Adviento 4

IV Domingo de Adviento

Introito

Envíen los cielos el rocío de lo alto, y las nubes derramen la justicia.
Ábrase la tierra y brote el Salvador.

 Is 45, 8

La liturgia de este último domingo de Adviento celebra al «verdadero Redentor, que vendrá como el rocío de lo alto, para recrear a toda la tierra y para reinar con justicia sobre todas las naciones». El profeta parece apresurar la venida «a fuerza de sus ardientes deseos».

Lecturas

Lectura del libro de Isaías     7, 10-14

El Señor habló a Ajaz en estos términos:
«Pide para ti un signo de parte del Señor, en lo profundo del Abismo, o arriba, en las alturas.»
Pero Ajaz respondió:
«No lo pediré ni tentaré al Señor.»
Isaías dijo:
«Escuchen, entonces, casa de David: ¿Acaso no les basta cansar a los hombres, que cansan también a mi Dios? Por eso el Señor mismo les dará un signo. Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel.»

Palabra de Dios.

SALMO     23, 1-6
R.
 Va a entrar el Señor, el rey de la gloria.

Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella,
el mundo y todos sus habitantes
porque él la fundó sobre los mares,
él la afirmó sobre las corrientes del océano. R.

¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor
y permanecer en su recinto sagrado?
El que tiene las manos limpias y puro el corazón;
el que no rinde culto a los ídolos. R.

El recibirá la bendición del Señor,
la recompensa de Dios, su salvador.
Así son los que buscan al Señor,
los que buscan tu rostro, Dios de Jacob. R.

 

Jesucristo, nacido de la estirpe de David, Hijo de Dios

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma     1, 1-7

Carta de Pablo, servidor de Jesucristo, llamado para ser Apóstol, y elegido para anunciar la Buena Noticia de Dios, que él había prometido por medio de sus Profetas en las Sagradas Escrituras, acerca de su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor, nacido de la estirpe de David según la carne, y constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu santificador por su resurrección de entre los muertos.
Por él hemos recibido la gracia y la misión apostólica, a fin de conducir a la obediencia de la fe, para gloria de su Nombre, a todos los pueblos paganos, entre los cuales se encuentran también ustedes, que han sido llamados por Jesucristo.
A todos los que están en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos, llegue la gracia y la paz, que proceden de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.

Palabra de Dios.

ALELUIA     Mt 1, 23


Aleluia.
La virgen concebirá y dará a luz un hijo
a quien pondrán el nombre de Emanuel,
Dios con nosotros.
Aleluia.

EVANGELIO

Jesús nacerá de María,
comprometida con José, hijo de David

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     1, 18-24

Jesucristo fue engendrado así:
María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.
Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados.»
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros.»
Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa.

Palabra del Señor.

Predicación

El compañero de María

Dios se manifiesta a los hombres por medio de su Palabra y sus ministros, profetas y ángeles. Estos son los medios ordinarios. En la primera lectura, ante una maniobra política contraria al designio divino, el profeta de Dios ofrece una señal de esa voluntad al rey Ajaz, para que sea clara a los sus ojos y los del pueblo de Israel. Ajaz, que no es justo ante Dios, prefiere dejar al Señor, creador del mundo y regulador de la historia, fuera de su reinado, alejado de sus asuntos. El profeta responde, inspirado por Dios, con una señal que aparentemente no guarda relación con la realidad: una virgen dará a luz un niño que será llamado Emmanuel. El rey de Israel, que tenía el corazón endurecido y se opuso a la voluntad de Dios, obró según sus propios criterios, y su maniobra terminó mal. Finalmente, Dios le respondió, por medio del profeta, con un signo incomprensible para él.

San José, de la casa de David, hombre justo ante Dios, al notar que su legítima esposa estaba encinta antes de vivir juntos, piensa en cómo evitar el escándalo y cómo evitarle el daño a María. Recibe, en sueños, la visita del ángel y éste le dice que sus cavilaciones no tienen lugar. El niño que espera María es el Hijo de Dios, y José será su padre en la tierra. La señal dada por el profeta en tiempos remotos, se cumple ahora delante de sus ojos.

“¿Quién”, se pregunta el salmista, “podrá subir a la Montaña del Señor y permanecer en su recinto sagrado?” ¿Quién escucha la palabra de Dios? ¿Quién es llamado a cumplir la voluntad de Dios? Y recibe por respuesta: “El que tiene las manos limpias y puro el corazón”. Eso es comprensible. María, la llena de gracia, recibió también una visita y un anuncio. Y aceptó humildemente una misión que supera sus expectativas y capacidades personales. Por eso, necesita un compañero que la ayude, la proteja, la nutra, la contenga y la lleve de la mano. Y Dios repite la pregunta “¿Quién podrá ser el padre terreno de mi Hijo, y permanecer junto a su madre casta?” Y el justo José responde, llevando a María a su casa.

San Pablo, escribiendo a los cristianos de Roma, da testimonio de la fe que ha recibido, de la tradición recogida en los Evangelios. Da testimonio del trabajoso camino de esperanza recorrido por José y María, al saberse siervo y apóstol de Jesucristo, el Emmanuel. Del Dios-con nosotros, el cumplimiento de las profecías y promesas de la Sagrada Escritura, que habría de nacer en la casa de David y ser el salvador de Israel, y de todas la naciones.

Pero José, así como María, se halla ahora ante una situación nueva, extraordinaria. Su fe en las profecías de la Escritura y en las promesas de Dios, inquebrantable por su justicia, se ve ahora recompensada con la manifestación del mismo Dios en sus vidas. Y no solo un ángel que anuncia, consuela, llama y envía, sino en el seno de una joven que dará a luz al Salvador. Y sí, Dios, está siempre cerca de los que lo aman, en su corazón, en su mente, en sus manos y en sus pasos. Pero ahora, el Señor entra en la historia de su pueblo, de la que el duro corazón de Ajaz quería alejarlo; entra en el mundo, en la vida concreta de una familia, de José y María. Dios se hace hijo, se hace frágil, se hace llanto, dolor, hambre. Se hace ternura, juego y sonrisa. Eso es extraordinario e incomprensible, para los que no permiten a Dios preparar su corazón en la oración y la misericordia.

La justicia de José y la humildad de María, en respuesta a la Divina Voluntad, a la salvación universal y concreta al mismo tiempo, obtuvieron de Dios un don más grande que ellos mismos. Más grande que Israel y sus horizontes. Y si nosotros, siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia, no podemos hacernos acreedores del don de Dios, porque en justicia y santidad, somos sus deudores, apuremos con nuestra súplica y oración, con nuestro testimonio de fe, esperanza y caridad cristianas, la salvación que que nos trae año tras año el nacimiento de su Hijo, el Emanuel, Nuestro Señor Jesucristo.

Fray Ángel Benavides Hilgert OP
Mar del Plata

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