“Yo soy tu Salvador, no temas…”

Este canto de la consolación de Dios, el Dios que en la Encarnación de su Hijo quiso enjugar todas las lágrimas de la humanidad y vivificar todas sus muertes, ha sido expresado –en su esencialidad más honda– por la conocida prosa gregoriana “Rorate caeli desuper” “Nubes haced descender vuestro rocío, haced llover al Justo”. Es un motete que escuchándolo nos permite vivir esta Consolación de Dios a su pueblo por la venida salvadora de su Hijo (Aúna los textos tan bellos de Isaías 40, 1 y ss; 64, 5-8 y la súplica ardiente de Isaías 45, 8 (Vulg.).

“Destilad, cielos, como rocío de lo alto, derramad, nubes, al Justo. ¡Qué se abra la tierra y brote el Salvador” (Is 45, 8).

Por esto, en este camino de la Belleza que nos salva, esta meditación debería culminar con la escucha del Rorate caeli. En primer lugar este canto es una súplica desgarrada al Señor presentándole la situación de sufrimiento y esclavitud, nuestra caída como hojas secas y marchitas, la soledad de Jerusalén, la aparente lejanía de la Promesa de la salvación, las duras cadenas de la opresión y del exilio.

El Rorate va gimiendo ante la Gloria de Dios que se ha ausentado del templo que ya no cobija en su sombra al pueblo, un pueblo que se muere de hambre y sed al faltarle el Rocío de Dios. No se escucha más que un silencio de muerte. Es el pecado el que nos ha apartado de Dios, nos ha hecho vacíos y vanos como hojas caídas que lleva el viento, nos ha encadenado con nuestra propia maldad y nos oculta el rostro del Señor, de manera que no hay ninguna luz que alivie nuestra oscuridad.

En esa situación angustiosa, que parece que no tiene salida y de la que uno mismo no puede salir, el cristiano se acuerda de la promesa de Dios o, mejor, del Prometido por Dios, del Salvador que Dios anunció desde antiguo. Ese Salvador brotará de la tierra como la Flor de Jesé, el renuevo de la Esperanza. Ese Justo restaurará nuestra justicia ante Dios, llevará el peso de nuestras esclavitudes y miserias, será nuestra reconciliación y paz. El cantor grita, como los esclavos hebreos en Egipto, para que Dios venga a romper nuestras cadenas que no nos dejan vivir y a consolarnos en nuestra aflicción de muerte. La sequía abrasadora de nuestra vida necesita el Rocío del cielo, el Justo que tiene que venir de Dios.

En la última estrofa, es el mismo Señor el que habla, para consolar a su pueblo con una ternura que conmueve el corazón. Como un padre al hijito que se despierta asustado por la noche, le dice: no temas, estoy aquí, ya llego junto a ti. En el Niño de Belén se nos regala la fuente del consuelo y de la misericordia. Ése Niño es nuestra libertad, por tanto: ya no hay que temer, porque Dios nos habla al corazón y en su Hijito nos dice: ¡No temas, acércate al pesebre, Yo soy tu Salvador!

Fray Marco Antonio Foschiatti OP

Rorate caeli

Rorate Caeli desúper et nubes plúant justum.
Derramad, oh cielos, vuestro rocío de lo alto, y las nubes lluevan al Justo.

Ne irascáris Dómine, ne ultra memíneris iniquitátis
Ecce cívitas Sancti facta est desérta
Sion desérta facta est, Jerúsalem desoláta est.
Domus sanctificatiónis tuae et gloriae tuae
Ubi laudavérunt Te patres nostri.

No te enojes Señor,
no te acuerdes más de nuestra maldad.
La ciudad del Santo está desierta;
Sión ha quedado arrasada,
Jerusalén, desolada,
la casa de tu santidad y tu gloria,
donde te alabaron nuestros padres.

Rorate Caeli desúper et nubes plúant justum.
Derramad, oh cielos, vuestro rocío de lo alto, y las nubes lluevan al Justo.

Peccávimus et facti sumus tamquam immúndus nos,
Et cecídimus quasi fólium univérsi
Et iniquitátes nostrae quasi ventus abstulérunt nos
Abscondísti fáciem tuam a nobis
Et allisísti nos in mánu iniquitátis nostrae.

Hemos pecado y estamos manchados.
Hemos caído como las hojas
y nuestras maldades nos arrastraron como el viento.
Nos escondiste tu rostro
y nos dejaste con nuestra iniquidad.

Rorate Caeli desúper et nubes plúant justum.
Derramad, oh cielos, vuestro rocío de lo alto, y las nubes lluevan al Justo.

Víde, Dómine, afflictiónem pópuli tui
Et mitte quem missúrus es
Emítte Agnum dominatórem terrae
De pétra desérti ad montem fíliae Sion
Ut áuferat ipse jugum captivitátis nostrae.

Mira, Señor, la aflicción de tu pueblo
y envía al Prometido:
envíanos al Cordero que rige la Tierra,
desde el desierto de Petra
hasta el monte de la hija de Sión,
para que rompa el yugo de nuestra esclavitud.

Rorate Caeli desúper et nubes plúant justum.
Derramad, oh cielos, vuestro rocío de lo alto, y las nubes lluevan al Justo.

Consolámini, consolámini, pópule meus
Cito véniet salus tua
Quare moeróre consúmeris, quia innovávit te dolor?
Salvábo te, noli timére
Ego énim sum Dóminus Deus túus Sánctus Israël, Redémptor túus.

Consuélate, pueblo mío, consuélate,
que pronto llegará tu salvación;
¿Por qué te consumes de tristeza?
¿Por qué se renueva tu dolor?
Te salvaré, no temas:
yo soy el Señor, tu Dios,
el Santo de Israel, tu redentor.

Rorate Caeli desúper et nubes plúant justum.
Derramad, oh cielos, vuestro rocío de lo alto, y las nubes lluevan al Justo.

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