la bula de Honorio sólo tenía dieciséis colaboradores, ocho franceses, siete españoles y un inglés, fundó sesenta conventos poblados de hombres escogidos y de una floreciente juventud.

Todos, como su Maestro, en un momento en que la Iglesia era rica, querían ser pobres, y pobres hasta la mendicidad. Todos como él, en un momento en que la Iglesia era soberana, no querían deber su influencia sino a la sumisión voluntaria de los espíritus a sus virtudes. No decían como los herejes: «hay que despojar a la Iglesia», sino que, despojándola en sus personas, la mostraban a los pueblos con su pureza original.

En una palabra, amaban a Dios sobre todo, y al prójimo como a sí mismos y más que a sí mismos: habían recibido en el pecho la dilatada herida que ha hecho elocuentes a todos los santos. Además de este mérito de un alma apasionada, sin el cual no hay orador, los frailes Predicadores tuvieron una gran habilidad en tomar el género de predicación que convenía a su tiempo.

Citaré algunos de los nombres más preservados del olvido. Entre ellos estaba el bienaventurado Jacinto, apóstol del Norte en el siglo XIII, cuya pista podía seguirse por los conventos que sembraba en su camino; estaba el bienaventurado Pedro de Verona, caído bajo el hierro asesino después de larga carrera apostólica, y escribiendo en la arena con la sangre de sus heridas las primeras palabras del símbolo de los apóstoles: Creo en Dios. Estaba Enrique Seuze, aquel amable joven de Suavia en el siglo XIV, cuya predicación daba tal resultado que se puso a precio su cabeza; por la misma época era aplaudido en Colonia y en toda Alemania fray Juan Tauler.

Nombraré también al bienaventurado Vicente Ferrer que, en el siglo XV evangelizó España, Francia, Italia, Alemania, Inglaterra, Escocia e Irlanda, y aquel Jerónimo Savonarola, en balde ajusticiado y quemado vivo en medio de un pueblo ingrato, pues su virtud y su gloria se elevaron sobre las llamas de su hoguera. El papa Paulo III declaró que miraría como sospechoso de herejía a quien osara acusar de ella a Savonarola.

Citaré a Tomás de Aquino, quien pronto fue declarado doctor preclarísimo de la Iglesia católica; a fray Angélico, del cual dijo Miguel Angel que nadie podría pintar aquellos rostros sin haberlos visto antes en el cielo; a Bartolomé de Las Casas y a todos los demás.

Dejando estos venerados nombres al cuidado de aquellos que ya los conocen e invocan, concluyamos este ligero bosquejo de una Orden inmensa con el elogio que de ella hacía en el siglo XIV uno de los más grandes poetas cristianos, el celebérrimo vate de la Divina Comedia:

«Se llamó Domingo, de él hablo como de labrador escogido por Cristo para ayudarle en su huerto. Con la doctrina y la voluntad juntas, se puso en marcha para su tarea apostólica cual torrente que baja de la alta cumbre. De él se formaron diversos riachuelos, con los que se riega el huerto católico.»

Responsorio
R. Te pedimos, Señor, nos concedas el perdón de los pecados; y por la intercesión de los santos, cuya solemnidad celebramos hoy, danos tal devoción * Que merezcamos llegar a estar en su compañía.
V. Ayúdennos sus méritos a los que nos vemos impedidos por nuestros propios pecados; excuse su intercesión a los que acusan sus acciones: y tú, que les concediste la palma del triunfo celestial, no nos niegues el perdón de los pecados. * Que merezcamos llegar a estar en su compañía.

Te Deum
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.
A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:
Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
Santo Espíritu de amor y de consuelo.
Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú vendrás algún día,
como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.

La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.
Sé su pastor,
y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.
Dígnate, Señor,
guardamos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado.

Laudes

Himno
Salve, plantel de la Orden,
del Líbano altos cedros,
que las praderas celestes
llenáis de admirables frutos.

Ya para siempre os envuelve
la gloria del Uno y Trino;
el aliento de María
cual de céfiro es caricia.

Los ángeles de los cielos
con sus danzas os rodean;
de eternidad os deleitan
cristalinos riachuelos.

Hijos santos de Domingo,
fuerza dad a estos hermanos,
que en este valle tan triste
son aun débiles renuevos.

Loor al Padre y al Hijo
y al Santo Espíritu sea,
con ellos vivís gozosos
en la luz por siempre eterna. Amén.

Salmodia
Ant. 1
Este es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
O bien, especialmente con canto: ant. Santos y justos, alegraos en el Señor, aleluya; el Señor os ha elegido como heredad suya, aleluya.
Los salmos y el cántico del domingo de la semana primera.
Ant. 2
Se alegran en el cielo los santos que siguieron las huellas de Cristo, y porque lo amaron hasta derramar su sangre reinan con el Señor eternamente.
Ant. 3 En la ciudad de Dios resuena sin cesar la música de los santos: los ángeles y arcángeles cantan himnos de júbilo ante el trono de Dios, aleluya.

Lectura breve                                                                                                                     1Jn 1, 5-7
Os anunciamos el mensaje que le hemos oído a él: Dios es luz sin tiniebla alguna. Si decimos que estamos unidos a él, mientras vivimos en las tinieblas, mentimos con palabras y obras. Pero, si vivimos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos unidos unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia los pecados.

Responsorio breve
V.
Santos y justos, * Alegraos en el Señor.
R. Santos y justos, * Alegraos en el Señor.
V. Dios os eligió como heredad suya.
R. Alegraos en el Señor.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Santos y justos, * Alegraos en el Señor.

Benedictus
Ant.
Bendito sea Dios que nos eligió para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor.
0 bien, especialmente con canto: ant. El Señor, Dios de Israel, suscitó una fuerza de salvación en la casa de Domingo, su siervo, para que le sirvamos con santidad y justicia en su presencia todos nuestros días.

Preces
Alabemos a Dios Padre, que nos llamó a la heredad de los santos en la luz diciendo:

Tú solo eres santo, Señor.

Oh Dios, sol de justicia, que habiendo iluminado al bienaventurado Domingo en la tierra, lo haces resplandecer ahora en el cielo:
— alegres con él, te damos gracias.
Fuente de toda santidad, que suscitaste en nuestros hermanos y hermanas un gran amor a la verdad, la conformidad con Cristo crucificado y la sed de la salvación de las almas:
— te damos gracias por el propósito de imitarlos que has impreso en nosotros.
A ti, que muestras en nuestros santos hermanos tu sabiduría y el deseo de salvar a todos los hombres:
— estando ya más cerca de ellos cuando los honramos, con ellos te cantamos alabanzas.
Mira benigno a nuestros hermanos, a quienes hiciste tus testigos en el mundo:
— te damos gracias por su fortaleza y constancia de ánimo.
Por todos los hermanos y hermanas, que consagraste como mensajeros de tu reino: — te glorificamos, Señor.

Los que somos hermanos y miembros de Cristo, usemos las palabras del que es Primogénito y Cabeza, diciendo juntos:
Padre nuestro.

Oración
Oh Dios, ejemplo de toda perfección, que enriqueces siempre a tu Iglesia para edificar el Cuerpo de Cristo con diversos dones; concédenos que, siguiendo las huellas de los santos de nuestra Familia, gocemos un día también en comunión con ellos eternamente. Por nuestro Señor Jesucristo.

Hora media

Antífona y salmos del día de la semana.

Sexta

Ant. Dichosos los que trabajan por la paz; dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Lectura breve                                                                                                                 Col 3, 12-13
Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otros. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.

V. El amor de Cristo nos ha congregado en la unidad.
R. Alegrémonos y regocijémonos en él.

La oración como en Laudes.

Vísperas

Salmodia
Ant. 1
Vosotros, los que habéis dejado todo y me habéis seguido, recibiréis cien veces más y heredaréis la vida eterna.
O bien, especialmente con canto: ant. Los justos resplandecerán como chispas que prenden por un cañaveral, gobernarán naciones y su Señor reinará eternamente.

Salmo 88
El Señor es el honor y la fuerza de los santos

El Espíritu Santo nos indica las obras que debemos hacer en la luz (S. Cirilo de Alejandría).

Cantaré eternamente las misericordias del Señor, *
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dije: «Tu misericordia es un edificio eterno, *
más que el cielo has afianzado tu fidelidad. »
Sellé una alianza con mi elegido, *
jurando a David, mi siervo:
« Te fundaré un linaje perpetuo, *
edificaré tu trono para todas las edades. »
El cielo proclama tus maravillas, Señor *
y tu fidelidad, en la asamblea de los ángeles.
¿Quién sobre las nubes se compara a Dios? *
¿Quién como el Señor entre los seres divinos?
Dios es temible en el consejo de los ángeles, *
es grande y terrible para toda su corte.
Señor de los ejércitos ¿quién como tú? *
El poder y la fidelidad te rodean.
Tú domeñas la soberbia del mar *
y amansas la hinchazón del oleaje;
tú traspasaste y destrozaste a Rahab, *
tu brazo potente desbarató al enemigo.
Tuyo es el cielo, tuya es la tierra; *
tú cimentaste el orbe y cuanto contiene;
tú has creado el norte y el sur, *
el Tabor y el Hermón aclaman tu nombre.
Tienes un brazo poderoso: *
fuerte es tu izquierda y alta tu derecha.
Justicia y derecho sostienen tu trono, *
misericordia y fidelidad te preceden.
Dichoso el pueblo que sabe aclamarte; *
caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro;
tu nombre es su gozo cada día, *
tu justicia es su orgullo.
Porque tú eres su honor y su fuerza, *
y con tu favor realzas nuestro poder.
Porque el Señor es nuestro escudo, *
y el santo de Israel nuestro rey.

Ant. Vosotros, los que lo habéis dejado todo y me habéis seguido, recibiréis cien veces más, y heredaréis la vida eterna.
O bien, especialmente con canto: ant. Los justos resplandecerán como chispas que prenden por un cañaveral, gobernarán naciones y su Señor reinará eternamente.

Ant. 2 Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.

Salmo 97
La justicia del Señor en sus santos

El que cree en Cristo, habiendo sido sanado interiormente, es transformado en un hombre nuevo… y esta carne mortal también recibirá un remedio perfecto (S. Agustín).

Cantad al Señor un cántico nuevo, *
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria, *
su santo brazo.
El Señor da a conocer su victoria, *
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad *
en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado *
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera, *
gritad, vitoread, tocad:
tañed la cítara para el Señor, *
suenen los instrumentos;
con clarines y al son de trompetas, *
aclamad al Rey y Señor.
Retumbe el mar y cuanto contiene, *
la tierra y cuantos la habitan,
aplaudan los ríos, aclamen los montes *
al Señor, que llega para regir la tierra.
Regirá el orbe con justicia *
y los pueblos con rectitud.

Ant. Venid, benditos de mi padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.

Ant. 3 Dios nos eligió en la persona de su Hijo, para que la gloria de su gracia redunde en alabanza suya.
O bien, especialmente con canto: ant. Con tu sangre nos compraste, Señor Dios, hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación, y has hecho de nosotros un reino para nuestro Dios.

Cántico Col 1, 12-20

Himno a Cristo, primogénito de toda criatura y primer resucitado de entre los muertos

Damos gracias a Dios Padre, +
que nos ha hecho capaces de compartir *
la herencia del pueblo santo en la luz.
Él nos ha sacado del reino de las tinieblas, *
y nos ha traslado al reino de su Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la redención, *
el perdón de los pecados.
Él es imagen de Dios invisible, *
primogénito de toda criatura;
porque por medio de él +
fueron creadas todas las cosas: *
celestes y terrestres, visibles e invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; *
todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo y todo se mantiene en él. *
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito entre los muertos, *
y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera
toda la plenitud. *
Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres:
los del cielo y los de la tierra, *
haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Ant. Dios nos eligió en la persona de su Hijo para que la gloria de su gracia redunde en alabanza suya.
O bien, especialmente con canto: ant. Con tu sangre nos compraste, Señor Dios, hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación, y has hecho de nosotros un reino para nuestro Dios.

Lectura breve Flp 1, 3-5, 7-8
Doy gracias a mi Dios cada vez que os menciono; siempre que rezo por todos vosotros, lo hago con alegría. Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio. Esto que siento por vosotros está plenamente justificado: os llevo dentro, porque, tanto en la prisión como en mi defensa y prueba del Evangelio, todos compartís el privilegio que me ha tocado. Testigo me es Dios de lo entrañablemente que os quiero en Cristo Jesús.

Responsorio breve
V.
Esta es la verdadera fraternidad, * La que en el amor de Cristo vence a las tinieblas del mundo.
R. Esta es la verdadera fraternidad, * La que en el amor de Cristo vence a las tinieblas del mundo.
V. La que tiene en posesión el reino celestial.
R. La que en el amor de Cristo.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Esta es la verdadera fraternidad, * La que en el amor de Cristo vence a las tinieblas del mundo.

Magnificat
Ant.
La bondadosa gracia de Cristo ensalzó a los santos que la Orden de santo Domingo engendró; pedimos que nos ayuden sus méritos y sus oraciones nos recomienden ante Dios.
O bien, especialmente con canto: ant. La santidad es el adorno de tu casa, Señor; con ella resplandeció en la tierra una muchedumbre de hermanos.

Preces
Con la mirada en el cielo y unidos de corazón a nuestros bienaventurados hermanos supliquemos al Señor, diciendo:

Seamos santos porque tú, Señor, eres santo.

Queremos escuchar atentamente tus palabras como la bienaventurada Virgen María, Madre de tu Hijo, a cuya protección encomendaste la Orden de Predicadores:
— danos, Señor, un corazón humilde y atento.
Queremos anunciar el Evangelio del reino como el bienaventurado Domingo, nuestro Padre, a quien encomendaste el ministerio de la Palabra:
— haz, pues, que nuestra vida sea conforme a tu Palabra.
Queremos darte testimonio como nuestros mártires, que te ofrecieron sus cuerpos como una víctima viva:
— concédenos llevar con fortaleza la cruz de cada día.
Esperamos ser admitidos al banquete eterno como nuestros hermanos y hermanas, que después de una vida fructífera entraron en tu morada:
— haz que no se frustre nuestra esperanza.
A todos los miembros de nuestra Familia y a los bienhechores difuntos:
— concédeles benigno permanecer contigo eternamente.

Movidos por el Espíritu de Cristo con el que clamamos «Abba, Padre», digamos la oración dominical:
Padre nuestro.

Oración
Oh Dios, fuente de toda santidad, que te dignaste enriquecer a tu Iglesia con los abundantes dones de los santos de la Orden de Predicadores; concédenos seguir sus huellas de manera que nos unamos un día en la perpetua fiesta del cielo con todos los que veneramos hoy en la tierra. Por nuestro Señor Jesucristo.

Bendición final
Dios, gloria y júbilo de los santos, que nos ha concedido celebrar hoy esta fiesta, nos bendiga por siempre. Amén.
O bien: Nos conceda el Señor que, sepultados por el bautismo con Cristo en la muerte y con él resucitados, caminemos siempre en una vida nueva. Amén.

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