81bnmF6lBpL._AC_SL1500_ - copia

«¡Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios!»

9 de agosto de 2020
1Re 19, 9. 11-13a  | Sal 84, 9-14 | Rm 9, 1-5

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según Mateo 14, 22-33

La fe que profesamos, queridos hermanos, contiene sin duda muchas verdades: como que María es perpetuamente virgen, que los sacramentos son siete, que robar es pecado o que David fue rey de Israel. Y aunque a primera instancia no es fácil captar la relación que hay entre todas ellas, no se trata de un conjunto de verdades desvinculadas y yuxtapuestas. Todas las verdades de nuestra fe están relacionadas. Entre ellas existe una jerarquía, un orden; es decir, hay verdades que son más importantes que otras, que se encuentran en el núcleo de la fe dando unidad a todas las demás verdades. De allí que el error sobre éstas verdades primeras y nucleares sea mucho más grave que el error sobre aquellas otras secundarias. Porque corrompido el principio, el todo se echa a perder.

Los textos sagrados leídos en este domingo nos traen a la mente una de estas verdades centrales de nuestra fe: nos referimos a que Cristo es Dios. Así lo dice san Pablo explícitamente en la segunda lectura que oímos: “Cristo… el cual está por encima de todo, Dios bendito eternamente”. También el pasaje del evangelio nos da a entender esto. Jesús realiza un milagro, camina sobre el mar agitado. Sus pies pisan el agua sin hundirse. Y esto lo realiza por iniciativa propia, por un acto de su voluntad. El mar agitado representa tanto las fuerzas de la naturaleza como el poder del mal y del caos. Sobre ambos ejerce Cristo su dominio, pues como Dios no hay nada que escape a su poder. Dado que la naturaleza tiene sus leyes dadas por el Creador, es un signo manifiesto de ser Dios, el poder suspender estas leyes a voluntad. También dominar el poder del mal es propio de Dios, pues él es la Suma Bondad omnipotente contra quien ningún mal puede prevalecer. El episodio es, entonces, una manifestación divina (teofanía).

Los discípulos gritaban de miedo. Notemos que Jesús no les ahorra ese espanto perturbador. Él podría haberles avisado antes: “Miren que esta noche iré caminando hacia ustedes, no se asusten”. Pero no lo hizo, pues aunque la afabilidad es buena, no siempre debemos ahorrar experiencias desagradables al prójimo, especialmente porque la raíz del mal estaba en ellos mismos. Aquella vivencia de temor procedía de su fe imperfecta. Cristo la permite para que los discípulos creyeran en él de manera explícita. Los discípulos pensaban que era un fantasma, porque todavía no habían comprendido que Jesús es tanto hombre como Dios. Tenían por cierto de su experiencia cotidiana que Cristo era hombre, pero como todavía no conocían claramente su divinidad, y veían algo superior a lo humano, lo juzgaron por fantasma: ni hombre ni Dios, algo, digamos así, intermedio. “Soy Yo” -les dice-, es decir, soy el mismo hombre con quien conviven diariamente, no soy un fantasma. Pero “Soy Yo” significa también que él es Dios, pues la expresión esconde el nombre divino revelado a Moisés en la zarza ardiendo: “Yo soy el que soy”. Cristo no es un ser intermedio, ni tampoco una mezcla entre el mundo terrestre visible y el celeste invisible. Lo intermedio no es ni una cosa ni la otra, como un puma no es ni un gato ni un león. Un fantasma, un ser intermedio, no es ni una cosa ni la otra; ni un hombre ni un dios. Cristo, en cambio, posee dos naturalezas no mezcladas ni confundidas, sino unidas conservando cada una su distinción. Naturaleza de Dios y naturaleza de hombre que obran conjuntamente: de su cuerpo humano procede el acto de caminar, el poder hacerlo sobre el agua es obra de su divinidad.

Jesús sube a la barca y los vientos se calman; y así como Elías había sentido la presencia de Dios en la brisa suave, así Cristo manifiesta su divinidad amainando y apaciguando los vientos. Finalmente los discípulos comprenden esto y se postran ante él. Confesemos también nosotros como ellos: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”.

Fray Álvaro María Scheidl OP
San Miguel de Tucumán, Argentina

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on whatsapp
WhatsApp

IV Domingo de Pascua

Liturgia de la Palabra Año «B»   No existe otro Nombre por el cual podamos salvarnos Lectura de los Hechos de los Apóstoles     4, 8-12

Leer más

III Domingo de Pascua

Liturgia de la Palabra Año «B» Ustedes mataron al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos Lectura de los Hechos

Leer más

II Domingo de Pascua

Liturgia de la Palabra Año «B» Un solo corazón y una sola alma Lectura de los Hechos de los Apóstoles     4, 32-35     La multitud

Leer más

Domingo de Ramos

Liturgia de la Palabra Año B EN LA PROCESIÓN DE RAMOS   Bendito el que viene en nombre del Señor + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

Leer más

2 respuestas

  1. Me ENCANTÓ COMO ME ENSEÑA!!!!!Y ASI YO LO PUEDO TRASMITIR. ME GUSTA MUCHO ESTE GRUPO Y CUANDO VAN PASANDO LOS MINUTOS LO EXTRAÑO AL MENSAJE.A MI ME AYUDA MUCHO Y A MI HIJA TAMBIÉN. GRACIAS QUE DIOS les regale un LINDO DIA

  2. Hola Hermanos , quisiera dejar un comentario sobre todo lo recibido en estos días hasta la fiesta de nuestro padre Santo y Domingo! Algunas reflexiones me dieron fuerzas, otras me consolaran y otras me animaron a estar cerca del carisma , me ayudaron a descubrir nuevamente la “Palabra” la reflexión de hoy fue inspiradora y me regaló alegria. 🤗

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

¿Deseas recibir las reflexiones del Evangelios?

Déjanos tu correo electrónico y te enviaremos todo lo que iremos haciendo.