Novena 8

DÍA OCTAVO | EL ESTUDIO

Octavo modo de orar
Se retiraba a un lugar solitario, en la celda o en otro sitio para leer u orar, permaneciendo consigo y con Dios.

Textos bíblicos
Ex 3, 1ss. | Sal 84, 9

Reflexión
Jesús fue educado en una religión de la palabra y sus libros sagrados, el Tanaj y otros escritos. Él, iniciador del cristianismo, no dejó nada escrito, como otros profetas del judaísmo. Es más, tuvo conflictos con quienes –escribas y fariseos– se dedicaban a estudiar la ley sus derivaciones.
Al final del Sermón de la Montaña, Jesús sentencia así: «No todo el que me diga: ¡Señor, Señor!, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo» (Mt 7,21). Un hombre de letras del siglo IV o III aC, Qohelet, decía al final de su escrito: «Componer muchos libros es nunca acabar, y estudiar demasiado daña la salud. Basta de palabras. Todo está dicho: Teme a Dios y guarda sus mandamientos, que eso es ser hombre cabal» (Qo 12,12-13).
Jesús no fue un hombre de letras que se moviera a sus anchas en ese mundo distante de la vida, la experiencia, la práctica, el compromiso, el testimonio. De él deriva, sin embargo, la tradición de fe judeo-cristiana que es prolífica en escritos, desde las Cartas de Pablo y los Evangelios, los Padres de la Iglesia, los monjes y teólogos medievales, los biblistas del Renacimiento, hasta nuestros días.
Esta es la paradoja del cristianismo, y del judaísmo: la disyuntiva entre pensar o actuar, conocer o amar, discurrir o arriesgar, hablar o practicar, enseñar o dar testimonio. Una voz autorizada lo dice: «El mundo contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan» (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 41).
Domingo de Guzmán tampoco dejó nada escrito, pero la Orden de Predicadores que él fundó vive en el mundo de la palabra y está a sus anchas entre libros. De él se dice que tenía este modo de orar:
«Impulsado por la devoción que le había transmitido la palabra de Dios cantada en el coro o en el comedor, se iba pronto a estar solo en algún lugar, en la celda o en otra parte, para leer u orar, permaneciendo consigo y con Dios. Se sentaba tranquilamente y, hecha la señal protectora de la cruz, abría ante sí algún libro; leía y se llenaba su mente de dulzura, como si escuchara al Señor que le hablaba… Como si debatiera con un acompañante, aparecía, ora impaciente, a juzgar por sus palabras y actitud, ora tranquilo a la escucha; se le veía disputar y luchar, reír y llorar…».
Quienes lo vieron tal vez se habrían preguntado: ¿qué estará haciendo fray Domingo, enfrascado en la lectura, con esos gestos y aspavientos?
Esa puede ser la razón de por qué se enfrascaba en la lectura y la oración, ajeno al ajetreo de la vida. Hablar con Dios, discutir con él, hablar con el prójimo, discutir con él –como lo hizo con el hospedero de Tolosa y en sus disputas con herejes en el sur de Francia–, enredarse en la lectura de libros y conversar con ellos, tiene un propósito definido: predicar de tal forma que la Palabra de Dios, vehiculada por la palabra del predicador, revele a los oyentes el sentido de su vida, su valor, su destino a los ojos de Dios.
Un libro póstumo de Herbert McCabe, dominico inglés, tiene por título: Faith Within Reason, digamos, Una fe razonada. ¿Qué fe es esa? Es una fe conversada que se predica a gente que piensa y ejerce su libertad para conducir su vida. En la cultura actual, que reivindica la autonomía personal como valor innegociable, la predicación de la fe solo puede tener resonancia, si se dirige a la inteligencia y la libertad de animales lingüísticos, que usan la palabra para entenderse entre ellos y entenderse con Dios.

Oración
Dios Padre nos bendiga,
Dios Hijo nos sane,
Dios Espíritu Santo nos ilumine,
y nos conceda ojos para ver,
oídos para escuchar,
manos para hacer el trabajo de Dios,
pies para caminar,
una boca para predicar la palabra de salvación,
y el ángel de la paz para velar por nosotros
y conducirnos finalmente,
por gracia de nuestro Señor, al Reino. Amén.

Bendición de los predicadores del siglo XIII
Publicada por Simon Tugwell, Early Dominicans.

Fray Francisco Quijano OP
Casa San Vicente Ferrer | Apoquindo – Chile

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Sobre el jubileo de Santo Domingo

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