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Todos viven para Él

Domingo XXXII

 

6 de noviembre de 2022
2Mac 7,1-2.9-14 | Sal 16,1.5-6.8.15 | 2Te 2,16-17.3,1-5

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Lucas 20,27-38

La liturgia de la Palabra de este domingo nos permite apreciar la acción de Dios sobre todas las cosas. Un lazo de unión atraviesa dos relatos: los hermanos que murieron por amor a las leyes y los hermanos que murieron sin dejar descendencia, tienen como único Dios a Aquel que es la Vida, el que da la vida. Son hijos del Dios de los que viven; son los que despertando a la vida verdadera se sacian de la presencia del Señor. Y como Él es la resurrección y la vida, todos se ven colmados de resurrección y de vida.

La saciedad de la presencia del Señor que proclama el Salmo es una hermosa y clara descripción de la esperanza de los siete hermanos que dieron su vida por Dios. Su entrega martirial une el Antiguo y el Nuevo Testamento; es la expresión de la firmeza que guía al alma fiel, capaz de dar la vida por Aquel en quien se cree. 

Es significativo que en medio de los tormentos emita uno de ellos, en nombre del conjunto, una de las expresiones más contundentes de la fe en la resurrección: “Tú, malvado, nos privas de la vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna, ya que nosotros morimos por sus leyes” (2Mac 7, 9). Pero la expresión tan vívida del segundo hermano a punto de morir es una muestra patente de la firmeza del corazón dispuesto a seguir el camino indicado por Dios hasta las últimas consecuencias. Ello no puede ser más que la suprema condición de quien ha dirigido largamente sus pasos y todo su ser hacia el camino del bien. “Y mis pies se mantuvieron firmes en los caminos señalados: ¡mis pasos nunca se apartaron de tus huellas! Yo te invoco, Dios mío, porque tú me respondes: inclina tu oído hacia mí y escucha mis palabras” (Sal 16, 5-6).

Esteban “…exclamó: He aquí que veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está de pie a la diestra de Dios” (Hch 7, 56). La visión del protomártir es como una confirmación del anhelo del salmista cunado afirma que gracias a la justicia del Señor podrá contemplar Su rostro, saciándose de Su presencia al despertar (cf Sal 16, 15). Esta confesión es la comprensión de lo que aguarda a los que fijan en Él sus ojos.

La cuestión con los saduceos continúa en el templo y es una de las tantas ocasiones en que perversamente buscan poner a prueba la legitimidad de la predicación de Jesús. El mismo dará cuenta de su autoridad al exponer “su fe y confianza en el poder de dar la vida del Dios que anuncia en el templo” (Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo, p. 190).

Los Padres de la Iglesia concuerdan en señalar que los saduceos, quienes no creían ni en la resurrección, ni en los ángeles, inventaron la fábula de los siete hermanos para burlarse de los que creían en la resurrección. San Ambrosio compara a la mujer de la historia con la samaritana de la que sabemos, por boca de Jesús, que tuvo también varios maridos. Aquella mujer es como la representación de la sinagoga, pues teniendo esposos sin embargo permaneció sin descendencia. La infertilidad de los hermanos es expresión de una religiosidad vacía moldeada en la apariencia de las formas exteriores pero sin vida interior plena, la que de verdad engendra hijos para Dios.

Por esto mismo, el contraste entre los hermanos de la historia de los saduceos con los del libro de los Macabeos, es tan fuerte porque de la entrega generosa de los siete hermanos y su confianza en la resurrección como obra de Dios podemos aprender lo que significa “sembrar vida”. El ejemplo de los que aman a Dios y se comportan según este amor va generando en el camino de esta vida nuevos hijos para la eternidad. Es por ello que jamás debemos menospreciar el eco que toda obra buena realizada por amor a Dios y a los hermanos puede tener entre nosotros.

La Palabra de Dios nos llama a reflexionar en la fecundidad de una vida entregada al Señor, hecha de la siembra de pequeñas semillas que dan mucha vida. Vida que es pura confesión del Dios de los vivientes. Pues, como dice San Juan Crisóstomo: “el Señor no se goza tanto cuando se le llama el Dios del cielo y de la tierra, como cuando se le llama el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Y así como entre los mortales ciertamente los criados son llamados por el nombre de sus señores -como arrendatario de tal señor-, Dios se llama, en sentido contrario Dios de Abraham” (Catena Aurea).

Que nuestro Señor Jesucristo, primicia de la los que resucitaron, nos conceda la gracia de vivir siempre dando vida, en medio de un mundo que aunque teme hablar de la muerte paradójicamente vive propiciando la muerte de tantas maneras. Que todos, Señor, podamos ser llamados “hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección” (cf. Lc 20, 36). Que todos seamos verdaderamente vivientes, viviendo sólo para Él.

Fray Gustavo Sanches Gómez OP
Mar del Plata

 

Imagen: Stories of the Passion of Christ of The Resurrection (detalle) | Autor: Giotto | Fecha: 1304 | Ubicación: Capilla Scrovegni (Padua, Italia)

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