Vía Crucis con Santo Tomás de Aquino

Saludo a la Cruz

¡Oh cruz! certeza de mi salvación. Siempre y sólo la cruz adoro.
La cruz del Señor está conmigo. La cruz es, pues, mi refugio.

 

I Jesús es condenado a muerte.

“Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste al mundo”.

En verdad tomó sobre sí nuestras enfermedades y él cargó con nuestros dolores (Is 53, 4).

Pero si la muerte, que es pena del pecado, subsiste todavía, esto es porque la satisfacción de Cristo tiene efecto en nosotros, en cuanto nos incorporamos a él, como los miembros a su cabeza; pero es necesario que los miembros se adapten a la cabeza. Y por consiguiente, así como Cristo tuvo primeramente la gracia en el alma, acompañada de la pasibilidad corporal, y por medio de la Pasión llegó a la gloria de la inmortalidad, así también nosotros, que somos sus miembros, somos librados por su Pasión del reato de cualquier pena; de tal modo, sin embargo, que primeramente recibimos en el alma el espíritu de adopción de hijos, por el que somos adscritos a la herencia de la gloria inmortal, teniendo todavía cuerpo pasible y mortal; mas después, configurados a los padecimientos y a la muerte de Cristo, somos llevados a la gloria inmortal, según aquello del Apóstol: Y si hijos, también herederos; herederos verdaderamente de Dios, y coherederos de Cristo; pero si padecernos con él, para que seamos también glorificados con él (Rom 8, 17).

Suma Teológica III, q. XLIX, a. 3

II Jesús carga con la Cruz.

“Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste al mundo”.

Lo entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, y azoten y crucifiquen (Mt 20, 19).

Cristo, para manifestar la abundancia de su caridad, por la que padecía, puesto en la Cruz, pidió perdón por sus perseguidores; y por esto, para que el fruto de esta petición llegase a los, judíos y a los gentiles, quiso Cristo padecer por parte de los unos y de los otros.

Ciertamente ofrecían los judíos, no los gentiles, los sacrificios figurativos de la ley antigua. Pero la Pasión de Cristo fue la oblación de su sacrificio, en cuanto Cristo sufrió la muerte por caridad con voluntad propia; mas en cuanto padeció de parte de los perseguidores, no fue sacrificio, sino pecado gravísimo.

Como los judíos dijeron: No nos es lícito a nosotros matar a alguno (Jn 18, 31), entendieron que no les era lícito matar a nadie, a causa de la santidad del día de fiesta que ya habían comenzado a celebrar. O decían esto, como asegura San Juan Crisóstomo, porque querían matarlo, no como transgresor de la ley, sino como enemigo público, por haberse hecho rey, de lo cual no les correspondía a ellos juzgarle, o porque no les era lícito crucificar, lo cual deseaban, sino apedrear, lo que hicieron con San Esteban. Mejor dicho: que los romanos quitaron el poder de matar a los que les estaban sometidos.

Suma Teológica III, q. XLVII, a. 4

III Jesús cae por primera vez.

“Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste al mundo”.

Cristo padeció también por nosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus pisadas (I Ped 2, 21).

Cristo tomó la naturaleza humana para reparar la caída del hombre.
Fue, por lo tanto, necesario que Cristo padeciese y ejecutase según la naturaleza humana todo aquello que puede darse como remedio contra la caída del pecado. El pecado del hombre consiste en que el hombre se da a los bienes corporales, y abandona los bienes espirituales. Fue, así, conveniente que el Hijo de Dios, por lo que hizo y padeció en la naturaleza humana que había tomado, se mostrase tal que los hombres tuviesen por nada los bienes y los males temporales, y no se diesen menos intensamente a los bienes espirituales, impedidos por el desordenado afecto hacia los temporales.

Por eso eligió Cristo padres pobres pero perfectos en virtud, para que nadie se gloriase de la sola nobleza de la carne y de las riquezas de los padres. Llevó vida pobre, para enseñarnos a despreciar las riquezas. Vivió privado de dignidades, para apartar a los hombres del apetito desordenado de los honores.

Contra Armen. Sarac., VII

IV Jesús se encuentra con su Madre.

“Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste al mundo”.

Una espada traspasará tu alma de ti misma (Lc 2, 35).

En estas palabras se advierte la gran compasión de la bienaventurada Virgen hacia Cristo. Conviene saber que cuatro cosas hicieron sobremanera amarga la Pasión de Cristo a la bienaventurada Virgen.

Primero, la bondad del Hijo, que no hizo pecado, ni fue hallado engaño en su boca (1 Ped 2, 22); segundo, la crueldad de los que le crucificaron, pues ni siquiera quisieron dar agua al moribundo, ni permitieron que la madre se la diera, aun cuando ella diligentemente se la hubiese dado; tercero, la ignominia del suplicio: Condenémosle a la muerte más infame (Sab 2, 20); cuarto, la crueldad del tormento: Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino, atended, y mirad, si hay dolor como mi dolor (Lam 1, 12).

Sermones

V Jesús es ayudado por Simón de Cirene.

“Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste al mundo”.

Mas Dios hace brillar su caridad en nosotros; porque, aun cuando éramos pecadores, en su tiempo murió Cristo por nosotros (Rom 5, 8-9).

La misma muerte de Cristo muestra la caridad de Dios para con nosotros, pues dio a su Hijo para que muriese satisfaciendo por nosotros: De tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo Unigénito (Jn 3, 16). Y de este modo, así como la caridad de Dios Padre para con nosotros se muestra por habernos dado su Espíritu, igualmente se muestra dándonos a su Hijo.

Pero al decir hace brillar, señala la inmensidad de la caridad divina; la cual manifiesta por el solo hecho de habernos dado a su Hijo para que muriese por nosotros, y por nuestra condición, porque esto no lo hizo a causa de nuestros merecimientos, sino aun cuando éramos pecadores (Rom 5, 8). Dios, que es rico en misericordia, por su extrema caridad con que nos amó; aun cuando estábamos muertos por los pecados, nos dio vida juntamente en Cristo (Ef II, 4).

Comentario de la Carta a los Romanos 5

VI La Verónica enjuga el rostro de Jesús.

“Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste al mundo”.

Comprados fuisteis por grande precio (1 Cor 6, 20).

La injuria o sufrimiento de alguno se mide por la dignidad de la persona; pues mayor injuria sufre el rey, si es herido en el rostro, que una persona particular. En Cristo la dignidad de la persona es infinita, porque es una persona divina. Luego cualquier sufrimiento suyo, por mínimo que sea, es infinito. De ahí que cualquier sufrimiento suyo bastara para la redención
del género humano, aun sin la muerte.

San Bernardo dice, además, que una mínima gota de la sangre de Cristo era suficiente para la redención del género humano. Ahora bien: una gota de la sangre de Cristo podía ser derramada sin la muerte; luego también era posible redimir al género humano por algún sufrimiento sin que Cristo muriese.

Cuestiones, II, q. I, a. 2

VII Jesús cae por segunda vez.

“Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste al mundo”.

Atended, y mirad si hay dolor como mi dolor (Lam 1, 12).

En Cristo paciente hubo el dolor verdadero sensible, que es causado por algún daño corporal; y también el dolor interior, producido por la percepción de algún daño, que se llama tristeza. Ambos dolores fueron en Cristo los mayores que pueden sufrirse en la vida presente. 

La causa del dolor sensible fue la lesión corporal, la cual resultó acerba, ya por la generalidad de los padecimientos, ya también por el género de ellos, pues la muerte de los crucificados es acerbísima, al ser clavados en las partes nerviosas y más sensibles, esto es, en las manos y los pies, y además que el peso mismo del cuerpo pendiente acrecienta continuamente el dolor; también se prolonga el sufrimiento, puesto que no mueren inmediatamente como los que son pasados a cuchillo.

La causa del dolor interior fue: 1º, todos los pecados del género humano por los que satisfacía padeciendo, y que casi se los atribuye cuando dice: Las voces de mis delitos (Sal 21, 2); 2º, especialmente la caída de los judíos y de los demás que pecaban en su muerte, y principalmente de sus discípulos, que se escandalizaron en la Pasión de Cristo; 3º, la pérdida de la vida corporal, que naturalmente es horrible a la naturaleza humana.

Suma Teológica III, q. XLVI, a. 6

VIII Jesús se encuentra a las mujeres de Jerusalén.

“Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste al mundo”.

Salid, y ved, hijas de Sión, al rey Salomón con la corona, con que le coronó su madre en el día de su desposorio, y en el día de la alegría de su corazón (Cant 3, 11).

Es la voz de la Iglesia, que invita a las almas de los fieles a contemplar cuán admirable y precioso es su esposo. Porque las hijas de Sión son las mismas que las hijas de Jerusalén, las almas santas, ciudadanos de aquella suprema ciudad, las cuales disfrutan de paz perpetua en compañía de los Ángeles, y por consiguiente, contemplan la gloria del Señor.

Salid, esto es, salid de la vida turbulenta de este siglo, para que podáis contemplar con la mente expedita al que amáis. Y ved al rey Salomón, es decir, al verdadero Cristo pacífico. Con la corona con que le coronó su madre; como si dijese: considerad a Cristo revestido de la carne por nosotros, carne que tomó de la carne de la Virgen, su Madre. Pues llama corona a la carne, que Cristo tomó por nosotros, en la que, habiendo muerto, destruyó el imperio de la muerte; y en la que, resucitando, nos dio la esperanza de resucitar.

Salid, pues, y salid de las tinieblas de la infidelidad y ved, esto es, entended mentalmente que aquél que padece como hombre es verdadero Dios. O también, salid fuera de la puerta de vuestra ciudad, para que lo veáis crucificado en el monte Gólgota.

Comentario al Cantar de los cantares, III

IX Jesús cae por tercera vez.

“Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste al mundo”.

Como Moisés levantó la serpiente en el desierto; así también es necesario que sea levantado el Hijo del hombre; para que todo aquél que crea en él, no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3, 14-15). 

Así es también necesario que sea levantado el Hijo del hombre, lo cual se entiende de la elevación de la Cruz. Pero quiso morir levantado:

Para purificar las cosas celestiales. Ya había purificado la tierra con la santidad de su vida; restaba purificar las celestiales por la muerte.

Para triunfar de los demonios que en el aire preparan la guerra. 

Para atraer a sí mismo nuestros corazones. Si yo fuere alzado de la tierra, todo lo atraeré a mí mismo (Jn 12, 32).

Porque fue exaltado en la muerte de Cruz, en cuanto que allí triunfó de los enemigos; de ahí que no se llame muerte sino exaltación. Del torrente beberá en el camino, por lo cual ensalzará la cabeza (Sal 109, 7).

Porque la Cruz fue causa de su exaltación. Se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también lo ensalzó (Filip 2, 8-9).

Comentario a San Juan, III

X Jesús es despojado de sus vestiduras.

“Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste al mundo”.

Porque como por la desobediencia de un solo hombre muchos fueron hechos pecadores; así también serán muchos hechos justos por la obediencia de uno solo (Rom 5, 19),

Si buscas ejemplo del desprecio de lo terreno, sigue al que es Rey de reyes y Señor de los que dominan, en el cual están los tesoros de la sabiduría; y, sin embargo, aparece en la cruz, desnudo, burlado, escupido, herido, coronado de espinas, abrevado con hiel y vinagre, y muerto. Falsamente, pues, te dejas impresionar por los vestidos y las riquezas: Se repartieron mis vestiduras (Sal 21, 19); falsamente te seducen los honores, porque yo he sufrido escarnios y azotes; falsamente te inquietan las dignidades, pues: Tejiendo una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza (Mt 27, 29); falsamente te conmueven las delicias, porque en mi sed me dieron a beber: vinagre (Sal 68, 22).

Comentario al Credo

XI Jesús es clavado en la Cruz.

“Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste al mundo”.

El que aun a su propio Hijo no perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos donó también con él todas las cosas? (Rom 8, 32).

No se puede negar que es menos dar todas las cosas que entregarlo a la muerte por nosotros. A este respecto dice San Bernardo: ¿Quién no se dejará arrebatar a la esperanza de lograr perdón, si atiende a la posición del cuerpo crucificado, a saber, la cabeza inclinada para besar, los brazos extendidos para abrazar, las manos perforadas para colmar de bienes, el costado abierto para amar, los pies clavados para permanecer con nosotros? Levántate, amiga mía… y ven, paloma mía, en los agujeros de la peña. (Cant 2, 13-14). En las llagas de Cristo vive y anida la Iglesia, cuando pone la esperanza de su salvación en la Pasión del Señor, y por eso confía que ha de ser protegida de las asechanzas del gavilán, es decir, del diablo.

Sobre la Humanidad de Cristo, cap. 47

XII Jesús muere en la Cruz.

“Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste al mundo”.

Si el grano de trigo que cae en la tierra no muriere, él solo queda (Mt 12, 24).

Fue conveniente que Cristo muriese.

1º) Para complemento de nuestra redención; porque aun cuando la Pasión de Cristo tuvo virtud infinita por la unión de la divinidad, sin embargo, no por cualquier sufrimiento se hubiera completado la redención del género humano, sino por la muerte. Por eso dice el Espíritu Santo por boca de Caifás: Os conviene que muera un hombre por el pueblo (Jn 11, 50). Por lo cual dice San Agustín: «Admirémonos, congratulémonos, alegrémonos, amemos, alabemos, adoremos, porque por la muerte de nuestro Redentor hemos sido llamados de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, del destierro a la patria, del llanto al gozo.»

2º) Para acrecentamiento de la fe, la esperanza y la caridad. Del aumento de la fe se dice en el Salmo (140, 10): Solo estoy yo hasta que yo, pase adelante, del mundo al Padre.

3º) Para el misterio de nuestra salvación, para que muriésemos a este mundo a semejanza de su muerte: Escogió mi alma la horca, y mis huesos la muerte (Job 7, 15) Y San Gregorio comenta esto diciendo: «El alma es la intención del espíritu, los huesos la fortaleza de la carne. Lo que se suspende, es elevado de abajo. El alma, pues, se suspende hacia lo eterno, para que mueran los huesos, porque por amor de la vida eterna destruye en nosotros toda fortaleza de la vida exterior.» Señal de esta muerte es ser despreciados por el mundo. Por eso añade San Gregorio: «El mar retiene en sí los cuerpos vivos; y a los muertos los arroja luego de sí.»

Sobre la Humanidad de Cristo, cap. 47

XIII Jesús es bajado de la Cruz y puesto en brazos de su Madre.

“Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste al mundo”.

Una espada traspasará tu alma de ti misma (Lc 2, 35).

San Ambrosio dice que la espada significa la prudencia de María que no ignoraba el misterio celestial; porque la palabra de Dios es viva y fuerte y más aguda que la espada más afilada.

Pero otros entienden por espada la duda, pues dice San Agustín que «la Bienaventurada Virgen dudó con cierto estupor de la muerte del señor»; pero esa duda no debe entenderse, sin embargo, como duda de infidelidad, sino de admiración y discusión; porque dice San Basilio24 que al asistir la Bienaventurada Virgen a la crucifixión y observarlo todo, después del testimonio de Gabriel, después del conocimiento inefable de la divina concepción, después de haber sido testigo de tantos milagros, vacilaba su espíritu, al verle, por un lado, sufrir tormentos ignominiosos, y por otro, al considerar sus maravillas.

Aun cuando la Santísima Virgen conoció por la fe que Dios quería que Cristo padeciese, y conformó su voluntad al querer divino, como hacen los perfectos, la Bienaventurada estaba triste por la muerte de Cristo, por cuanto la voluntad inferior repugnaba esa cosa particularmente querida, y esto no es contrario a la perfección.

Suma Teológica III., q. XXVII, a. 4, ad 2um

XIV Jesús es sepultado.

“Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste al mundo”.

Ha hecho conmigo una buena obra… Porque derramando ésta este ungüento en mi cuerpo, para sepultarme lo hizo (Mt 26, 10.12).

Fue conveniente que Cristo fuese sepultado:

1º) Para comprobar la verdad de su muerte; pues nadie es puesto en el sepulcro, sino cuando ya consta la verdad de la muerte. Por eso se lee en la Escritura que Pilatos, antes de permitir que Cristo fuese sepultado, hizo examinar con exquisita diligencia si estaba muerto (Mc 15, 44-45).

2º) Porque por lo mismo que Cristo resucitó del sepulcro, da la esperanza de resucitar por él a los que están en el sepulcro, según aquello: Todos los que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios; y los que hicieron bien irán a resurrección de vida (Jn 5, 28-29).

3º) Para ejemplo de los que por la muerte de Cristo mueren espiritualmente a los pecados, esto es, los que se esconden de la
conturbación de los hombres. Por eso se dice: Porque estáis ya muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3, 3) Por lo que también los bautizados, que mueren a los pecados por la muerte de Cristo, son como consepultados con Cristo por la inmersión, conforme a aquello a los Romanos: Porque somos sepultados con él en muerte por el bautismo (6, 4).

Suma Teológica III, q. LI, a. 1

Acción de gracias

Concédeme, Señor Dios,- una vida ya sin muerte, un gozo ya sin dolor, una libertad ya suma,
la seguridad ya plena, la tranquilidad segura, la felicidad gozosa, la eternidad ya feliz,
la bienaventuranza eterna, la visión y la alabanza de la divina verdad: ¡Dios! Amén.

 

 

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