Vayamos al pesebre… a la Luz

Acercarse -en la fe deseante– al pesebre es ser iluminados. Es acoger el juicio como salvación regalada por la manifestación del Amor misericordioso de Dios en el Niño del pesebre, en el Crucificado del Gólgota. Acercarse al pesebre es acercarse a la luz, a la vida, al principio de toda esperanza. La luz es como la epifanía del ser. Quién se acerca a la Luz, a Jesucristo, el niño que amanece en la gruta de Belén, tiene la consistencia de una existencia firme, permanente, la solidez perenne del Ser de Dios, la eternidad de su Luz que es el Amor. Quién se acerca al Niño ése es el verdadero existente. Sólo quien se acerca en la fe al Niño puede subsistir. Acercarse al pesebre es vivir o recomenzar a vivir. Fe es caminar hacia el pesebre, es dejarse encontrar por la aparición de la Gracia de Dios y su amor a los hombres.

Me encantan las obras de arte renacentistas referidas al Belén, sobre todo de la escuela florentina, el maestro Lippi es uno de ellos. Pero también me fascina -de pequeño pasaba horas mirando esa reproducción en una enciclopedia que teníamos en casa- el nacimiento de Jesús de Gherardo delle Notti. Esta obra es una representación metafísica y teológica del nacimiento de Jesús. Gherardo delle Notti nos revela en su pintura al Niñito Jesús como fuente de Luz y de existencia. Quién se acerca a esa fuente de Luz, que es el niño Jesús, resplandece, sonríe, se transfigura, experimenta el Gozo del Corazón de Dios al contemplar a su Hijo hecho pobre y tierno infante.

Ir al Niño es ser iluminados, nuestro rostro, nuestra persona, adquiere consistencia. Se realiza como una epifanía no sólo del niño Dios sino también de las personas que rodean al bebé. Gracias a la luz que brota del recién nacido podemos descubrir los bellos rostros de María, de José, los rostros de los pastores, de los pobres, de los necesitados, de los magos…Y aquí tendríamos que hablar de la metafísica del pesebre: el niño nos da el ser, nos permite manifestarnos como personas, ilumina nuestro rostro, nuestra dignidad, nuestra vocación. Acercarse al Niño es humanizarse, dejarse modelar como hijo en el Hijo. Dejarse donar el verdadero ser en la Luz que viene del Padre, en la Luz del Hijo. Quién se acerca al Hijo se ilumina, se salva. ¿En esta Navidad realizaremos la peregrinación en la fe hacia la Luz que brota del Niñito? ¿O preferiremos como Herodes, los escribas, fariseos y otros juerguistas de las tinieblas, quedarnos en nuestras propias seguridades y salvaciones, en el no-ser de nuestros egoísmos, en las prisiones oscuras de nuestros orgullos? No acudir a la Luz de Belén es auto-juzgarse, separarse, amputarse de la irradiación de la Luz y del Ser, el Ser que es Uno con el Amor.

Pidamos en esta Navidad, mientras confeccionamos la corona de Adviento con sus luces, el árbol de Navidad como signo del Árbol de la Vida que es Jesucristo, la gracia de que el Germen de Jesús pueda nacer en nuestros resecos corazones como verde de esperanza, una esperanza fundada en el Amor de Dios que es inconmovible.

Mientras con nuestros niños armamos el pesebre en nuestras casas, recogiendo el heno, las piedritas, confeccionando curiosas casitas aldeanas, puentes, aunando los animalitos de todas las especies, asentando las montañas, pidamos la gracia de peregrinar al Niño, de ofrecerle nuestras oscuridades, nuestras faltas de caridad, nuestras esclavitudes, para que Él nos regale su Luz, nos haga personas en Él, el niño del Amor.

No temamos llevarle nuestros pecados, del barro inmundo que le damos puede, en sus manos creadoras y redentoras, hacer surgir un nuevo jardín, una germinación de Gracia. Recordemos que, como dice Jeremías, habitaremos confiados y seguros por el Señor que es nuestra Justicia. ¡Qué bien se vive al amparo del pesebre, qué confiados y seguros dejándonos aleccionar por el niño Jesús! El Señor es nuestra Justicia. El Señor es nuestra Salvación. ¡Nuestro Señor, brillando y germinando en la gruta de Belén, es Jesús!

Fray Marco Antonio Foschiatti OP

Oración para el tiempo de Adviento

La tierra, Señor, se alegra en estos días,
y tu Iglesia desborda de gozo
ante tu Hijo, el Señor Jesús,
que se avecina como luz esplendorosa,
para iluminar a los que yacemos en las tinieblas,
de la ignorancia, del dolor y del pecado.
Lleno de esperanza en su venida,
tu pueblo ha preparado esta corona
con ramos del bosque y la ha adornado con luces.
Ahora, pues, que vamos a empezar
el tiempo de preparación
para la venida de tu Hijo,
te pedimos, Señor,
que, mientras se acrecienta cada día
el esplendor de esta corona, con nuevas luces,
a nosotros nos ilumines
con el esplendor de Aquel que,
por ser la Luz del mundo,
iluminará todas las oscuridades.
Te lo pedimos por Él mismo
que vive y reina por los siglos de los siglos.

Amén.

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