Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto…

El profeta para anunciar la Buena Nueva del retorno a Jerusalén, el retorno a la Patria, la conversión al Señor, utiliza la delicada expresión: “Hablad al corazón…” (Is 40, 2). Es una referencia a la Palabra de Dios que es dirigida al interior de cada persona, al “tú” de cada persona que es única ante el Amor Divino. El Señor no habla como un déspota, como un gobernante prepotente, como un comerciante de palabras vacías y abstractas. Su Palabra es un acto de amor que nos reconforta y si, a veces, nos hiere, es para curarnos. Una Palabra que respira amor y que sólo puede ser percibida por el corazón.

La belleza de la liturgia de estos días de Adviento debe ser también un camino para que Él pueda venir a transformarnos. Si hay un tiempo privilegiado en donde esta palabra nos habla y despierta el corazón por medio del destello de su Belleza es el Adviento y la Navidad. Una belleza visual: los nacimientos, las luces y bellos adornos del árbol, la corona de Adviento. Una belleza que se escucha, pensemos en las antífonas gregorianas “O”, en la prosa tan sentidamente nostálgica que recoge los gemidos de toda la creación que espera el Redentor, me refiero al “Rorate Coeli desuper…”

Una belleza que nos devuelve el gozo de vivir, pensemos en los tan frescos e ingenuos villancicos que despiertan nuestro ser auténtico, la bondad del corazón a veces tan oculta por el bullicio de las cosas. Dejémonos seducir por el camino de la belleza de la Navidad, que canta cómo en el Hijo de Dios hecho niño son recreadas todas las cosas. La Belleza es un camino para despertar el corazón adormilado y sacudirlo de sus torpezas, para que la Palabra de Dios pueda susurrarnos al corazón y, no sólo esto, sino nacer en el pesebre de nuestro corazón.

El Dios que no está en el terremoto, ni en el fuego abrasador, ni en la tempestad sino que revela su Gloria en su suave brisa (1Re 19, 12), quiere hablarnos al corazón mediante el llanto de un niño recién nacido, sólo ése llanto puede despertarnos de nuestros letargos, sólo ésas lágrimas nos pueden purificar en un “bautismo en el Espíritu”, el Bautismo de la Nueva Alianza instituido por Jesús, el Bautismo en el Agua y el Espíritu Santo, vislumbrado ya por Juan Bautista al predicar su bautismo de penitencia (Cf. Marcos 1, 8); para que podamos proclamar bien alto que “Dios ha visitado y redimido a su pueblo” (Lc 1, 68).

Escuchando la Voz del Niño, que no grita sino que susurra en Belén, debemos abrir los caminos y los corazones para que nuestros hermanos, esclavizados en el sin sentido, en la falta de esperanza, en los vacíos de la droga o de tantas miserias que aprisionan el corazón humano puedan encontrarse con el Redentor.

Si el Niño me habla al corazón: ¿Puedo guardarme tan sólo para mí esta Buena Nueva? ¿Qué pequeño gesto de servicio o de afecto podré realizar en estos días previos a la Navidad para que el Niño Jesús pueda acercarse y hablar al corazón de los que tengo a mi lado? ¿Seré un camino, un adviento, una visitación, para que Jesús pueda venir siquiera a un corazón para hablarle una palabra de consuelo y de esperanza?

Fray Marco Antonio Foschiatti OP

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Una respuesta

  1. Son reflexiones muy especiales q nunca las he saboreado con tantos bellos retos y dulces promesas inimaginables en la dulce espera porque
    !! JESÚS QUIERE NACER EN EL PESEBRE DE NUESTRO CORAZON!!

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