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¡Tengan ánimo!

Primer domingo de Adviento

 

27 de noviembre de 2021
Jr 33, 14-16 | Sal 24, 4-5ab.8-9.10.14 | 1Tes 3, 12-13.4,1-2

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Lucas 21, 25-28.34-36

 

Este tiempo litúrgico nos ubica en la alegre expectación de lo que vendrá. Para muchos es un período de culminación en varios aspectos de la vida: un año, una carrera, una tarea. Y en medio de todo ello, intentamos también abrirnos al misterio. Lo maravilloso es que la liturgia de la Palabra de este domingo nos da la oportunidad de detenernos a pensar en las marchas y contramarchas de nuestra vida, lo que debemos esperar del tiempo presente y a lo que debemos aspirar del mundo futuro. Sin embargo, deseamos que esto no se transforme en un rutinario balance anual que nos desenfoque de lo central: el seguimiento de Jesús.

«Que él fortalezca sus corazones en la santidad y los haga irreprochables delante de Dios, nuestro Padre, el Día de la Venida del Señor Jesús con todos sus santos» (1Tes 3, 13). Este ardiente deseo de San Pablo es la manifestación precisa de lo que en el aquí y ahora se desarrolla. El llamamiento es central y concreto: que Él los haga irreprochables delante de Dios. Esto se da cuando vivimos conforme a lo aprendido y nos comportamos de una manera grata a Dios. ¿Hemos vivido así este año? ¿Cuánto de lo que nos enseña el Señor lo hemos puesto en práctica? ¿Cómo fue nuestro comportamiento?

Para responder estas preguntas, el salmista viene en nuestra ayuda; ya que lejos de estancarnos en la inmovilidad del lamento por lo no realizado, o lo que no hemos cumplido debidamente, nuestra oración debe orientarse a alcanzar del Señor la guía y luminosidad de su enseñanza. Seguros de lo que Él nos otorga: «El Señor da su amistad a los que lo temen y les hace conocer su alianza» (Sal 24, 14).

El tiempo en que vivimos es el de la salvación que ya se acerca, aun cuando lo que se anuncia en el Evangelio ya lo veamos realizarse de un modo u otro: conmoción de los astros, catástrofes, guerras, pestes, odio, miedo, etc. Es el tiempo propicio para abandonar todas las obras de muerte. Sólo descubriendo la inminencia del tiempo de la salvación podremos decidirnos a arrancar de nosotros esas obras; ya no por el temor a lo terrible sino por amor a lo prometido. «Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra» (Lc 21, 34-35).

El ánimo al que nos invita Jesús es el de los que están siempre atentos, expectantes, empleando todas sus fuerzas en el cuidado de aquello que se quiere proteger. No sabemos el día ni la hora pero sabemos que lo que esperamos lo llevamos misteriosamente dentro nuestro. San Jerónimo emplea la imagen del peligro de hurto. Mientras marchamos por esta vida siguiendo los pasos del Señor, haciendo morir en nosotros las obras de muerte, nos conducimos como quien realiza un largo viaje transportando el más puro oro. El velar y estar prevenidos se aplica al peligro de que venga el ladrón y nos arrebate el tesoro de nuestro corazón.

Los peligros de arrebato en este mundo son muchos, pero más grande aún son las armas de las que podemos revestirnos para protegernos. Las palabras del Evangelio de este primer domingo de Adviento tienen en su centro palabras de consolación, palabras proferidas para alumbrar los rincones oscuros de nuestro corazón: «Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación» (Lc 21, 28). La antífona que cantamos en la liturgia va perfectamente con esta disposición: «A ti, Señor, elevo mi alma». El movimiento de nuestra vida se dirige a esto, a levantar la cabeza, el ánimo, el corazón; en una palabra, todo nuestro ser, para dar gloria a Aquel que viene y nos trae la alegría de la salvación.

La oración y vigilancia a que debemos dedicarnos tienden a producir ese movimiento de confianza. Pues, la oración eleva y la vigilancia nos mantiene atentos y expectantes para comparecer seguros ante el Hijo del hombre. Que este Adviento que comienza nos permita salir definitivamente al encuentro del Señor que viene, con ánimo dispuesto para que en nuestra vida brille solamente la lámpara de la Palabra, del Verbo que se hizo carne y vino a habitar entre nosotros. Que la Virgen Santísima nos enseñe a permanecer en la vigilancia activa contemplando el gran misterio de la redención que nos alcanza el Niño al que ella envolvió en pañales y recostó en un pesebre.

Fray Gustavo Sanches Gómez OP
Mar del Plata

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