Vía Crucis junto a Santo Tomás

Saludo a la Cruz

¡Oh cruz! certeza de mi salvación. Siempre y sólo la cruz adoro.
La cruz del Señor está conmigo. La cruz es, pues, mi refugio.

 

I. Jesús es condenado a muerte.

Dice el profeta Isaías: En verdad tomó sobre sí nuestras enfermedades y él cargó con nuestros dolores (Is 53, 4). Aunque Cristo ya venció la muerte, nosotros todavía estamos sujetos a morir. ¿Por qué? Santo Tomás de Aquino explica que esto se debe a que nosotros, por el bautismo, hemos sido incorporados a Cristo. Él es como la cabeza de un cuerpo, que es la Iglesia, y nosotros, miembros de ese cuerpo. Es necesario, continúa santo Tomás, que los miembros se adapten a la cabeza. Y así, tal como Cristo por su Pasión y muerte alcanzó la inmortalidad, así también nosotros, “uniéndonos a los padecimientos y a la muerte de Cristo, somos llevados a la gloria inmortal, tal como lo asegura el Apóstol San Pablo en su Carta los Romanos, cuando dice: Y si somos hijos, también herederos; herederos verdaderamente de Dios, y coherederos de Cristo; pero si padecernos con él, es para que seamos también glorificados con él (Rom 8, 17)” (Suma Teológica III, q. XLIX, a. 3).

II. Jesús carga con la Cruz.

Leemos en el Evangelio de san Mateo: Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. (Mt 16, 24). Dice santo Tomás sobre este pasaje, “que es necesario estar preparado para imitar la pasión de Cristo. Los mártires, explica, la imitan de una manera especial, en su cuerpo. Pero los hombres espirituales imitan la Pasión de Cristo
espiritualmente, es decir, muriendo espiritualmente por Cristo” (In Math. 16 [1408]). Y cuando nos invita Jesús a tomar su cruz, dice el mismo santo Tomás que está espiritualmente crucificado <tanto> aquel que sufre de compasión por el prójimo, como aquel que sufre en su alma la penitencia <por sus pecados>” (In Math. 16 [1410]).

III. Jesús cae por primera vez.

Profetizaba Isaías sobre los sufrimientos de Jesús, diciendo: ¡Eran nuestras dolencias las que él llevaba, y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros lo tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Comentando este pasaje, santo Tomás de Aquino destaca la humildad de Cristo, que aunque era Dios y, por tanto, fuente de toda fortaleza y belleza, decidió esconder su majestad divina asumiendo nuestra debilidad y dejándose desfigurar por sus verdugos. Pero también, agrega el angélico Doctor, su humildad se muestra en que se mostró débil ante quienes esperaban un Mesías fuerte. Y así, los que esperaban a un Mesías revestido de dignidades, lo vieron sufrir la muerte más indigna; y quienes anhelaban un Salvador rebozante en bienes mundanos, lo vieron cargado de heridas y sufrimientos. (Cf. In Isaiam, 958-9).

IV. Jesús se encuentra con su Madre.

En el evangelio según san Lucas, vemos que el justo Simeón profetizó sobre los dolores de la Virgen diciendole: “Y a ti misma, una espada traspasará tu alma” (Lc 2, 35). En sus sermones, santo Tomás de Aquino explica que “en estas palabras se advierte la gran compasión de la bienaventurada Virgen hacia Cristo. En efecto, cuatro cosas hicieron que la Pasión de Cristo fuese particularmente amarga para la bienaventurada Virgen. En primer lugar, la bondad del Hijo, que no cometió pecado, ni fue hallado engaño en su boca (1 Ped 2, 22). Segundo, , la crueldad de los que le crucificaron, pues ni siquiera quisieron dar agua al moribundo, ni permitieron que su madre se la diera, aun cuando ella diligentemente se la hubiese dado. Tercero, la ignominia del suplicio, como dice proféticamente el libro de la Sabiduría: “Condenémosle a la muerte más infame” (Sab 2, 20). Y cuarto, la crueldad de los tormentos, tal como los describe el libro de las Lamentaciones: “Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino, atended, y mirad, si hay dolor como mi dolor” (Lam 1, 12). (cf. Sermones).

V. Jesús es ayudado por Simón de Cirene.

Relata el evangelista san Mateo que, cuando Jesús salía de Jerusalén con su cruz, “encontraron a un hombre de Cirene que se llamaba Simón, y le forzaron a que llevara la cruz” (Mt 27, 32). Sobre este pasaje, santo Tomás nos dice que es preciso notar que Simón de Cirene era un extranjero, un pagano, y por eso en él estaban representados todos los paganos que se convertirían por la palabra de los predicadores, y que aceptarían cargar ellos también la cruz de Cristo. Todo lo cual se conforma con las palabras del Apóstol san Pablo, cuando dice que “la predicación de la cruz es necedad para los que se pierden; pero para los que se se salvan, es decir, para nosotros, es el poder de Dios” (1 Cor 1, 18)”. (In Math 27).

VI. La Verónica enjuga el rostro de Jesús.

El gesto de esta mujer, aliviando el dolor de Cristo sufriente, nos recuerda las palabras del Señor: “Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36-38). El angélico y piadoso doctor, santo Tomás de Aquino, explica que “la misericordia es compasión de la miseria ajena”. Y así, “siente misericordia quien se duele de la miseria de otro. Ahora bien, lo que nos entristece y hace sufrir es un mal que nos afecta a nosotros mismos, y así, nos entristecemos y sufrimos por la miseria ajena cuando la consideramos como nuestra. Y esto sucede, ante todo, por la unión afectiva producida por el amor, pues quien ama considera al amigo como a sí mismo y hace suyo el mal que él padece. Por eso se duele del mal del amigo como si fuera propio. […] Y por eso nos exhora el Apóstol san Pablo a gozar con los que se gozan, llorar con los que lloran (Rm 12, 15).” (Suma de Teología II-II, q. 30, a. 3, c.).

VII. Jesús cae por segunda vez.

Dice el libro de las Lamentaciones, refiriéndose proféticamente a los dolores de Nuestro Señor Jesucristo: Atended, y mirad si hay dolor como mi dolor (Lam 1, 12). Explica Santo Tomás que los dolores de Cristo, tanto corporales como interiores, fueron los mayores que pueden sufrirse en la vida presente. Su dolor corporal fue intensísismo, por los muchos padecimientos que sufrió, así como por la crueldad de las torturas a las que fue sometido. Pero también su dolor interior, que se produce por una percepción interior de algún daño, y que llamamos comunmente tristeza, fue también extremo. Y las causas de este dolor interior fueron sobre todo tres. Primero, todos los pecados del género humano por los que satisfacía padeciendo, y que de algún modo los asume Él mismo […]. Segundo, fueron especialmente causa de dolor para Él las ofensas de los judíos y de los demás que pecaban en su muerte, y principalmente de sus discípulos, que se escandalizaron con su Pasión. Finalmente, una tercera causa de su dolor fue la pérdida de la vida corporal, que naturalmente es horrible a la naturaleza humana. (Cf. Suma de Teología III, 46, a. 6).

VIII. Jesús se encuentra a las mujeres de Jerusalén.

Esta escena la encontramos relatada en el Evangelio de san Lucas, que dice: Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por Él. Jesús se volvió a ellas y les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, (…) Porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco? Nuestro hermano santo Tomás recopila las opiniones de algunos Padres de la Iglesia sobre este pasaje. Así, destaca que, según san Gregorio Magno, Cristo aquí “se llama a sí mismo leño verde y a nosotros leño seco, pues Él <, además de su humanidad,> tenía en sí la fuerza de la divinidad; en cambio nosotros, que somos solamente hombres, somos llamados leños secos”. Y agrega que, para san Beda el Venerable, es como si Jesús nos preguntase: “si Yo, que no he cometido pecado y soy llamado árbol de vida, no me voy de este mundo sin pasar por el fuego de la Pasión, ¿cuál no será el tormento de aquellos que no producen fruto?” (cf. Catena Aurea in Luc. 23, lect. 4).

IX. Jesús cae por tercera vez.

Dice el Señor en el evangelio según san Juan: En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto. (Jn 12, 24) Explicando este pasaje, dice fray Tomás que Jesús no dice que el grano de trigo tenga que morir en el sentido de que pierda su fuerza, sino en el sentido de que es cambiado en algo distinto. […]. Pues, así como la palabra de Dios, por el hecho de estar revestida de los sonidos que escuchamos, es como una semilla en las almas de los hombres destinada a germinar en buenas obras; así también, la Palabra eterna, el Verbo Divino, Jesucristo, revestido de la carne humana, es como una semilla enviada al mundo para producir una gran cosecha […]. Y así, explica Tomás, es como si Jesús nos dijera: “si este grano de trigo que soy Yo no muere, no se producirá la conversión de los paganos. […] Pues, aunque por el poder de Dios los paganos podrían haberse convertido de otra forma, fue conforme al decreto divino que se convirtieran por la muerte de Cristo, siendo esto lo más conveniente. (In Ioan. C. 12, lect. 4, n. 1339-40).

X. Jesús es despojado de sus vestiduras.

Nos relata el evangelista san Juan que, Los soldados, después de crucificar a Jesús, recogieron sus ropas e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y además la túnica. La túnica no tenía costuras, estaba toda ella tejida de arriba abajo. Se dijeron entonces entre sí. No la rompamos. Mejor, la echamos a suertes a ver a quién le toca–para que se cumpliera la Escritura que dice “Se repartieron mis ropas y echaron suertes sobre mi túnica”. Y los soldados así lo hicieron. En su Comentario al Credo, nos exhorta santo Tomás con estas palabras: “Si buscas ejemplo del desprecio de lo terreno, sigue al que es Rey de reyes y Señor de los que dominan, en el cual están los tesoros de la sabiduría; y, sin embargo, aparece en la cruz, desnudo, burlado, escupido, herido, coronado de espinas, abrevado con hiel y vinagre, y muerto. Falsamente, pues, te dejas impresionar por los vestidos y las riquezas, pues dice el Señor: Se repartieron mis vestiduras (Sal 21, 19); falsamente te seducen los honores, porque yo he sufrido escarnios y azotes; y falsamente te inquietan las dignidades, pues, como dice la Escritura: Tejiendo una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza (Mt 27, 29); y falsamente te conmueven las delicias, pues también dijo: en mi sed me dieron a beber vinagre (Sal 68, 22)”. (Comentario al Credo).

XI. Jesús es clavado en la Cruz.

Decía Jesús a un fariseo llamado Nicodemo que, tal como Moisés levantó la serpiente en el desierto; así también es necesario que sea levantado el Hijo del hombre; para que todo aquél que crea en él, no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3, 14-15). Santo Tomás explica que Jesús aquí estaba refiriéndose a la elevación de la Cruz. Y quiso morir levantado por muchas razones. Primero, para purificar las cosas celestiales pues, aunque ya había purificado la tierra con la santidad de su vida, restaba purificar las celestiales por la muerte. Segundo, para triunfar de los demonios que, como dice san Pablo, están en el aire haciéndonos guerra. Tercero, para atraer a sí mismo nuestros corazones, tal como lo declara en otro pasaje diciendo: cuando sea levantado en lo alto, atraeré a todos hacia mí (Jn 12, 32). Finalmente, Cristo quiso morir en la cruz porque allí fue exaltado; en efecto, allí triunfó de sus enemigos; razón por la cual no se la llama muerte sino exaltación. (In Ioa. 3).

XII. Jesús muere en la Cruz.

Dice san Pablo, el gran Apóstol de los paganos, que Cristo lo envió a evangelizar, no con sabiduría de palabras, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Porque el mensaje de la cruz es necesadad para los que se pierden, pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios. Comentando este pasaje de la primera Carta a los Corintios, santo Tomás explica que “la predicación de la cruz parece una cosa necia para algunos, es decir, para los que no creen, los cuales se consideran sabios según criterios mundanos. Y esto sucede porque la predicación de la cruz de Cristo contiene algo que es imposible de captar para la sabiduría meramente humana, a saber: que Dios muera, que el Todopoderoso sea subyugado por las manos de los violentos. Esta predicación de la cruz también involucra algunas cosas que parecen contrarias a la prudencia de este mundo como, por ejemplo, que alguien no rehuya las humillaciones cuando puede hacerlo, […]” Y luego agrega el Doctor Angélico, que “para que nadie crea que la predicación de la cruz involucra realmente necedad, dice san Pablo que  para los que se salvan, para nosotros los creyentes en Cristo que por Él somos salvados […], es fuerza de Dios, porque <ellos, los creyentes,> conocen en la Cruz de Cristo la muerte de Dios, por la cual venció al diablo y al mundo. Además, los creyentes, experimentan en sí mismos esta fuerza, cuando junto a Cristo mueren a sus vicios y malos deseos” (In 1Cor, lect. 2, n. 47).

XIII. Jesús es bajado de la Cruz y puesto en brazos de su Madre.

Esta escena trae nuevamente a nuestra memoria la escena en que la Virgen María, cuando Jesús no era más que un recién nacido, escuchó al justo Simeón diciéndole que una espada traspasaría su alma (Lc 2, 35). Santo Tomás, siguiendo a san Ambrosio, dice que esta espada significa la prudencia de María que no ignoraba el misterio celestial; porque, como dice san Pablo, la palabra de Dios es viva y fuerte y más aguda que la espada más afilada. Y sin embargo, aún cuando la Santísima Virgen conoció por la fe que Dios quería que Cristo padeciese, y conformó su voluntad al querer divino, como hacen los perfectos, la Bienaventurada estaba triste por la muerte de Cristo, por cuanto a su naturaleza repugnaba perder una cosa tan querida, y esto no es contrario a la perfección. (Suma de Teología III., q. 27, a. 4, ad 2).

XIV. Jesús es sepultado.

Dice santo Tomás que fue conveniente que Cristo fuese sepultado por varias razones. Primero, para comprobar la verdad de su muerte; pues nadie es puesto en el sepulcro, sino cuando ya consta la verdad de la muerte. Por eso se lee en la Escritura que Pilatos, antes de permitir que Cristo fuese sepultado, hizo examinar con suma diligencia si estaba muerto (Mc 15, 44-45). Segundo, porque el hecho de que Cristo haya resucitado del sepulcro da esperanza de resucitar por él a los que están en el sepulcro […].Tercero, para ejemplo de los que por la muerte de Cristo mueren espiritualmente a los pecados, esto es, los que se esconden de la mala influencia de los hombres. Y agrega que por eso san Pablo nos dice a los creyentes que estáis ya muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3, 3). Y así también los bautizados, que mueren a los pecados por la muerte de Cristo, son como consepultados con Cristo por la inmersión en el agua. (Suma de Teología III, q. 51, a. 1). 

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